jueves, 12 de diciembre de 2013

Un SUEÑO cumplido

Attikus presenta El destino de las palabras

Hace tiempo que no escribo en Tokio Azul...No es porque quisiera abandonarlo, ni mucho menos. Tampoco porque se me hayan acabado las palabras...Es solo que he dedicado todo este tiempo a las palabras de otros. A leerlas una y otra vez. A soñar que esas palabras volaban desde mis dedos al teclado, hasta los labios susurrantes de miles de lectores que las leerían...Imaginaba que la pantalla del ordenador se convertía en una botella y dentro de ella guardaba un mensaje. El primer mensaje, El destino de las palabras, ya está en el mar.



jueves, 24 de octubre de 2013

Los ZAPATOS que no caminan se mueren

Había salido de la ducha a toda velocidad. Se había vestido con la misma velocidad, maquillado, peinado y metido en el ascensor. Sólo se había parado unos minutos más de los necesarios para cambiar de zapatos. Dejó a un lado los tenis plateados que, a fuerza de tanto caminar, ya no parecían tan lustrosos. Habían envejecido igual que lo habían hecho esos plátanos que había comprado muy verdes hacia tres días, que seguían igual de verdes esta mañana y que ahora, varias horas después, parecía que habían caminado mucho, como esos tenis, y ya no eran tan verdes.

Rebuscó entre las cajas de zapatos y los encontró. No sabe qué le hizo recordarlos. Sólo se los había puesto tres veces. Eran algo extraños: parecían babuchas. Pero lo que los hacía más especiales era la pequeña pulsera, a modo de brazalete, que se ajustaba a su tobillo. Había tardado muchos años en aceptar sus tobillos...y sus muñecas. Desde aquella vez que en el instituto, después de haber estado haciendo un ejercicio de matemáticas en la pizarra y volver a su pupitre, un compañero de clase, Marino, se agachó a su lado y rodeó su tobillo con los dedos, también a modo de pulsera. No le hizo falta utilizar las dos manos: su delgado tobillo cabía perfectamente entre su índice y pulgar. Le dijo que nunca en su vida había visto unos tobillos tan delgados. Apartó los pies rápidamente intentando esconderlos y cubrirlos con la falda que llevaba. A partir de ese día,durante mucho tiempo, los ocultó.

Cogió los zapatos, se los puso y se quedó contenta con el resultado.

Salió del ascensor. Se metió en el taxi y pidió que la llevara a toda velocidad a la antigua Clínica del Pino. Una vez allí preguntó varias veces por una tienda de música hasta que la encontró. Consiguió los libros que buscaba. Sacó el monedero al tiempo que se le caían unas monedas y se dio cuenta: sus pies estaban rodeados de lo que parecían hojas secas. Hojas secas negras. A sus zapatos les había llegado el otoño y se deshojaban. Llevaban tanto tiempo en el armario que ninguna estación había pasado por ellos. Se agachó y los acarició. Intentaba con aquel gesto que no siguieran deshaciéndose, pero lo único que lograba era quedarse con más hojas entre los dedos.

Salió de la tienda de música y caminó hacia Triana dejando un rastro de otoño a cada paso.


lunes, 14 de octubre de 2013

SUEÑOS


"Siento un gran vacío sin ti…"

Aún podía leer las letras que habían sobrevivido, como agarradas a un salvavidas, en ese pequeño mar de tinta que  teñía el papel. Caminaba distraída por la arena recogiendo conchas con las que iba llenando un pequeño jarrón de cristal en el que siempre decía guardaba un pequeño trozo de mar. Sobresalía un poco entre la arena y la espuma que traían las olas. La cogió, con manos temblorosas y lágrimas en los ojos, sin poder creerse que uno de los sueños que encabezaba la lista de sus Sueños por Cumplir  se acababa de hacer realidad.

Sueños por cumplir
1-Encontrar un mensaje en una botella.
2-Que Neptuno venga a buscarme a la orilla y me lleve a dar un paseo al fondo del mar.
3-Que me regalen un perro grande, muy grande, para darle la comida que no me cabe.

