Había decidido no salir a la calle mientras durase aquel permiso. No. En realidad no lo había decidido ella, lo decidió el miedo. Los terribles dolores de cabeza que había sufrido durante más de un año, y que parecía que había superado, habían vuelto con más fuerza.
Aquella mañana se había levantado temprano. Desde que él había salido de su vida los pequeños rituales matinales se presentaban de otro color. Lo que antes vivía en blanco y negro ahora se teñía con pequeñas manchas de rojo, azul, amarillo... Se miraba al espejo. Todavía quedaban sus huellas en él. Hacía caso omiso a su madre, que no entendía por qué no lo cambiaba de una vez. Ella sí lo sabía. Quería olvidarle, y lo estaba consiguiendo, pero necesitaba no olvidar aquello por lo que debía olvidarle. Las grietas deformaban su sonrisa, una sonrisa que había prometido regalarle a sus labios todos los días, pidiéndoles perdón por haberles traicionado dejando que cayeran a sus pies detrás de cada golpe.
Terror. Dicen que el miedo se huele. Si es cierto, ella, ahora mismo, es la esencia del terror. El teléfono había sonado temprano. Seis días…Sí…No. No le han puesto la pulsera…Cerró la puerta, cerró las ventanas, bajó las persianas y comenzó a temblar.
Se vistió intentando parecer atractiva. Seguía sin creerse que lo era y que solo gracias al maquillaje y la ropa un poco ajustada lograba no parecer un espantapájaros…¡Espantapájaros!¡Nunca había visto un espantapájaros disfrazado de puta!...Cerró los ojos y se tapó los oídos. Por fin había conseguido una entrevista de trabajo. No quería desaprovechar esa oportunidad que había tardado tanto en llegar. Cogió el bolso, las llaves y cerró la puerta.
Tengo una entrevista de trabajo…Tengo una entrevista de trabajo…Tengo una entrevista de trabajo… Y cerró los ojos. Los tuvo cerrados once meses. Los médicos creían que no le quedarían secuelas si lograba despertarse. No encontraban explicación médica para la inconsciencia que sufría. Los martillazos en el cráneo no le habían afectado neurológicamente y los de la cara y el resto del cuerpo solo habían roto huesos, pero no habían dañado órganos internos.
Había prometido que terminaría lo que había empezado. Cada vez que a él le daban la libertad se la quitaban a ella.