martes, 26 de marzo de 2013

El amor no sabe del tiempo

El amor no sabe del tiempo
Existe o no existe
Pero el tiempo sí sabe del amor
Sabe de tardes de incienso
De lecturas compartidas
De caricias rescatadas del olvido
A veces robadas al desamor

lunes, 25 de marzo de 2013

HOJARASCA

Hay recuerdos que desconocen ciudades caribeñas
Tintinear de cafés y manos temblorosas
Las mujeres de todas las razas arrastran carros de sueños
Hojarasca que mueve el tiempo
Las estatuas siempre tienen ojos de muerto
Miran la vida con el metal del tiempo

martes, 19 de marzo de 2013

YUI (Esencia II)


Aquel día había ido a la NHK para ayudar a Yoko, la productora del programa con los guiones. Cuando me acompañó a una de las salidas del macro edificio (estudios de grabación, oficinas, comedores...un verdadero laberinto) le dije que se sentara, que tenía que decirle algo. Me miró asustada pensando que me pasaba algo grave; pero a los pocos minutos no paraba de abrazarme más feliz que unas pascuas, de darme consejos o de decirme que no me preocupase, que por el momento no había problema por salir en la tele mientras no se notase la barriga (a ella no le importaría mantenerme hasta el final en el programa, pero los jefazos…) y que mi trabajo en la radio, por supuesto, continuaba. 
El siguiente paso: comunicarlo en la academia. Shonago, que era el responsable de la de Sinjuku, en la que yo trabajaba, se puso contento al mismo tiempo que le tembló la voz al preguntarme si iba a dejar de trabajar. “¡Por supuesto que no!”, le contesté. Pero su cara seguía reflejando temor y casi tartamudeando dijo: pero después…¿cuando tengas al bebé?
Mis alumnos se alegraron, pero también se hacían la misma pregunta: si continuaría después. Yo les contestaba que todavía faltaba mucho tiempo y que intentaría continuar aunque sabía que no sería fácil.
Pero mi querida Yoko fue sustituida por un productor: hombre-japonés. La primera medida que tomó al hacerse cargo del programa fue llamar a mi casa, preguntar por Jin, no por mí, y decirle (palabras textuales): “que yo estaba mejor en casa, descansando”. Creo que estaba en el tercer mes de embarazo. A mi barriga os puedo asegurar que le faltaban una par de meses para ser visible y esa falta de respeto de ni siquiera dirigirse a mí para comunicármelo, casi me provoca un aborto de verdad. Lo siguiente que intentó fue despedirme del programa de radio…
Continuará…

lunes, 18 de marzo de 2013

YUI (Esencia)


Casi todos los días hablaba con mis padres. Iba al combini y compraba unas tarjetas que incluían un código que me permitía llamar a España por un precio razonable.
- Hola abuelitos…
Al otro lado de la línea telefónica se hizo un silencio.
- Hola abuelitos - dije de nuevo esperando que al otro lado se produjese alguna reacción.
- ¡Estás embarazada! – gritó mi padre-. ¿Cuándo vienes?
- No voy a ir – contesté casi en un hilo de voz sabiendo que con esa respuesta se iba a armar.
Y se armó. A partir de ahí se sucedieron un sinfín de llamadas de uno al otro lado del Atlántico en las que se me daban toda clase de motivos (todos ellos muy coherentes) por los que yo debía volver a España para tener a mi niñ@ allí, sobre todo siendo mi padre médico y poniendo a mi disposición todas las comodidades a su alcance. Cada llamada era un drama en el que yo acababa llorando siempre, hasta que mi madre dijo un día: “¡Basta! Que le vas a provocar un aborto.” Y fue entonces cuando poco a poco fueron asimilando que su primer nieto nacería lejos…muy lejos.
El siguiente paso era comunicárselo a mis jefes de la NHK. En aquel momento realizaba dos trabajos para la Radio y Televisión Nacional (además de las clases de español en la academia), uno en la que mi imagen no importaba, solo mi voz, y otro, el de la tele, en el que una barriguita no iba a ser bien recibida…
Continuará...