“Siento un gran vacío sin ti
1932”

Su lista de sueños había ido creciendo con los años. Unos se habían cumplido.  Otros seguían esperando. Neptuno (aunque no lo recordaba), la había llevado al fondo del mar. Lo supo por las algas enredadas una noche en su pelo y por el sabor a sal que quedó para siempre en su piel. Lara, la Golden Retriever que apareció malherida una mañana en la puerta de casa, se puso sana y fuerte y, misteriosamente, engordaba más rápido de lo normal, a pesar de que solo comía su ración diaria de pienso.
Sueños por cumplir
28-Que este amor sea eterno
31-Que no se olvide de mí
59-Que no se vaya…por favor…que no se vaya…
62-Duerme mi amor y espérame allí.
63-Enviar un mensaje en una botella.

“Siento un gran vacío sin ti
1932
2033”

martes, 8 de octubre de 2013

NANCY

Todas las mañanas al levantarse lo primero que hacía era comprobar su Facebook. Revisaba las actualizaciones, las solicitudes y los post de sus amigos más interesantes, pero lo que la tenía más enganchada era el muro de alguien que le había pedido amistad. No la conocía, pero a pesar de que esa no era su política habitual -solo amigos y conocidos- la aceptó. Entraba en su muro intrigada por esa vida, falta de vida, que allí podía leer cada mañana. Sabía de sus estados de ánimo por las frases con las que se despertaba. Sabía lo que leía (best-sellers que dejaban mucho que desear), la música que le gustaba, y la no-vida que llevaba. Colgaba fotos, de fiesta en fiesta, acompañadas de pequeñas frases, nunca exentas de alguna falta de ortografía, que no hacían más que confirmar que detrás de aquellos ojos, que parecían sonreír, no había absolutamente nada. Pero aun así la seguía. Había semanas en las que no aparecía nada nuevo y hasta se preocupaba pensando que quizá le había pasado algo. Le escribía mensajes que nunca enviaba. No quería romper esa línea que marcaba la diferencia entre visitas al muro de forma anónima y evidenciar un seguimiento con nombre y apellidos. Y, de repente, aparecía otra vez. Nunca parecía la misma. Varios kilos de más o de menos, según la estación. Los que nunca cambiaban eran sus ojos. Eran como los de aquellas Nancys de su infancia: secos.

Era lunes. Encendió el ordenador e introdujo las palabras….Face…Clave…Buscar…No aparecía entre sus amigos. Ni en el buscador. Por un momento sintió un pequeño vacío. Nada parecido a esa indignación que sufren los que son borrados así de la pantalla.

Martes. Encendió el ordenador…Face…Solicitud de amistad…Otro nombre, otra cara…pero los mismos ojos de muñeca: secos…Rechazar solicitud .

martes, 17 de septiembre de 2013

GRIETAS en el Espejo

Había decidido no salir a la calle mientras durase aquel permiso. No. En realidad no lo había decidido ella, lo decidió el miedo. Los terribles dolores de cabeza que había sufrido durante más de un año, y que parecía que había superado, habían vuelto con más fuerza.

Aquella mañana se había levantado temprano. Desde que él había salido de su vida los pequeños rituales matinales se presentaban de otro color. Lo que antes vivía en blanco y negro ahora se teñía con pequeñas manchas de rojo, azul, amarillo... Se miraba al espejo. Todavía quedaban sus huellas en él. Hacía caso omiso a su madre, que no entendía por qué no lo cambiaba de una vez. Ella sí lo sabía. Quería olvidarle, y lo estaba consiguiendo, pero necesitaba no olvidar aquello por lo que debía olvidarle. Las grietas deformaban su sonrisa, una sonrisa que había prometido regalarle a sus labios todos los días, pidiéndoles perdón por haberles traicionado dejando que cayeran a sus pies detrás de cada golpe.

Terror. Dicen que el miedo se huele. Si es cierto, ella, ahora mismo, es la esencia del terror. El teléfono había sonado temprano. Seis días…Sí…No. No le han puesto la pulsera…Cerró la puerta, cerró las ventanas, bajó las persianas y comenzó a temblar.

