TOKIO Azul
domingo, 13 de marzo de 2016
El pianista
"Tiene el corazón agotado" le dijeron. Estaba sentado a mi lado. Quien se lo dijo no era el médico y tampoco creo que fuera la enfermera. Era solo alguien que pasaba por allí, que le miró a los ojos y que le dijo solo eso, que tenía el corazón agotado. Le vi bajar la mirada, mirarse la palma de las manos y quedarse así, con las palmas hacia arriba surcadas de telarañas.
sábado, 12 de julio de 2014
Exp.n-6
-¿Me quieres?
-No. Ya no.
Era la única escena de su vida que recordaba cada mañana. No el nacimiento de su hijo. No el día que le conoció y creyó morir de amor. No cuando sujetó su mano y temblando ajustó el anillo en su dedo. No la primera vez que la llamó mamá. No. Ya no. Aquella mañana no derramó ni una lágrima. Ni al día siguiente. Ni al otro. No lloró. Llevaba años sin llorar. La psicóloga del centro llevaba los mismos años intentando buscar el mar en sus ojos. Le decía que alguien, en su infinita sabiduría, nos había llenado los ojos de agua de mar para curar las heridas.
Tocó suavemente la puerta antes de entrar. Siempre lo hacía a pesar de ver a sus compañeros entrar sin ni siquiera pedir permiso. Ella la esperaba como siempre: intentando disimular con una sonrisa la frustración que le producían aquellos ojos llenos de dolor y su incapacidad para inundarlos, aunque fuese sólo durante unos segundos. Estaba segura de que lo único que la curaría sería llorar.
- Hola Belén
- ...
- ...
- Belén...¿estás llorando?
- ...
Y lloró. Lloró el dolor que había guardado tanto años. No. Ya no. Desde aquel día no le había vuelto a ver. Hoy ha ingresado en el centro. Uno de los cuidadores lo ha sentado a su lado en la mesa del desayuno. Sin querer ha rozado su mano al intentar coger el pan. La volvió a rozar cuando casi tira el vaso de zumo. Le dio las gracias cuando le acercó el vaso a los labios. Le dijo su nombre y le preguntó el suyo. Belén ...¡Qué nombre tan bonito! ¡Seguro que le acompaña una cara preciosa! Permítame conocer sus manos. A las caras todavía no me acostumbro pero las manos que acaricio nunca las olvido. Y acarició sus manos. Nunca había "visto" unas manos tan pequeñas. Intentan que reconozca a la gente acariciando sus caras pero prefiero las manos, ¿sabe? Las manos son el espejo del alma. Y las suyas están ardiendo...¿se encuentra bien?
Exp.n-6 Aurora Suárez Galindo
10/07/2014
Hoy Aurora (Belén en lo sucesivo como prefiere que la llamen) ha liberado su dolor llorando. No he logrado averiguar el detonante, pero sin duda algo ha pasado hoy para que su respuesta a la terapia haya sido, por fin, el llanto. He pedido a las animadoras y personal del centro que estén atentos a algo inusual en su comportamiento. Preocupa este cambio de actitud sin motivación aparente.
Exp.n-6 Aurora Suárez Galindo
17/07/2014
Belén ha acudido hoy a la terapia mucha más animada.Por primera vez ha respondido a su nombre aunque me ha pedido, casi con desesperación, que la siga llamando Belén. Ha insistido mucho en este punto. (Comentar con M. si alguna vez la llaman por su nombre y reacción) Le he preguntado por el nuevo interno del que no se separa en todo el día. No ha querido hablar. Las cuidadoras le dejan hacer. Adoptando la responsabilidad de su cuidado, ella ha mejorado notablemente.
Exp.n-6 Aurora Suárez Galindo
26/07/2014
Aurora ha fallecido hoy a las 6:50 am. Ha aparecido la lado de su compañero inseparable de las últimas semanas. El forense ha establecido una diferencia aproximada de cuatro o cinco horas entre la muerte del primero y la posterior de ella. En sus fichas aparece una misma persona de contacto, su único hijo.
Cierre de expediente.
viernes, 13 de junio de 2014
LÁGRIMAS en el Café
Se despertó. Las sábanas estaban frías y ella desnuda. La casa parecía la de siempre pero algo no era como siempre. Se levantó despacio, como cada mañana, por ese miedo a un derrame cerebral. Lo que para otros pasó como un suceso más cuando tenía dieciséis años, para ella fue algo que marcó todos sus despertares. La madre de un amigo había muerto, mientras desayunaba, de un derrame cerebral. A ella le impactó. Le impactó tanto que desde ese día se despertaba despacio, se levantaba despacio y caminaba despacio hacia la cocina; no quería morir como aquella mujer. El miedo creció cuando nació su hija. No quería dejarla sola como se quedaron su amigo y sus hermanos pequeños.
No tenía frío a pesar de que no solo las sábanas parecían de hielo. También el suelo. No así el aire que respiraba: no lo sentía al entrar en sus pulmones. Caminó despacio hacia la cocina. Su hija miraba fijamente la taza que daba vueltas dentro del microondas. La taza paró de girar. La niña, que ya no era tan niña, volvió a desayunar, como cada mañana, lágrimas en el café.
martes, 27 de mayo de 2014
Los ZAPATOS Grises
Tenía miedo a los ojos. Caminaba siempre mirándose los pies. Los suyos y los de los otros. La llegada de los semáforos sonoros le sirvieron de gran ayuda, y cuando los semáforos no cantaban su color verde volvía a mirar los pies. Los pies de los otros. Si estos comenzaban a caminar, él caminaba. Sólo una vez casi le atropellan. Desde ese día supo que debía seguir a muchos pies, no a uno solo. Hay pies que buscan la muerte.
