jueves, 25 de abril de 2013

La DIGNIDAD en una Bolsa de PLÁSTICO


Respiraba hondo. Intentaba en cada inhalación robarle al mar todo el salitre necesario para curar las pequeñas heridas que las páginas de la vida me habían ido dejando. Laceraciones invisibles por fuera, profundas por dentro. Notaba cómo se aliaban salitre y sol para acelerar la cicatrización. A mi lado dos chicos conversaban. Ella le hablaba de un nuevo trabajo. Más allá un chico que, a tenor del color tan blanco de su piel, no debía tener muchas heridas que curar. Una pandilla de amigos. Unas señoras mayores…Todos mirábamos al mar. De vez en cuando, entre ola y ola, las miradas de unos y otros se cruzaban.

No le vi llegar. Tampoco cuando se quitó la ropa y se quedó en calzoncillos. Estaba bañándose, aseándose. Su baño era distinto al nuestro. Nosotros entrábamos al mar con la desidia del que quiere completar un proceso placentero. Él lo hacía con la desesperación del que, no teniendo nada, quiere conservar al menos su dignidad. Y comenzó a lavar su ropa. Las fuertes mareas habían dejado al descubierto una roca que, camuflada en la orilla, entre espuma y arena, se divertía jugando a hacer trastabillar a los incautos bañistas que, malhumorados, soltaban algún que otro “¡joder!” mientras se agarraban uno u otro pie. Aun así, era una roca generosa. Sabía hasta dónde podía jugar y sabía que él la necesitaba para otra cosa. Enjuagó camisetas, pantalones y calcetines. Completaba la tarea ayudándose de ella, la roca, que a modo de pileta le ayudaba a arrastrar la suciedad acumulada de tantas noches a la intemperie, de tanto frío…frío en el alma. Colgaba la ropa escurrida en la barandilla de la avenida, como tantas veces hemos hecho con nuestras toallas de playa cuando una ola despistada quería llegar más lejos que su compañera y superaba la línea de meta. Pero una cosa son unas toallas de colores y otra una ropa tan digna como cualquier toalla pero que, por pertenecer a quien pertenecía, no merecía ese lugar.

Avisaron a la policía. Él seguía junto a su compañera de tarea que empezaba a disfrutar de esas caricias que, a fuerza de restregar una y otra vez la tela sobre ella, le regalaba afanado en su labor. Ellos le llamaron y le dijeron que se acercara. No podía escuchar lo que le decían pero intuí, por los gestos, que era algo así como que por qué no se iba a otro sitio que le señalaban (supongo que porque allí se lo permitirían) a hacer lo mismo. No sé qué les explicó pero comenzó a recoger “su vida”, que llevaba a cuestas en una mochila, en una bandolera, en una bolsa grande de plástico negra y en otra más pequeña, rota y en la que, a duras penas, logró meter sus tenis y una botella de Coca Cola que había ido rodando, unos metros más allá, por la arena. Le hizo varios nudos y pensé que la botella se volvería a escapar. Escaló por el muro y subió a la avenida. Se puso los pantalones sobre los calzoncillos mojados. Iba a comenzar a andar pero se quedó parado. No sabía qué hacer. Creo que pensaba abandonar la ropa mojada allí, o quizá ya se había olvidado de ella, o simplemente: no tenía dónde guardar su ropa mojada. Pero allí estaban ellos para recordárselo. Se acercó a la ropa…Una chica que, mientras todos observábamos sus idas y venidas, de roca a barandilla, pensaba en cómo podía decirle que era mejor lavar la ropa en la ducha con agua dulce para que no le quedara ensalitrada, se levantó con algo en la mano, lo que parecía una simple bolsa de plástico blanca de supermercado. Se acercó a él y le dijo: “toma, guarda la ropa aquí”. Y él le contestó: “gracias, señora, por su bondad”.

Él se alejó. Ella también. Se vistió. Recogió su toalla, que no era de colores, y caminando con sus heridas ya curadas volvió a respirar hondo. Volvió a robarle al mar un poquito más de salitre para curar heridas…ya no las suyas…las de él.

5 comentarios:

  1. Es un placer leerte, Guada. Cualquier hecho cotidiano que se te cruce lo conviertes en un relato ameno y lleno de ternura. Aunque viniendo de ti no me extraña, dada tu sensibilidad.

    Un beso, guapa!!!

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  2. Sal ... de tu pre-juzgador cuerpo ... y verás las almas.

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  3. Ternura y sensibilidad. Una pena que la toalla no fuera de colores. Precioso.
    Feliz día.

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