domingo, 28 de abril de 2013

¿Quién inventó las piedras?


- ¡¿Quién inventó las piedras?!
La niña corrió hacia su madre gritándole la pregunta. La misma piedra que unos días antes hacía las veces de pileta para ayudarle a él a lavar la ropa. La misma que horas antes emergía de la arena bajo la que llevaba presa miles de años. Ahora que las fuertes mareas le habían abierto las puertas de su prisión a fuerza de lunas llenas, de olas impetuosas, de cambios climáticos, de erosiones descontroladas, de castillos de arena...ahora, quería vivir. Dormía por las noches dejándose acariciar por la Luna en las horas de marea baja y arropar por el mar cuando la cubría por completo con la promesa de no volver a enterrarla para siempre.


jueves, 25 de abril de 2013

La DIGNIDAD en una Bolsa de PLÁSTICO


Respiraba hondo. Intentaba en cada inhalación robarle al mar todo el salitre necesario para curar las pequeñas heridas que las páginas de la vida me habían ido dejando. Laceraciones invisibles por fuera, profundas por dentro. Notaba cómo se aliaban salitre y sol para acelerar la cicatrización. A mi lado dos chicos conversaban. Ella le hablaba de un nuevo trabajo. Más allá un chico que, a tenor del color tan blanco de su piel, no debía tener muchas heridas que curar. Una pandilla de amigos. Unas señoras mayores…Todos mirábamos al mar. De vez en cuando, entre ola y ola, las miradas de unos y otros se cruzaban.

No le vi llegar. Tampoco cuando se quitó la ropa y se quedó en calzoncillos. Estaba bañándose, aseándose. Su baño era distinto al nuestro. Nosotros entrábamos al mar con la desidia del que quiere completar un proceso placentero. Él lo hacía con la desesperación del que, no teniendo nada, quiere conservar al menos su dignidad. Y comenzó a lavar su ropa. Las fuertes mareas habían dejado al descubierto una roca que, camuflada en la orilla, entre espuma y arena, se divertía jugando a hacer trastabillar a los incautos bañistas que, malhumorados, soltaban algún que otro “¡joder!” mientras se agarraban uno u otro pie. Aun así, era una roca generosa. Sabía hasta dónde podía jugar y sabía que él la necesitaba para otra cosa. Enjuagó camisetas, pantalones y calcetines. Completaba la tarea ayudándose de ella, la roca, que a modo de pileta le ayudaba a arrastrar la suciedad acumulada de tantas noches a la intemperie, de tanto frío…frío en el alma. Colgaba la ropa escurrida en la barandilla de la avenida, como tantas veces hemos hecho con nuestras toallas de playa cuando una ola despistada quería llegar más lejos que su compañera y superaba la línea de meta. Pero una cosa son unas toallas de colores y otra una ropa tan digna como cualquier toalla pero que, por pertenecer a quien pertenecía, no merecía ese lugar.

Avisaron a la policía. Él seguía junto a su compañera de tarea que empezaba a disfrutar de esas caricias que, a fuerza de restregar una y otra vez la tela sobre ella, le regalaba afanado en su labor. Ellos le llamaron y le dijeron que se acercara. No podía escuchar lo que le decían pero intuí, por los gestos, que era algo así como que por qué no se iba a otro sitio que le señalaban (supongo que porque allí se lo permitirían) a hacer lo mismo. No sé qué les explicó pero comenzó a recoger “su vida”, que llevaba a cuestas en una mochila, en una bandolera, en una bolsa grande de plástico negra y en otra más pequeña, rota y en la que, a duras penas, logró meter sus tenis y una botella de Coca Cola que había ido rodando, unos metros más allá, por la arena. Le hizo varios nudos y pensé que la botella se volvería a escapar. Escaló por el muro y subió a la avenida. Se puso los pantalones sobre los calzoncillos mojados. Iba a comenzar a andar pero se quedó parado. No sabía qué hacer. Creo que pensaba abandonar la ropa mojada allí, o quizá ya se había olvidado de ella, o simplemente: no tenía dónde guardar su ropa mojada. Pero allí estaban ellos para recordárselo. Se acercó a la ropa…Una chica que, mientras todos observábamos sus idas y venidas, de roca a barandilla, pensaba en cómo podía decirle que era mejor lavar la ropa en la ducha con agua dulce para que no le quedara ensalitrada, se levantó con algo en la mano, lo que parecía una simple bolsa de plástico blanca de supermercado. Se acercó a él y le dijo: “toma, guarda la ropa aquí”. Y él le contestó: “gracias, señora, por su bondad”.