Se vistió intentando parecer atractiva. Seguía sin creerse que lo era y que solo gracias al maquillaje y la ropa un poco ajustada lograba no parecer un espantapájaros…¡Espantapájaros!¡Nunca había visto un espantapájaros disfrazado de puta!...Cerró los ojos y se tapó los oídos. Por fin había conseguido una entrevista de trabajo. No quería desaprovechar esa oportunidad que había tardado tanto en llegar. Cogió el bolso, las llaves y cerró la puerta.

Tengo una entrevista de trabajo…Tengo una entrevista de trabajo…Tengo una entrevista de trabajo… Y cerró los ojos. Los tuvo cerrados once meses. Los médicos creían que no le quedarían secuelas si lograba despertarse. No encontraban explicación médica para la inconsciencia que sufría. Los martillazos en el cráneo no le habían afectado neurológicamente y los de la cara y el resto del cuerpo solo habían roto huesos, pero no habían dañado órganos internos.

Había prometido que terminaría lo que había empezado. Cada vez que a él le daban la libertad se la quitaban a ella.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

No todos los DESIERTOS son VACÍO

He leído mil libros. Seguiré leyendo y esa será siempre mi respuesta: he leído mil libros hoy, mil libros dentro de cinco años, mil libros dentro de diez…

Y hoy  en una de esas lecturas  después de trasladarme al desierto, de ser testigo indiscreto de un cruce de miradas más allá del tiempo, he pensado en los protagonistas de todos esos libros. En cuántos de ellos saben que su mirada ha quedado para siempre atrapada entre las letras de un libro. En cuántos son solo personajes inventados y cuántos serán aquellos que en algún momento, quizá solo décimas de segundo, se cruzaron con ese escritor que les escribió inmortalizándolos para siempre.

viernes, 30 de agosto de 2013

Las MANOS de Dorian G.

Cierra los ojos…acabo de leer. Solo tres palabras que pueden contener todos los sueños del mundo. Nunca me gustó que me lo hicieran. Que lo dijeran sí. Pero que se acerquen  por detrás y me tapen los ojos con las manos nunca me ha gustado. Debe ser por la manía que tengo de que no me toquen la cara. Recuerdo unas manos frías de dedos largos que solían  hacerlo. No era para regalarme nada, ni para mostrarme alguna sorpresa. La sorpresa en sí era su presencia. No sé cómo nunca se dio cuenta de lo hierático de mi cuerpo, del rictus en la sonrisa, de la poca sorpresa que me daba. También es cierto que, en aquel tiempo, esas manos estaban cargadas de buenas intenciones, el problema era únicamente mío: las manos y mi cara no conjugaban bien, incluso las mías, que solo se podían saltar la veda para enjugar lágrimas. 

Aquellas manos me taparon los ojos alguna vez más. Muy pocas. Ahora ninguna. En el desván de su casa guarda un retrato, un retrato de sus manos. No quiere que nadie lo vea. Mientras las suyas con el paso del tiempo van adquiriendo lozanía, pierden el temblor y el color amarillo de la nicotina, las del dibujo van envejeciendo. Se arrugan. Se ennegrecen. Pequeños gusanos invaden el lienzo. Un lienzo que no solo capturó sus manos, también su alma. 

viernes, 23 de agosto de 2013

CORAZÓN ...Espérame

Sigo buscándolo. Creo que es lo único que sigo buscando y que aún guardo la esperanza de encontrar algún día. Un libro. Se llama "Corazón". Acababa de cumplir ocho años y hacía sólo unos días que había hecho la Primera Comunión. Una Primera Comunión como las de antes, con mis compañeras de clase, vestida con una hábito, todas iguales sin que se notase a simple vista quién tenía más o menos, no como ahora que cada Comunión se convierte en un alarde de gastos: quién escoge el restaurante más lujoso, quién lleva el traje "de novia" - porque parecen de novias, no de niñas de nueve años, más caro y espectacular- quién tiene más invitados...Y todo ello unido la mafia religiosa que no deja que saques fotos ya que han otorgado la exclusiva a cambio de un "sobre-donativo"...En la mía jugué al escondite en el salón, bebí clíper y anoté, entre los nuevos propósitos, en mi libro de comunión : comer bien.

