Estamos en Navidad, entre la algarabía propia de esta época, los viajes con maletas a rebosar, por la que casi me hacen pagar, por segunda vez en mi vida, exceso de equipaje, el retorno a casa como “El Almendro”, reencuentros, abrazos, `cuéntames´, pongan la mesa, vamos a la playa, no, a Arrecife, no , al Spa, nooooooooo, que yo quiero escribirrrrrrrr…Y mientras escribo esto, mi hermano va a poner música…Le he pedido, por favor, que sea algo que me permita escribir. Y sí, ha puesto algo. Era relajante, pero le he pedido que me ponga algo más…¡más movido!, y va, y me pone “Los Panchos”…He perdido la inspiración. Es inevitable no cantar las canciones de toda la vida al mismo tiempo. Podría inspirarme en amores y desamores, pero esa no es la idea de hoy.
Cuando llegué, hace dos días, habíamos superado la amenaza del fin del mundo y, justo un día antes, había sido mi cumpleaños. Mi hermano ya me había avisado hacía dos semanas, con una ilusión desbordada, que ya tenía mi regalo. Por primera vez aguantó sin decirme lo que era. Y yo, que soy incapaz de aguantar la curiosidad, no hice mucha presión para averiguarlo: era tanta la ilusión en su voz que sabía que debía esperar, que la sorpresa debía ser…la sorpresa de mi vida.
Y lo fue. Llegaba cansadísima, mareada como siempre, arrastrando la maleta, el bolso, las bolsas con lienzos de mi madre, los tacones que siempre llevo cuando viajo, no sé por qué manía, debe ser por algo así como “morir con los tacones puestos”…Abrazos, felicitaciones y regalos. El primero: el de mi hermano, ¡un libro de Esther! Me quedé sorprendida: ¿ésta era la supersorpresa? Soy ferviente admiradora, desde que tenía 8 años, de “Esther y su mundo”. Es un cómic que cuenta las aventuras de Esther, una niña de 13 años, y su adolescencia. Tenía todos los tomos y esperaba cada fin de semana con la mayor ilusión del mundo, no para librarme del cole, no, sino para comprarme el nuevo tebeo de Esther.
Hace años, muchos años los había perdido todos: unos en las manos de mi hermano pequeño, que solo se entretenía arrancando hojas de cualquier revista, libro o tebeo que llegase a sus manos, y los que sobrevivieron fueron donados, junto al resto de mis libros juveniles, a la Biblioteca pública de Tías, por mi padre, que pensó que ya que nos habíamos ido de casa y que habíamos crecido, no necesitaríamos esos libros nunca más. ¡Papiiiiiiiiiiiiiiii! Casi me muero cuando en uno de esos viajes de vuelta de Tokio me enteré. Lloré. Me enfadé. Y creo que hasta le insulté.
Y como decía, sigo mirando sorprendida aquel nuevo tomo de Esther. No podía creer que ese fuera el regalo que me había quitado tantas horas de sueño intentando adivinarlo. Leo el título pensando en la posibilidad de que incluso podría tenerlo ya, porque llevaba un par de años intentando completar la colección que, milagrosamente, se había vuelto a editar casi tres décadas después.Y no. No lo tenía. Se titulaba: “Los secretos de Esther”. Vale, parece algo diferente pero, y?…Mi hermano, con una sonrisa de oreja a oreja, me pide que lo abra y lea la dedicatoria…Solo por recordar ese momento vuelvo a llorar…Mi hermano se había enterado, por casualidad, de que Ruth Bernárdez había escrito un libro sobre los secretos de Esther, que iba a firmarlo el 1 de diciembre y que, junto a ella, también iba a estar Purita Campos ( creadora de Esther junto a Philip Douglas). Cuando vi las dedicatorias firmadas, no podéis imaginar qué emoción… A Ruth Bernárdez todavía no la conozco pero estoy segura de que la conoceré y de que seremos amigas, porque nunca olvidaré sus palabras, las recordaré cada vez que crea que, en el folio en blanco, no voy a poder poner ni una sola letra. Y a Esther y a Purita…nunca, nunca las he olvidado.
Y aquellos libros, los que un día emprendieron el viaje, no han vuelto. Pero me consuelo pensando que algún niño, o alguna adolescente, estará viajando a Mompracén ahora mismo. O que otro estará gritando el nuevo nombre de la Emperatriz Infantil, o intentando salvar el tiempo que nos quieren robar Los hombres de gris.