Había sido un duro día. Situaciones complicadas de la vida cotidiana a las que se unía la terrible tragedia de un tren cargado de sueños que se quedaron en unas vías que no llegaban a ninguna parte. Vagones que se volvieron de juguete en manos de un destino que tenía el pelo blanco. No nos poníamos de acuerdo en nada y discutíamos por el tamaño de unas tortugas. Que si un terrario es más grande, que no, que sólo cuando crezcan, que si no es grande no crecen. ¡Lo vas a saber tú mejor que yo que tengo una amiga que tiene dos! ¡Pues yo tuve seis!...Y el número de víctimas iba creciendo...También la nuestra, que pasó de ser tortuga a ser persona. Que sí queríamos algo mejor, que no sabemos si te has precipitado. Que quizá el trabajo no sea el adecuado...Y el número de víctimas iba creciendo...Que si yo tomo mis propias decisiones. Que si tienen que esperar a hacer la digestión... Cogí el libro que estaba leyendo y conseguí olvidarme de todo: del día de Santiago, de felicitar a mi amigo Santiago, de las tortugas, del tren...y me hice invisible. “Invisible". Ese era precisamente el título de la novela de Paul Auster que leía. Pero llegó la hora de la cena. Tuve que soltarlo y volver a ser visible. Y volví a serlo a saco. Que sí la peli de la Sexta, que si la de la Paramount; y entre zaping y zaping, el morbo de ver a Lucía Etxebarria con un ataque de ansiedad en medio de un reality de Telecinco; y tú sin dar señales de vida...Y el número de víctimas iba creciendo...Y Lucía llorando amenazando con irse; y yo inventando historias en las nubes en verde del wasup. Que el camino recto es el más corto. Que la respuesta más sencilla es la correcta. Que no merece la pena...Y el número de víctimas seguía creciendo... Volví a coger el libro y volví a hacerme invisible. La ilusión duró sólo unas horas más. Las mismas que tardaron las palabras en agotarse en mis ojos. Los cerré y entraron ellas, las pesadillas, dispuestas a susurrarme que había estado preocupada por algo, pero sin recordar el qué...Y el número de víctimas seguía creciendo...Y quise dormir alejando pesadillas, cerrando los ojos pensando en algo bonito. Y te vi. Hoy. Al borde la piscina. Enseñándome cómo te tirabas de cabeza. Acababas de aprender. Ya no tenías miedo. Y cerré los ojos sonriendo por tu hazaña infantil y ya, sin miedo, deseando que se parara el contador...me dormí.
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