Sonreía feliz, a mi lado, mientras yo conducía. Me decía que era el día más feliz de su vida: ya media 1’40 cm, podía ir delante y además no iba en la guagua al cole. Llegamos unos minutos tarde. La acompañé hasta la verja y le dije que corriera. La mochila, enorme para su pequeño tamaño, cargada de palabras en inglés que había intentado memorizar, oscilaba al ritmo de sus rápidos pero torpes pasos. Me fijé en sus pies: los calcetines marrones embarullados en los tobillos, las tablas azules escalando por sus rodillas, alejándose del suelo, buscando crecer…Dobló la curva y dejé de verla. No miró hacia atrás, pero la vi sonreír.
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