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA PORTERA. El Desenlace


La tercera noche que entró otra por la ventana al mismo tiempo que el viejito de abajo salía a fumar, y al mismo tiempo que subía aquel extraño olor…empecé a mosquearme: : a+b+c=d… “D” igual a: algo estaba ocurriendo fatídicamente todos los días a las diez de la noche, en la primera planta. 
Y con mis pesquisas fui a la portera: 
-Sumimasen…nande mainichi, yoru ni, ju ji goro, watashi no ie naka ni dame nioi ga arimasuka? (Perdone, ¿me podría decir por qué todos los días a las diez de la noche entra un olor tan desagradable en mi casa?)
La portera me miraba y decía algo así como: wakarimasen…no entiendo. Y seguía de largo. Y sí que entendía.
Pasó algún tiempo y ya nadie me hacía caso por más que yo olisqueara el aire y dijese triunfal: ¡las diez! ¡ya está aquí! ¡no falla! …
Hasta que llegó el día. Volvía a casa después de haber estado todo el día en el centro comercial (mi segundo hogar con Yui) cuando, dos o tres manzanas antes de llegar, empiezo a notar un olor horrible. Empecé a hablar con Yui (como si me entendiera, tenía solo unos meses):
-Pero qué es esto, ¿a qué huele? Parece como si estuviésemos en medio de un estercolero…
Y a medida que nos acercábamos a casa el olor se hacía más intenso y más nauseabundo. Me paré en el supermercado pequeñito de la esquina y le pregunté a la cajera, que ya era mi amiga, por qué olía así. Creí entenderle que se habían llevado un camión con mucha basura. Efectivamente. De aquel apartamento del primer piso, al primero que sacaron fue al viejito. Lo vino a buscar su hijo y se lo llevó no sé dónde. Y lo segundo que sacaron fueron toneladas de basura, tanta que debían volver al día siguiente a recoger la que habían dejado amontonada en el balcón, que era de dónde provenía aquel terrible olor. Padecía el Síndrome de Diógenes. 
Durante un par de días no me crucé en ningún momento con la portera. Yo creo que se escondía. Tenía esa especie de orgullo patrio que le impedía reconocer, delante de un extranjero, que en Japón existen los piojos y los Síndromes de Diógenes. 
Era de noche y yo seguía ilusionada con mi lavadora, que ponía a todas horas. Estaba tendiendo la ropa cuando la vi abrir sigilosamente la puerta del primero. Llevaba en sus manos una lata, que yo había visto muchas veces en los anuncios, que al destaparla activa un mecanismo que produce un humo muy denso que mata a todo bicho viviente. La abrió, la dejó dentro y salió corriendo. A la mañana siguiente salí a tender otra lavadora (sigo preguntándome de dónde sacaba tantas cosas que lavar), y la vi llegar otra vez. Sigilosamente abrió la puerta, sin darse cuenta de que yo estaba enfrente, tendiendo…Abrió…soltó un pequeño grito y saltó hacia atrás, al mismo tiempo que se percataba de mi presencia. En un movimiento desesperado intentó cerrar rápidamente la puerta, lo que logró, pero sin poder impedir que yo viera una montaña de cuarenta centímetros de altura, que tapizaba todo el suelo como una alfombra, formada por cucarachas de todos los tamaños que, en su intento de huida, se habían agolpado cerca de lo que creyeron que era la salida.
Le dije “Ohayo gozaimasu” (buenos días) y seguí tendiendo…

martes, 5 de marzo de 2013

LA PORTERA (IV)


"Lo que menos imaginaba era..."

Era…lo que ocurrió. Debo reconocer que soy una maniática de la limpieza. Bueno, o lo era en Japón. Y todo fue por un programa que estaba viendo en la tele. Al principio la veía sin entender ni una sola palabra pero lo cierto es que los programas eran muy divertidos, y poco a poco iba entendiendo más y más. Aquel día, un famoso presentador iba por la calle preguntándole a chicas japonesas guapísimas si les podía hacer una prueba: ellas se ruborizaban y se tapaban la boca (siempre lo hacen cuando se ríen) y, cómo no, aceptaban. La prueba consistía en colocar un pequeño microscopio de alta resolución en su nariz, en esa zona que se nos ensucia más, al lado de los agujeritos. ¡Dios! Ellas pegaron el mismo grito que yo. Las imágenes del microscopio eran terroríficas. Los monstruos de Alien estaban todos allí. Ácaros gigantes con pinzas por boca, cuerpos rígidos, armaduras orgánicas, ocho patas…Saltando unos encima de otros, chocándose…Aquella imagen produjo un gran impacto en mí. Y empezaron a poner programas, no sólo de los ácaros que viven en nuestro cuerpo, sino de los que viven en las tabletas de chocolate (horrorosos), los que vivían en los sillones (estaba a salvo, no tenía ninguno) y los peores: los que vivían en el tatami. Esos se veían incluso a simple vista si te fijabas bien. Los empecé a imaginar entrando por mi oído como en la peli de Star Trek…Y me volví loca. Me fui a la droguería a comprar todos los productos de limpieza imaginables y más. Y puedo asegurar que en Japón los hay de todas las formas, colores y funciones posibles. Me convertí en una “virusa”. Menos mal que lo he ido superando.
Pero allí lo era, y de ahí que la aparición de una cucaracha me trastornara por completo. Y que mi objetivo principal fuese: 
1- averiguar orificio de entrada
2- posible foco de infección (restos de comida…)
3- exterminación inmediata (incluyendo posible descendencia)
Continuará...(jijiji)

lunes, 4 de marzo de 2013

LA PORTERA (III)


