Italia 13. Yo no tenía más de tres o cuatro años, pero hay nombres que, a pesar de estar lejanos en el recuerdo, nunca se olvidan. Como el de aquella calle, la primera casa en la que tengo memoria de haber vivido. Recuerdo la cocina al final del todo, sin ventanas, y el dolor de mis piernas en crecimiento. Recuerdo la manta que me envolvía, llorando delante de un vaso con algo caliente y mi abuela intentado consolarme. Recuerdo nuestra habitación, dos camas, pero no recuerdo el sueño. Recuerdo la ventana a la calle, el alféizar en el que me apoyaba mientras intentaba cazar moscas, o donde esperaba al cartero que traía aquellos sobres gigantes a mi nombre con postales llegadas de todas partes del mundo. Recuerdo nuestras manos infantiles aferradas a la celosía que separaba nuestra habitación del “estar”, cuando oíamos llegar al practicante. Recuerdo mis lágrimas cayendo una a una en el suelo cuando me tumbaba en sus rodillas para ponerme la vacuna. Recuerdo los cubos de agua que caían a diestro y siniestro en medio de la salita, cuando mi abuelo intentaba recuperar a los canarios que había dejado escapar de su jaula. Recuerdo las piñatas que colgaban del salón en los cumpleaños, los palos a ciegas y el que fue a parar en la cabeza de abuelito. Recuerdo el alquitrán en los pies.
A David Foenkinos, por llenar mis noches de recuerdos.
Creo que lo dijo Pio Baroja «las cosas no son como son, sino como se recuerdan»
ResponderEliminarY es bonito recordar...
EliminarRecuerdos entrañables, lindamente contados.
ResponderEliminarUn abrazo, Guada.
Gracias Malena!!!!!
EliminarUn abrazo muy grande!!!!!