Él se alejó. Ella también. Se vistió. Recogió su toalla, que no era de colores, y caminando con sus heridas ya curadas volvió a respirar hondo. Volvió a robarle al mar un poquito más de salitre para curar heridas…ya no las suyas…las de él.

miércoles, 24 de abril de 2013

AYER: "Mi primer Día del Libro"


Ayer fue mi primer "Día del Libro". Sí, tengo cuarenta y dos años. Pongamos que uso de razón más o menos consciente de lo que pasaba a mi alrededor, desde los ocho. Y ayer viví, por primera vez, el día de las miles y miles de páginas que han pasado por mi vida, y de las miles que quedan por pasar. Recuerdo mi primer libro pero ningún "Día del Libro" vivido por mí. Los recuerdo en las noticias, en las calles, en las puertas del Corte Inglés de la ciudad en la que me tocase estar, un libro y una rosa, pero como mera espectadora, no como mi día. Y no porque sea escritora, por más que digan que "escritor es el que escribe" (y eso sí lo hago, pero escritora...), sino porque por primera vez lo viví rodeada de letras. De letras en manos de personas, o de personas hechas de letras. Poesía en la calle. Escritores unidos por miradas cargadas de sueños compartidos. Los sueños, en forma de verso, no sólo viajaban al viento a través de un micrófono agradecido: se escapaban de sus pupilas y se depositaban en otras que los acogían para volver a volar hasta encontrar un papel en el que posarse.

Arrastrando a Yui de la mano, de acto en acto, deseando que algún día recuerde su primer Día del Libro como aquel en que su madre le pidió que escribiera un cuento, que leyera un poema en medio de la calle; que leyera otra vez, esta vez "Faycan", delante de otros muchos escritores, intentando superar los escollos con los que se encontraba en la lectura: "¡Mami, es que había palabras que no había escuchado nunca..!” Y no como aquel día en que su madre parecía poseída por no sé qué espíritu que la hacía correr de un lado para otro detrás de unas letras que (por más que le dijesen que flotaban en el aire) ella no lograba ver...

A todos los escritores que llenan los días de sueños en forma de palabras.

miércoles, 17 de abril de 2013

TORTUGAS Y TARTANAS

Recuerdo dos infancias: una aquí y otra a la que yo llamo “lejos de aquí”. Ambas son mis infancias, pero la que me abre el corazón es aquella, la de las tortugas y las tartanas. Aún me siguen preguntando de dónde soy. No me consideran ni de aquí ni de allí, pero si le preguntan a mi corazón respondería (o ya lo hace si lo pudieran escuchar latiendo al ritmo de las olas), que soy del mar que escuchaba cada noche y que me arrullaba mientras dormía. Y quise que ella también creciera aquí. Quise hacerla del mar, pero del mar no te haces. Del mar... eres. Y ya no había tartanas, ni tortugas gigantes en el Mercado Central. Ya no hay ‘canarios´ en la solana. Pero si cierro los ojos, entre el murmullo del mar, aún escucho al afilador …Y vuelvo a pasear en tartana. Y mi abuelo vuelve a cogerme de la mano porque sabe que, si no lo hace, volveré a nadar con las tortugas…

lunes, 15 de abril de 2013

YUI (Esencia IV)


Pero para eso todavía faltaban muchos meses. Ahora tocaba seguir trabajando y prepararme para la inminente visita de mi madre. Creo que a todas las abuelas les debe pasar algo parecido pero no sé si llegan al grado de mi madre: se volvió literalmente loca. Loca de amor por “su nieto nonato”, porque ella había decidido que era niño. Llegó a Japón tras más de treinta horas de viaje de puerta a puerta. Y ya desde ese momento había decidido hacer cualquier cosa por “él”. Superó todos sus miedos. Viajar tantísimas horas en avión sola; pincharse en el aeropuerto, ella sola, en el estómago, una inyección anticoagulante para evitar el “mal del turista”. Superar el agobio que le producía ser de ese diez por ciento de mujeres a las que la menopausia atacaba de la forma más brutal y cuyos síntomas imaginaba como algo terrible dentro de un avión durante dieciséis horas; todo ello añadido a que, justo en aquella época, las entradas a los aeropuertos japoneses estaban llenas de cámaras para detectar subidas de temperatura en los cuerpos de los viajeros y a que había varios inspectores que observaban sudoraciones anormales para, ni cortos ni perezosos, ponerte en cuarentena con el fin de evitar un posible contagio por “gripe aviar”. Le había metido tanto miedo al respecto que durante los metros que duró aquel trayecto hasta la salida caminó con la cara “más saludable” que pudo poner…Y llegó. Era tempranito. Salió por aquella puerta con la cara desencajada, agotada, pero feliz, muy feliz. Creo que no era consciente todavía de dónde estaba.

