jueves, 20 de junio de 2013

El ÁRBOL que lloraba Hojas de LUNA

Érase una vez un árbol que vivía en un patio detrás de dos puertas tan gruesas que no conocía al frío, ni al viento, ni tampoco al calor . Sus hojas caían cada año pero no sabía ni cuándo, ni por qué. Se quedaban a sus pies, amarillentas y adormiladas, cubriendo las raíces que buscando la libertad habían levantado el suelo y reptaban sigilosas intentando colarse por las rendijas de la primera guardiana que encontraban a su paso. Era grande, muy ancha y no tan gruesa como la segunda. Pero a diferencia de esta, estaba siempre cerrada, salvo una pequeña ventanita que siempre estaba abierta y por la que vislumbraba a veces un rayo de sol y otras, muy pocas, pero las mejores, un rayo de luna. El rayo de luna llegaba siempre cargado de historias. Le hablaba de las mareas que hacía crecer a su antojo, como ella lo llamaba "cuando estaba llena"; le hablaba del desierto en el que por más que lo intentaba no lograba reflejarse; de la lluvia que formaba charcos en los que pasaba de ser una a ser mil y de los árboles, de los árboles libres que acariciaba cada noche como le gustaría acariciarlo a él con su luz de luna. Y el árbol lloraba. Lloraba hojas sin saber si era otoño o invierno y bebía agua sin saber si era la sed del verano o las lágrimas del sol. Porque el rayo de sol no hablaba tanto como el de luna. Tan sólo lloraba sobre la puerta , la llenaba de pequeñas gotas que resbalaban hasta el suelo llegando a las raíces que no sabían que si bebes lágrimas de sol lloras hojas de luna.


martes, 18 de junio de 2013

Es de BIEN Nacidos Ser AGRADECIDOS

El refranero español es muy sabio”. Es una de esas frases que a fuerza de escucharla desde muy pequeña, primero a mi abuela y después a mi madre, se queda grabada para siempre: “dime con quién andas y te diré quién eres”, “más vale una vez colorado que ciento amarillo”, “es de bien nacidos ser agradecidos”…Refranes que me han enseñado lecciones de vida antes de que estas llegasen y, en otras ocasiones, una educación que, como decía Saramago, “abre más puertas que mil universidades”.


No habla solo mira
El bien agradecido nunca olvida
`Aunque solo sea un perro´
A Popi y a Sira

lunes, 17 de junio de 2013

El DÍA que Dejé de Ser MARADONA

Hay días en nuestra vida que quedan marcados para siempre, que por más que hayan pasado más de treinta y cuatro o treinta y cinco años nunca se olvidan…como aquel en que  dejé de ser Maradona…

Vivíamos en Tenerife, en la Calle Tomé Cano 14 (tampoco se me olvida), en el edificio Comasa II. Teníamos suerte: un edificio con una gran zona común en medio de la ciudad, con piscina, patios, jardines y amigos; y unos tiempos en los que los niños podían bajar libremente a jugar solos sin ese miedo a todo lo que ahora tenemos miedo. En mi vestuario infantil sólo había una par de “vestidos de niña”, unos vaqueros, algunas camisetas y nada más. Bueno, ¡sí! un uniforme que salía volando en cuanto ponía un pie en casa y lo cambiaba por una camiseta y un bañador y bajaba corriendo a jugar. Con lo de los “vestidos de niña” no quiero decir que no me gustasen, al contrario, me encantaban; era muy presumida y alguna vez me los ponía, pero para mis juegos favoritos no eran muy apropiados. Mientras mi hermana jugaba a enterrar bichitos muertos con las otras niñas del patio, entierros de verdad con procesión incluida, yo jugaba con los niños. Saltábamos obras, muros, nos subíamos siete en una bicicleta y nos hacíamos llamar “los siete fantásticos”. Jugábamos a indios y vaqueros cuando yo podía sacar de casa y con disimulo, la pistola de tiro al blanco con cable y enchufe incluido de aquella primera consola de videojuegos que nos había regalado mi padre.

