Viene de Nezumi (Ratoncitos)
…Y seguí durmiendo. Es increíble cómo nos adaptamos a situaciones que nos parecían impensables unos días, unas horas antes. Eso sí, encendí la tele bajito, pensando, no sé por qué, que eso la disuadiría de querer volver esa noche. Y comenzó la batalla. Lo primero que se me ocurrió fue taponar toda esa cenefa de madera que rodeaba la habitación. Se supone que era hueca para que la casa “respirase” pero, llegados a ese punto, me daba igual que la casa se “asfixiase”. Comencé a recopilar todos los periódicos que caían en mis manos. Los arrugaba y los encajaba a presión en el hueco entre la pared y la madera. Iba avanzando centímetro a centímetro cada día. Por las noches los oía corretear por el falso techo y de día por el interior de las paredes. Yo seguía con mis rituales: colocar el futón y los folios alrededor, las trampas de casitas con pegamento, el spray, el ultrasonido…pero ellos también. Empezaron a levantarse como un reloj. A las cinco y media de la mañana me despertaban todos los días royendo la pared desde dentro, justo encima de mi cabeza. Yo golpeaba la pared suplicándoles que se callasen, pero ni caso. Mis estrategias no daban resultado así que, de la resignación y la valentía, pasé a la desesperación y al llanto. Yo ya estaba embarazada y comencé a imaginarme la cuna de mi bebé recién nacido rodeada de ratoncitos que se comían sus deditos, su nariz…¡Qué pesadillas! Historias escuchadas en la infancia sobre el olor a leche de los recién nacidos y las ratas…Y así esperaba a Jin todos los días. Según entraba por la puerta después de un arduo día de trabajo y noches sin dormir en medio de una entrega, me encontraba a mí…bueno, a mí o a una especie de posesa: ¡tienes que hacer algo! ¡tienes que ir a hablar con la agencia inmobiliaria! ¡tienes que decirles que han de fumigar! tienes que decirles…! ¡tienes que hacer…! ¡no puedo más! ¡me voy a volver loca! buuuuaaaaaaa, buaaaaaa… Y así todos los días que venía a casa. Él iba a la agencia, como el buen japonés en el que se convertía allí, pidiendo con la máxima educación, rayando en la sumisión, una solución. Y siempre la misma respuesta: “Señor Taira, su casa es muy barata (80.000 pesetas al mes por 15 metros cuadradros), para fumigar hay que hacerlo en los cuatro apartamentos, y al dueño no le compensa”. Y así, día tras día, se lo quitaban de encima. Pero él, a quien no se quitaba de encima, era a Guadalupe. Y tras varias noches sin dormir por su trabajo, con un estrés del carajo, desesperado por mis reclamaciones, volvió a la agencia. Se sentó delante de ellos (eran tres hermanos), les miró y comenzó a llorar. Casi se mueren. Para un japonés enfrentarse al llanto de un hombre y encima uno tan grande (físicamente) como él, les dejaba totalmente descolocados. Él en realidad lloraba por el agotamiento físico y mental por la entrega de su tesis, de varios proyectos, por las noches sin dormir…pero ellos sólo pensaban en los ratones como causa de su llanto. A la mañana siguiente el fumigador (en su versión barata, la cara supondría llevarnos a todos a un hotel durante una semana), se presentó en casa.
Continuará...
Yo tuve uno en mi casa, mi perrita Kora era una ratonera de primera categoría y un día apareció con el ratón en la boca y moviendo la cola como si hubiera en Santo Grial.
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