Como decía era marzo y, aunque ya estaba cercana la primavera, hacia un frío...busco el adjetivo adecuado y el que me sale es "del carajo", y nunca mejor dicho. Primeras lecciones que aprender: para ir a la estación sal hacia la izquierda a la calle principal y camina recto, sin desviarte lo más mínimo, de hacerlo te pierdes seguro (todas las calles parecen iguales), segundo: nunca, nunca, bajo ningún concepto, debes pisar el tatami con zapatos y tercero: los sobrecitos blancos que aparecen en los paquetes de pastelitos no son azúcar en polvo para espolvorear por encima, son puro veneno que evitan que se estropeen por la humedad. ¡Menos mal que me avisaban! Era lo primero que hubiese hecho.
Y esa fue la primera noche en la que dormí en un tatami ya que, en mi viaje anterior, cuando estuve de vacaciones un mes, dormí en una cama. Diminuta, eso sí, porque los apartamentos de la residencia de estudiantes en la que me quedé medían siete u ocho metros cuadrados y, aunque parezca increíble, contaban con cocina, baño y ducha.
28 días de vacaciones en Tokio
Aquel fue el primer billete de avión que tuve que pagar en mi vida, y no porque no hubiese viajado antes, que lo había hecho y mucho, sino porque ya había cumplido 26 años y a esa edad mis hermanos y yo perdíamos el privilegio de tener los billetes gratis que nos ofrecía la compañía aérea en la que trabajaba mi madre. Así que me tocaba pagar, y nada más y nada menos que a Tokio. Aún así, no fue excesivamente caro, 80.000 pesetas, que además mi padre me financió permitiéndome que se lo devolviera en cómodos plazos, y además recuerdo que el último me lo perdonó en la siguiente Navidad.
Llegué tempranito y casi tenía miedo a no reconocer a ese chico que había conocido nueve meses antes, que solo había visto nueve días, y al que pensaba sorprender con los modelitos, los cinco pares de zapatos y todo el arsenal de seducción que llevaba en mi supermaleta. Y sí que le sorprendí, pero antes de tiempo. En aquel momento casi me muero al ver su cara: era la de aquel que se lleva la impresión más desagradable de su vida. Y al llegar a la residencia entendí por qué. Cuál no fue mi sorpresa al ver que teníamos que subir, no recuerdo hasta qué planta, pero creo que la quinta, por la escalera de incendios y con aquella maleta de 50 kilos. Las normas eran estrictas: nada de invitados. Así que durante 28 días tuve que hacerme invisible y creo que lo logré, entrando y saliendo siempre por la escalera de incendios, con todos, menos con el "chino furioso", que es como apodamos al vecino del apartamento de al lado, no por nada en especial, sino porque era de nacionalidad china y estaba siempre furioso. Le molestaba que pusiésemos música por la mañana y no a lo loco, sino bajito. Le molestaba que hablásemos también bajito, por supuesto. Le molestaba que nos riéramos. Le molestaba el sonido de la puerta cuando llegábamos...En definitiva, le molestaba todo lo que viniese del apartamento del "español". Y nos lo hacía saber tirando la pared abajo a puñetazos.
Como dije antes, el apartamento era diminuto y mi maleta ocupaba un tercio del mismo. Y el baño..era una especie de cubículo prefabricado en el que claramente podía ver un lavabo y una ducha, todo juntito y todo mojado. Y entonces caí en la cuenta: falta algo, ¿y la taza del váter?... Tatatachánnnnnnn...¡Sorpresa! Si movías hacia un lado el lavamanos, debajo estaba ¡la taza! Pronto aprendí que era mejor utilizarla antes de ducharte ya que era sumamente desagradable sentarte en ella cuando estaba toda mojada y el agua se había quedado fría.
Pero regreso a mi primera noche en tatami y en futón . A la vista de mi inminente llegada, había ido recabando todo lo que sus amigos le podían prestar para hacer un poco más habitable el pequeño apartamento. Había conseguido el futón y aquel pequeño calefactor al que había que golpear cuando, tras unos minutos de funcionamiento, empezaba a saltar y a hacer un ruido ensordecedor, como si estuviese dispuesto a despegar en cualquier momento; de ahí el nombre que le pusimos: el turbo reactor. Y así, entre golpe, despegue y golpe, dormí en aquel suelo de cañas de bambú trenzadas como si lo llevase haciendo toda la vida.
*IRASSHAI: "Bienvenido" cuando entras en una casa o en un restaurante...
Continuará...
Bonitos y sorprendentes recuerdos de tu experiencia en Tokio, muy bien narrados. Esperaré a la segunda entrega...
ResponderEliminarUn abrazo de los grandes, Guada.
Gracias Malena!!!!!!
EliminarCada vez que me siento a escribirlo , es otra mi intención, quiero decir, que siempre iba a contar otra historia, pero cuando empiezo, siempre me viene a la cabeza algo que ya no recordaba...
Un abrazo muy grande!!!!
No se porqué, pero me cuesta mucho imaginarte con todas esas cosas en espacios tan tan pequeños. Aunque también se que seguro supliste el espacio con tu imaginación. No debío ser fácil. Sigo tu experiencia con mucho gusto.
ResponderEliminarUn besin
Gracias Beatriz!!!!!!!!!!!!!! ya no sé si te siguen llamando Betty, a mí me gustaba! Un abrazo muy grande y espero de corazón que dentro de poco pueda contártelas en persona. Hasta ahora me ha sido difíil ir , pero no desisto. Un beso muy grande!!!!!!!
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