Según su estado de ánimo seguía a unos u otros zapatos y casi podía apostar a dónde le iban a llevar esos pies sin equivocarse.
Aquella mañana el peso de las nubes sobre su cabeza le hizo escoger aquellos. Habían sido depositados por su dueña en el borde de la acera. Parecía que temblaban. Eran grises como ese cielo plomizo que les protegía hoy de cualquier amenaza de felicidad.
El semáforo comenzó a cantar. Los zapatos grises, que se habían mantenido al borde de ese precipicio de diez centímetros, cayeron durante un segundo para seguir temblando, pero esta vez sobre la firmeza del asfalto.
Era la primera vez que no sabía a dónde iba. En realidad, nunca lo sabía, pero sí lo intuía. Era la primera vez que sus pies temblaban, a cada paso, como los de ella.
Caminaron durante horas. Sin darse cuenta, el asfalto se había vuelto blando. Sus pies se enterraban en la arena negra y los zapatos grises, antes temblorosos y pesados, parecía que flotaban. Se detuvo. Ellos también. Ya no había semáforos que cantaban el ritmo de los pasos, ahora eran las olas las que lo hacían. Y, por primera vez, quiso saber más. Quiso saber qué ojos acompañaban a esos pies. Y lo hizo. Los miró.
Los zapatos grises aún permanecen ahí, entra las rocas. Los que no eran grises siguen flotando, persiguiendo a las olas.
martes, 25 de marzo de 2014
ONCE años en SEPIA
Tenía once años. Eso era lo que decía su madre. También la partida de nacimiento. Pero estaba segura de que allí había un error. Cuando cerraba los ojos se acordaba de esos once años de mucho tiempo atrás. Vestía un traje blanco de organdí que si lo llevase ahora, parecería sacada de una de esas fotografías color sepia que tanto le gustaba ver en los puestos del Rastro. Allí fue donde, por primera vez, supo que había vivido ya. Era domingo, la mañana siguiente a su undécimo cumpleaños. Era la primera vez que iba al Rastro y era lo único que quería de regalo: pasear por los puestos, oler a viejo, acariciar las arrugas del tiempo y encontrar aquella muñeca que había perdido cuando tenía aquellos otros once años. No encontró la muñeca pero sí las fotos. Estaban dentro de una lata de galletas oxidada. Parecían no formar parte de aquel puesto en el que se vendían lámparas antiguas y bombillas. Algunas funcionaban y, cuando lo hacían, iluminaban con el color del pasado aquel domingo presente en el que el tiempo, vestido de papel en sepia, le contó la verdad. Estaba allí. En aquella lata. Su madre nunca entendió qué vio su hija en aquellas fotos. Por qué, desde aquel día, se instaló en sus ojos la tristeza. Y por qué buscaba, cada domingo, latas de fotografías antiguas. Nunca encontró la que buscaba. La foto de su duodécimo cumpleaños nunca apareció.
viernes, 17 de enero de 2014
Una HISTORIA de AMOR
La chimenea ante la que se calentaba era imaginaria. No lo era la manta marrón que le cubría las piernas. Tampoco el andador que tenía siempre cerca por si necesitaba ir al baño. Sí eran imaginarias las cortinas de flores que cubrían las ventanas, el olor a madera de los muebles y la piel tersa de sus manos.
Sus manos. No las suyas. Las de él. También pequeñas y tersas. También imaginarias.
La chimenea le sigue dando calor. Acerca su mano al fuego. Él, sentado a sus pies, apoya la cabeza en sus rodillas. Parece dormido pero también mira al fuego. Coge su mano. No quiere que se queme. La acaricia suavemente..."siempre seremos amigos...más allá del amor, siempre serás mi mejor amiga".
Empieza a gritar. Como puede aparta la manta envuelta en llamas de sus piernas. Una de las cuidadores acude corriendo sin dejar de lamentarse por su mala suerte: sabía que hoy tenía un mal día y que aquellos arranques no dejarían de sucederse durante toda la noche. A duras penas la convence de que allí no hay llamas, ni fuego, ni chimenea.
Deja de sentir el calor. Cierra los ojos. Sigue sujetando su mano. Nunca ha dejado de hacerlo.
jueves, 12 de diciembre de 2013
Un SUEÑO cumplido
Attikus presenta El destino de las palabras
Hace tiempo que no escribo en Tokio Azul...No es porque quisiera abandonarlo, ni mucho menos. Tampoco porque se me hayan acabado las palabras...Es solo que he dedicado todo este tiempo a las palabras de otros. A leerlas una y otra vez. A soñar que esas palabras volaban desde mis dedos al teclado, hasta los labios susurrantes de miles de lectores que las leerían...Imaginaba que la pantalla del ordenador se convertía en una botella y dentro de ella guardaba un mensaje. El primer mensaje, El destino de las palabras, ya está en el mar.
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