HACIA TOKIO Azul
Cuando llegué por primera vez a Tokio, no de vacaciones, sino a vivir allí (ya había estado una vez), en realidad no sabía lo que me iba a encontrar. Hacía un mes aproximadamente que había decidido dejar mi trabajo en Oviedo, coger las maletas e irme a Inglaterra a “probar fortuna” con mi inglés patatero. Una vez allí (con varias aventuras que ya contaré), recibí la llamada de Jin. Me urgía a ir en el plazo de tres o cuatro días. Tenía un trabajo para mí pero era imprescindible ir a Tokio ¡ya! Llamé a mi madre que, a pesar de que quería que me fuera, le parecía una locura. No el irme a Japón, no, el irme con tanta premura, sin volver a España, como ella decía, a cambiar la ropa de invierno por la de primavera (bonita forma de decirme que querían verme antes de partir al lejano Oriente). Y volví. En tres días me despedí de todos los que pude. Mis padres me pagaron el billete y mi amiga Beatriz me acompañó a la estación de los ALSAS con mi supermaleta. Pasaría esa noche en Madrid, en casa de mi abuela, que me acompañó al día siguiente al aeropuerto (jo, había olvidado estas cosas). Ya conté en otra ocasión que tuve que pagar un montón, 60.000 pesetas, por exceso de equipaje. Viajaba con Lufthansa y quiero dedicar un recuerdo a esa chica rubia, joven, que por más que le expliqué que llevaba muchos libros porque me iba a vivir a Japón, que abrí la maleta y se los enseñé, por más que le lloré, que le supliqué, que le expliqué que me quedaría sin dinero para empezar allí, que le dije que era hija, sobrina, prima de compañeros suyos, no le dio la gana de perdonarme. Juré que nunca la olvidaría y que alguna vez me la volvería encontrar. Por lo pronto me la he encontrado hoy aquí.
Y comenzó mi viaje. No recuerdo el trayecto en avión. Recuerdo más el que había hecho entre Oviedo y Londres. De aquel viaje recuerdo al señor que se sentó a mi lado y con el que hablé durante todo el trayecto. Le expliqué que iba a vivir cerca de Gadwick , que posiblemente empezara a trabajar en un catering del aeropuerto y él me preguntó mi horóscopo: Sagitario. Me habló de cartas astrales, de ascendentes y me dio su teléfono para ofrecerme trabajo. Nunca le llamé. Mi madre puso el grito en el cielo, asegurando que podría tratarse de `trata de blancas´. Y llegué a Tokio. Y sigo sin recordar ese momento. Recuerdo el de la primera vez, que fui de vacaciones, pero no esa llegada al aeropuerto. Ni el trayecto en tren, que supongo que fue como el que había hecho dos años antes: gente de pie y dormida, agarrada de los asideros que colgaban del techo, otros sentados, también dormidos, apoyando la cabeza en el hombro desconocido que tenían al lado, y posiblemente, una extranjera, con cara de susto, que se estaba dando cuenta, quizá por primera vez, de que su casa, sus amigos, lo que había sido su vida hasta ahora, no había cogido el mismo avión que ella.
Continuará...
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