Lo de los “vaqueros” también había sido una adquisición reciente. Mi padre había decidido que las niñas también podían llevar vaqueros y nos compraron uno a cada una. Era para nosotras algo tan nuevo y desconocido que la primera vez que bajé al patio con ellos, tras varias horas de juego, me entraron ganas de hacer pipí. Mis padres estaban en “su hora de la siesta” por lo que teníamos prohibido tocar al timbre bajo ningún concepto. En una parte escondida del patio mi hermana me miraba desesperada mientras con sus pequeños deditos, ayudados por los míos, intentábamos desabrochar aquel botón que tan poco se parecía a los de siempre. Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas porque no había forma: estaba a punto de reventar y aquél botón no salía del ojal. Y me hice pis encima. Así aprendimos que hay botones sin ojales. Aprendimos el “click” que abrochaba y desabrochaba los pantalones vaqueros…

Y las tardes de juego continuaron, con vaqueros y sin vaqueros. Con indios y sin indios. Y sobre todo con fútbol. No se me daba muy bien pero ponía todas mis ganas en intentar meter un gol. Recibía muchas patadas en la espinilla pero seguía detrás del balón, con aquel pelo revuelto que hizo que mereciese el sobrenombre de “Maradona”. Aquella tarde fue inolvidable. Metí dos goles y mis amigos, Willy, Alexis, Froilán, gritaban mi nombre eufóricos: “Maradona, Maradona” y yo corría y corría…hasta que una voz se coló entre las otras. De él sí que no recuerdo el nombre… “¡ A Maradona le están creciendo las tetasssss!”…Frené en seco. Noté las miradas de todos en aquella parte de mi camiseta roja…Doblé mi espalda, aún sigue doblada…No volví a jugar al fútbol…Dejé de ser Maradona…

sábado, 8 de junio de 2013

Conozco a un pájaro herido...

Conozco a un pájaro herido que aún sin alas quiere volar. Lo encontré flotando en el mar y pensé que estaba muerto sin darme cuenta del lecho de algas que arrullaba su sueño. Me contó que cada día una nueva herida le robaba una pluma y que, de pluma en pluma, había construido otro lecho en el que algún día poder descansar. Le cuidé. Las plumas seguían cayendo pero me enseñó que esas heridas se podían convertir en grietas por las que se colaba el viento para ayudarle a flotar. Ahora volamos juntos: mis pies sobre la arena, sus alas sobre el mar. 
                                                 
                                                        
                                                                                                                                                                                           Guada

jueves, 6 de junio de 2013

UNA de las IMÁGENES más BELLAS de mi Vida

Sonreía feliz, a mi lado, mientras yo conducía. Me decía que era el día más feliz de su vida: ya media 1’40 cm,  podía ir delante y además no iba en la guagua al cole. Llegamos unos minutos tarde. La acompañé hasta la verja y le dije que corriera. La mochila, enorme para su pequeño tamaño, cargada de palabras en inglés que había intentado memorizar, oscilaba al ritmo de sus rápidos pero torpes pasos. Me fijé en sus pies: los calcetines marrones embarullados en los tobillos, las tablas azules escalando por sus rodillas, alejándose del suelo, buscando crecer…Dobló la curva y dejé de verla. No miró hacia atrás, pero la vi sonreír. 

miércoles, 5 de junio de 2013

MAMI en Japón (V)