Y por fin la conocimos. A ella. A la portera. Ella nos había enseñado el apartamento una de las veces, pero no sabíamos exactamente quién era. Ahora ya lo sabíamos. Era a ella a la que tenía que entregarle el dinero cada mes y la libretita de pagos para que me la sellara. Era a ella a la que debía consultarle cualquier cosa y era ella la que se quejaría también de cualquier cosa. Era como una espía colocada justo a la entrada del edificio. Vivía allí, en el bajo, y aunque nunca pude atisbar nada por los centímetros de puerta que dejaba abierta cuando iba a pagar, juraría que tenía cámaras espía colocadas por doquier. Era antipática con ganas pero sí que admiraba la diligencia con que mantenía limpias las escaleras, día tras día, a pesar de su edad. No le gustaban los extranjeros, se le notaba, pero el destino había hecho que trabajase en un edificio en el que estos eran bien recibidos. Intenté con todas mis fuerzas caerle bien. Cada vez que salía, y veía las cortinillas moverse, le decía adiós. Cada vez que llegaba le decía hola y le agradecía (otzukare sama deshita, costumbre japonesa), el trabajo realizado. Casi no me contestaba. Me rendí a la evidencia cuando, cada vez que me veía salir con la basura, aparecía de la nada y me decía algo. Yo me hacía la tonta y decía, sí, sí. Ella lo que intentaba era pillarme tirando la basura orgánica el día que tocaba la de recipientes de cristal o plástico. Hasta que la pillé yo a ella. Casi se muere. Y no precisamente tirando la basura… 
Desde que llegué al edificio, todas las noches, a eso de las diez, se abría la puerta de uno de los apartamentos del primer piso y salía un hombre mayor a fumar. Le ví la primera vez que estrenaba lavadora. Cómo no podía creer que tenía lavadora en casa, me pasé una semana poniendo varias lavadoras al día (no sé ni lo que lavaba tantas veces). La primera noche puse hasta tres seguidas y cuando salía a tender la ropa a la terraza, le ví. La primera noche, la segunda… Al principio no le di la mayor importancia, pero empecé a relacionar el olor desagradable que entraba todas las noches en el apartamento con aquellas salidas del viejito. Poco a poco me fui acostumbrando y hasta me olvidé de él. Pero se fue quitando el frío y me desesperaba cada vez que al abrir la ventana por la noche entraba alguna cucaracha, a mi parecer “mutantes”, por el tamaño y color rozagante que lucían. Y lo peor: volaban. Me enfadaba y me preguntaba de dónde salían, por qué entraban en mi casita que mantenía tan limpia. Lo que menos imaginaba era… 
Continuará...

viernes, 1 de marzo de 2013

AQUELARRE

Hay palabras feas de verdad. Iba a poner una lista con todas las que se me iban ocurriendo a bote pronto (esta expresión siempre la había dicho mal, pensaba que era : a voz de pronto), pero la que hoy ha aparecido en una conversación mañanera ha sido la palabra aquelarre. Por curiosidad he buscado su etimología y resulta que proviene del euskera, que se ha asimilado al castellano y que se refiere a cualquier reunión de brujos y brujas. Inevitablemente cuando hablamos de aquelarres pensamos en meigas. Para no meter la pata he buscado también su significado. Las meigas, a diferencia de las brujas, son buenas. Pues hablemos solo de brujas, brujos y aquelarres. Siempre los había imaginado en bosques oscuros y frondosos. En noches de luna llena y niebla ascendente. Alrededor de ollas de cobre humeantes. Machos cabríos con cuerpo humano danzando al son de rezos paganos...Pero no. Los aquelarres no necesariamente necesitan de toda esa parafernalia para celebrarse. No necesitan tampoco de la nocturnidad, sí de la alevosía. Se celebran a pleno sol, en lindos hogares, alrededor de tazas de café. También en plena calle, en las colas de los supermercados, en las puertas de los colegios, en oficinas y en despachos...Vía telefónica, Facebook, blogs y wasups. El macho cabrío adopta otras formas más cuidadas. Va a la peluquería. No danza a ritmos frenéticos. Dice hacerlo al son de la luna y las estrellas y si puede se viste de Prada.