viernes, 1 de febrero de 2013

NEZUMI (Ratoncitos)


Había sido un duro día de trabajo. Llegaba cansadísima y serían casi las once de la noche cuando volví a casa. Era martes. Lo sé a ciencia cierta porque era el único día que trabajaba hasta tan tarde. Me quité los zapatos y entré en el tatami, fui hasta el teléfono y casi me desmayo cuando vi una bolsa de millos (kikos, traídos de mi último viaje a España) abierta en la mesita y todos  desparramados por el suelo. Cogí el teléfono y, con la bolsa en la mano, llamé a Jin, que estaba en la universidad en medio de una entrega: ¡¿cómo has dejado todos los millos tirados por el suelo?! ¡nos van a comer las cucarachas! ¡que yo no fui! ¿no? ¿y entonces quién fue?...Y de repente toda la escena pasó como una película delante de mis ojos: bolsa cerrada con una pinza hermética, millos derramándose por un pequeño agujero de la parte posterior con huellas de dientes finitos….ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh ¡ratones! Ahhhhhhhhhhhhh….
-¡Han sido los ratones! ¡Ven! ¡por favor! 
- Lo siento Guada, estoy en plena entrega no puedo irme…
- Buaaaaaaaaaaa, buaaaaaa, ¡que vengas!, que pueden estar en cualquier sitio, me voy a la calle, yo no voy a dormir aquí…
Y vino. Desmontamos el diminuto apartamento. Tiramos abajo mi armario, que era de esos portátiles: ¿qué mejor sitio para estar calentitos que allí, entre mi ropa? No encontramos nada. Al día siguiente fui a `Tokyo Hands´ y compré todo tipo de arsenal de defensa y ataque: unas latas que las abrías y soltaban un humo tóxico que los mataba, una espuma que se metía por todos los rincones, unas trampas de cartón que eran como pequeñas casitas con algo que los atraía dentro y en las que se quedaban pegados (superdesagradable) y el producto estrella: un aparato de ultrasonidos que me costó una burrada de yenes. Todas las mañanas, antes de salir, hacía el mismo ritual: doblaba el futón, lo dejaba en el centro del tatami y lo rodeaba todo de folios en blanco. De esta forma quería averiguar por dónde entraban. Esperaba encontrarme sus huellitas claramente dibujadas en el papel. Retrasaba el momento de llegar a casa. Aunque quería eliminarlos, la idea de encontrarme a uno pegado en aquel pegamento, después de haber intentado zafarse de esa trampa, me aterrorizaba. Pero tenía que volver. Y durante noches y noches, ni una huella, ni una señal de su presencia. Pero por si acaso siempre dejaba una luz pequeñita encendida. Y un día, mientras dormía, le vi. Abrí un ojo, luego el otro, y si hubiese tenido más también los hubiese abierto. Allí estaba, mirándome desafiante, como asomado a un balcón, en la madera que rodeaba toda la habitación, a dos metros del suelo. Me quedé paralizada, no sabía qué hacer, seguía mirándome y su cola…yo qué sé cuánto medía…De repente se metió por detrás de la madera y desapareció. Llegado ese momento yo creía que me iba a poner histérica, pero no, creo que ya había tenido tiempo para asimilar que no vivíamos solos. Eran las tres de la madrugada. Llamé a Jin, que también se asombró de mi serenidad, para comunicarle que ya sabía por dónde entraban…
Continuará…

4 comentarios:

  1. Los ratones se meten por todos lados, si los dejas.

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  2. Dios jajaja yo habría recurrido a ansiolíticos. Por cierto, cuánto es al cambio 99.000 Yenes?

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    1. 99.000 yenes eran 180.000 pesetas!!!!!!! por 30 metros cuadrados!!!!!!!!!!!!!!!!

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