Yo había preparado el apartamento (15 metros cuadrados) lo más acogedor que pude. Estaba aterrorizada pensando que a lo mejor no le gustaba. Al mismo tiempo que pensaba en esas carreras nocturnas que se producirían por la noche en el falso techo (mis amigos los ratoncitos). Tardamos más de dos horas en llegar desde el aeropuerto a casa y casi no le di tiempo a verla: dejé que soltara la maleta y la arrastré otra vez al metro para ir a comer a Shibuya. Quería tenerla la mayor parte del tiempo en la calle para que no se diera cuenta del diminuto espacio en el que iba a pasar quince días. De la precariedad del hogar en el que se suponía que también iba a vivir “él” cuando naciera. Fuimos a comer a un restaurante indio. Yo no paraba de hablar y no me daba cuenta del color cada vez más cetrino de mi madre. Salimos del restaurante y nos dejamos arrastrar por una marea humana de ojos rasgados. Yo estaba decidiendo a dónde debíamos ir a continuación cuando mi madre, casi en un hilo de voz, dijo: “vamos a casa, por favor…” Estaba a punto de `palmarla´, como luego me confesó. No veía nada, estaba mareada, agotada y solo deseaba darse una ducha y acostarse en el suelo de mi apartamento (no había donde sentarse), en el tatami, en el futón, donde yo le dijese…

Continuará...

miércoles, 10 de abril de 2013

YUI (Esencia III)

YUI (Esencia) http://tokioazulguada.blogspot.com.es/2013/03/yui-esencia.html
YUI (Esencia II) http://tokioazulguada.blogspot.com.es/2013/03/yui-esencia_19.html

Continuación de las dos entradas anteriores:


Y lo intentó. Desesperadamente. Buscó por tierra, mar y aire a alguien que me pudiese sustituir y le fue imposible. Casi me hizo firmar una declaración jurada por la que me comprometía a asistir a las grabaciones aunque estuviese de parto.

Así que ahora que lo pienso con la perspectiva del tiempo, la comunicación a terceros (incluído Jin) de mi embarazo se parecía más a un anuncio de nuevos recortes en tiempo de crisis que a una “buena nueva”. Jin tardó quince días en asimilarlo. Al decimoquinto día, cuando Yui medía 12 mm, decidió llamarla “mis doce milímetros” y aceptar que venía en camino.

Mi padre seguía llamando cada dos por tres. Se hizo experto en “embarazos y partos en Japón”. Un día me comunicaba que no había anestesia epidural a lo que yo le contestaba: “ ¡Papi! Por favor, que estamos en Japón , no en el Tercer Mundo. ¡Claro que hay epidural!” Otro día me llamaba y me decía que si no sabía que en Japón no se consideraba el parto como una enfermedad, por lo cual los gastos había que pagarlos y no los cubría la Seguridad Social. A lo que yo contestaba: “¡Papi! Por favor, ¿de dónde sacas esas informaciones? ¡Claro que lo cubre la Seguridad Social! Que para eso pago el Seguro todos los meses”. Y así como mi padre iba aprendiendo más y más sobre el sistema sanitario japonés, yo me iba haciendo más y más experta en meterle bolas al respecto. Tenía toda la razón:  no ponían anestesia epidural, solo en algunas clínicas privadas y si eras extranjera lo podías solicitar pagando una burrada, y al no considerarse una enfermedad había que pagar la totalidad del coste que ascendía a unos 350.000 yenes, casi medio millón de pesetas.

Finalmente mi padre se rindió a la evidencia de que su niet@ iba a nacer en Japón y que él iba a estar en el parto, si no dentro, por ahí cerquita. Así que mi preocupación pasó de ser la falta de epidural o el coste tan elevado del parto a cómo iba a disimular delante de mi padre el dolor para que creyese que me habían puesto la epidural.

Continuará…

viernes, 5 de abril de 2013

PALABRAS


Hay palabras cargadas de lluvia
Que se deslizan sigilosas
Por el folio en blanco
O que temerosas escapan
Entre la humedad de unos labios
Hay palabras que enturbian el alma
Dejándola ensalitrada
Como esos cristales que miran al mar

martes, 2 de abril de 2013

CONFUSIÓN


No recuerdo cuál fue el primero
por más que digan que ese no se olvida.
Confundo el de la infancia con el de la adolescencia,
el maduro con el pasajero.
Las caricias aprendidas con aquellas aprehendidas.
Quizá sea mejor empezar a contar al revés
y que el tuyo sea el primero.
Ese que nunca se olvida.

lunes, 1 de abril de 2013

Sueños bajo la arena

Hay pieles surcadas de vida
Que esconden secretos bajo la arena
Epicentro de sueños perdidos
Que se escapan entre los dedos
Como castillos de arena
Entre la orilla y el océano