jueves, 20 de junio de 2013

El ÁRBOL que lloraba Hojas de LUNA

Érase una vez un árbol que vivía en un patio detrás de dos puertas tan gruesas que no conocía al frío, ni al viento, ni tampoco al calor . Sus hojas caían cada año pero no sabía ni cuándo, ni por qué. Se quedaban a sus pies, amarillentas y adormiladas, cubriendo las raíces que buscando la libertad habían levantado el suelo y reptaban sigilosas intentando colarse por las rendijas de la primera guardiana que encontraban a su paso. Era grande, muy ancha y no tan gruesa como la segunda. Pero a diferencia de esta, estaba siempre cerrada, salvo una pequeña ventanita que siempre estaba abierta y por la que vislumbraba a veces un rayo de sol y otras, muy pocas, pero las mejores, un rayo de luna. El rayo de luna llegaba siempre cargado de historias. Le hablaba de las mareas que hacía crecer a su antojo, como ella lo llamaba "cuando estaba llena"; le hablaba del desierto en el que por más que lo intentaba no lograba reflejarse; de la lluvia que formaba charcos en los que pasaba de ser una a ser mil y de los árboles, de los árboles libres que acariciaba cada noche como le gustaría acariciarlo a él con su luz de luna. Y el árbol lloraba. Lloraba hojas sin saber si era otoño o invierno y bebía agua sin saber si era la sed del verano o las lágrimas del sol. Porque el rayo de sol no hablaba tanto como el de luna. Tan sólo lloraba sobre la puerta , la llenaba de pequeñas gotas que resbalaban hasta el suelo llegando a las raíces que no sabían que si bebes lágrimas de sol lloras hojas de luna.


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