Se levantó como nueva. Los efectos del jet-lag se iban suavizando pero no tanto como para hacerle recordar el terremoto de la noche anterior, así que yo tampoco se lo recordé. Nos íbamos a ir todo el día de excursión: Asakusa, Ginza, paseo en barco por la bahía de Tokio…Pero antes de comenzar, abrió la maleta. Con toda la tensión emocional del primer día no me había percatado del tamaño descomunal de esta y cuando la abrió…¡Treinta kilos de ropa infantil! No exagero: treinta kilos de ropa que iban desde los 0 meses hasta los cinco años, y lo mejor de todo, azul-celeste. Mi madre había decidido que iba a tener un niño. Y entre todo ese muestrario, tres conjuntos premamá. Pero premamá- premamá para un embarazo ya avanzado y yo, no solo no tenía la más mínima señal física de estar embarazada, sino que incluso estaba más delgada. Pero los que conocéis a mi madre sabéis ya que, ese mismo día, yo salía “vestida de embarazada” sí o sí. Y así fue. Fui vestida de “marinerita embarazada”.
De las personas que nos visitaron en Tokio puedo asegurar que nadie disfrutó tanto como ella. Los que visitan Japón o se vuelven locos y quedan fascinados por todo lo que ven o justamente lo contario: no ven el momento de volver a casa. Mi madre estaba entre las primeras. Y fuimos a Asakusa y por más que busqué el restaurante de okonomiyaki (especie de pizza japonesa) al que quería llevarla, no lo encontré. Nos tomamos una cervecita (yo un refresco) en el “Golden Flame” de Philippe Starck. Bajamos en barco por el río Sumida y recuerdo a mi madre asombrada viendo cómo una niña coreana se comía, como si fueran chuches, una bolsa entera de nori (algas verdes secas). Y llegamos a Ginza, la segunda calle más cara del mundo después de la Quinta Avenida de Nueva York, aunque durante mucho tiempo ocupó el primer lugar. Y es ahí, bueno, en todo Tokio, pero especialmente en Ginza, en donde si tienes cierta tendencia al consumismo o incluso me atrevería a decir que, aun sin tenerla, te vuelves loco y lo quieres comprar todo. Yo ya había advertido a mi madre. Le había dicho que viese lo que viese, pasase lo que pasase, debía superar ese primer impulso, que era duro, muy duro, y que era algo normal; pero que debía superarlo porque, además del descalabro a la Visa, ese afán consumista sin control llegaba a provocar estados cercanos a un ataque de ansiedad. De nada sirvieron las serias advertencias. Lo quería todo. Pliegos y pliegos de papel japonés de los colores más maravillosos que jamás hayas visto. Los abanicos de todos los tamaños y formas imaginables. Las cajas que los protegían. El papel que los envolvía. Las bolsas donde los guardaban. Incluso llegó a pensar en comprarse algo en Tiffany´s y que ya vería cómo lo arreglaba una vez llegase a España.
Estaba atardeciendo, las luces de neón empezaron a encenderse y, en medio de esa vorágine, dos españolas merendaban delante del escaparate de Tiffany´s igual que una vez desayunó Holly. Ellas en Ginza. Ella en Fifth Avenue.
Continuará...
Me encantaría visitar Tokio con una guía como la narradora
ResponderEliminarGracias!!
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