La siguiente aventura japonesa de mami (porque hubo varias) estaba a punto de llegar. Aquella noche decidí llevarla al “Sento”. En Japón las casas siempre habían sido muy pequeñas, no todas, por supuesto, hay también casas muy grandes, pero para tantos habitantes como llegaron con el crecimiento posterior, con los nuevos rascacielos siguieron conviviendo las pequeñas casas y en su gran mayoría sin baño, por lo que proliferaron los baños públicos. Había varios en cada barrio y tuve la suerte de vivir a solo unos metros de uno de los más antiguos de la ciudad de Tokio. Me encantaba. Los baños públicos cuentan con una pequeña recepción en la que pagabas aproximadamente trescientos yenes y en la que podías adquirir champú y gel si necesitabas, pero lo normal es cada uno lleve el suyo en una pequeña palangana. En la recepción, hacia la derecha, está la entrada al baño de chicas y a la izquierda el de hombres. Esta separación comenzó con la occidentalización de Japón, porque tradicionalmente eran mixtos, no había ese pudor relativo a los sexos. Una vez dentro tienes una casilla en la que poner tu ropa. Haz de entrar desnudo completamente y coger de una fila un pequeño taburete de plástico y una palangana, y luego escoger una de las mini-duchas de las varias que hay (minis porque están a la altura de nuestras rodillas). Te duchas sentadita también en tu mini taburete y con la ayuda de tu pequeña palangana que te echas por encima llena de agua. Es divertidísimo y, una vez limpia, entras en la piscina-yacuzzi común. Única pega: agua hirviendo…pero hirviendo, hirviendo, sales escaldado como un pollo, y eso que a mí me gusta el agua muy caliente…Pero esa vez al estar embarazada preferí no meterme aunque ellos dicen que no pasa nada…La que sí se metió fue mi madre. Los gritos los podéis imaginar. Le había explicado que en una de las esquinas había un chorro de agua fría que servía para enfriar un poquito, pero muy poquito, esa zona de agua. Yo seguía sentada en el taburete haciéndome una pequeña exfoliación de cara, cuando de repente caigo en un sonido nuevo…algo así como un chorro de agua abierto a toda presión y que llevaba ya varios minutos así. Me di la vuelta enseguida porque sobre la marcha caí en la cuenta de lo que podía ser, al mismo tiempo que oía la voz de mi madre:
- Ahora sí Guada. Ahora sí, esto es una maravilla.
La cara de las japonesas era un poema. Mi madre les sonreía y les decía, por supuesto en español: “tranquilas, tranquilas, que esto ya está cogiendo una temperatura chachi.” Ellas la miraban igual de sonrientes. Hacer eso era impensable.  Lo podías abrir unos segundos y un poquito, pero no a todo meter y ya durante varios minutos…Pero con su sonrisa creo que perdonaron a mi madre; a esa extranjera que les sonreía de oreja a oreja (algo también inusual allí) y que compartía, tan feliz, una de sus costumbres más antiguas.

martes, 4 de junio de 2013

MAMI en JAPÓN (IV)

Y llegó a a casa. Venía cargadísima con una maceta que era algo así como un árbol con casetita para un pájaro de madera incluida y llena de plantas. Colgando de una mano, bolsas llenas de libros y en la otra algo más que no recuerdo. Parecía un árbol de navidad iluminado sólo con su sonrisa.
-¡Mami! Que aquí no se puede gritar así en la calle, que todos los vecinos deben estar asustados diciendo “extranjeros tenían que ser”.
Ni me escuchaba. Hablaba sin parar, tan rápido que llegué a creer por un momento que me estaba hablando en japonés. Me contó que había conocido a un montón de gente. Que las plantas me las traía de una floristería en la que me conocían; “Pero mami, qué dices, a mí no me conocen en ninguna floristería”. “Que sí Guada, que les expliqué que trabajabas en la radio , que eras Guada-san y ellas me dijeron claramente que te conocían”.
-Pero , ¿hablaban español?-le pregunté
-No!!!! Japonés!!!!!
Y sí , seguro que mi madre las entendió o ellas a ella, lo cierto es, que mi madre estaba feliz porque me conocían, porque había encontrado unos libros maravillosos en una tienda de segunda mano, porque ahora mismo iba a salir a comprar pan bimbo para hacerme un gazpacho…Y salió. Le di otra vez instrucciones precisas para que supiera ir al supermercado que estaba a solo unos metros de casa. Y tardó. Tardó un montón y llegó hecha un basilisco.  Me explicó que no había encontrado el supermercado por lo que se metió en una hamburguesería. Les había explicado (también en español) que solo necesitaba un pan bimbo para hacer gazpacho. Por supuesto, mi madre no sabía que en Japón es imposible que les pidas algo que se sale de su menú, quiero decir que por supuesto había pan bimbo porque había perritos, pero nunca te pueden vender un pan solo, sin salchicha, aunque te lo vendan al mismo precio. Es algo impensable. Así que no le quedó más remedio que comprar el perrito, abrir la caja, sacar la salchicha y decir “sayonara” . Aún hoy me sigo preguntando cómo ella lograba entenderles y cómo ellos la entendieron a ella…si es que lo hicieron.