Su nombre empezaba por A. Era la vecina del 5-1, la puerta justo de al lado. La veía muy poco. La recuerdo sonriente, con el pelo corto, morena...pero nada más. Tampoco recuerdo los cotilleos que posiblemente se produjesen en la cocina de mi casa. Seguro que entre todos los vecinos de aquel edificio de treinta y seis puertas ya le habían inventado una vida. Unos días después de mi comunión tocó al timbre...¡Lupita!- gritó mi abuela. Salí corriendo pensando que me iba a encontrar a mi amiga Natalia, pero allí sólo estaba A con un libro entre las manos. Era grande, grueso, con las tapas duras y el dibujo de la cara de un niño con el pelo rizado negro y en letras muy grandes el título: Corazón. Me lo había dedicado: "Con cariño a Lupita...A". Mi afán por la lectura no había empezado todavía. Creo que comenzó un año después; por eso el libro tuvo que esperar. Y esperó. Viajó conmigo a Tenerife. Allí descubrí sus dibujos a carboncillo que copié hasta la saciedad utilizando la cuadrícula que dibujaba encima, a lápiz, muy flojito. Y más tarde sus letras que formaban cuentos y cartas: El pequeño patriota Paduano, El pequeño vigía lombardo, Sangre Romañola, Valor Cívico...Títulos que sin duda debían asustar a un lector principiante de apenas nueve años pero que, una vez superado ese miedo, te hacían desear seguir leyendo, más y más... Leí el libro muchas veces. Pedí más libros. Descubrí a Los Cinco, a Puck, a Esther, a Sandokán, a Tom Sawyer, a Hukleberry Finn, a Bastian, a Momo...

Volvíamos del colegio. Entré en el ascensor y toqué el botón del quinto. Mi hermana y yo nos reíamos. Alguna aventura graciosa del colegio. Mamarora esperaba con la puerta abierta. Hubiésemos entrado sin más y sin darnos cuenta de la cinta amarilla que sellaba la puerta de al lado, del revoloteo que había en las escaleras, de las puertas que se abrían y cerraban, de los murmullos que subían por la escalera buscando cualquier oído dispuesto a escuchar, a especular, a inventar...pero Mamarora miró y yo miré. No pregunté. Entre susurros y susurros, palabras sueltas: era muy rara...novia...novio...familia...suicidio...que no se enteren las niñas...

No volví a ver a A. Y perdí a Corazón. De Tenerife fue a Oviedo y de allí a Lanzarote. Y de ahí a alguna biblioteca o colección privada. Me esperó una vez; por eso sé que aún lo sigue haciendo.


viernes, 26 de julio de 2013

INVISIBLE

Había sido un duro día. Situaciones complicadas de la vida cotidiana a las que se unía la terrible tragedia de un tren cargado de sueños que se quedaron en unas vías que no llegaban a ninguna parte. Vagones que se volvieron de juguete en manos de un destino que tenía el pelo blanco. No nos poníamos de acuerdo en nada y discutíamos por el tamaño de unas tortugas. Que si un terrario es más grande, que no, que sólo cuando crezcan, que si no es grande no crecen. ¡Lo vas a saber tú mejor que yo que tengo una amiga que tiene dos! ¡Pues yo tuve seis!...Y el número de víctimas iba creciendo...También la nuestra, que pasó de ser tortuga a ser persona. Que sí queríamos algo mejor, que no sabemos si te has precipitado. Que quizá el trabajo no sea el adecuado...Y el número de víctimas iba creciendo...Que si yo tomo mis propias decisiones. Que si tienen que esperar a hacer la digestión... Cogí el libro que estaba leyendo y conseguí olvidarme de todo: del día de Santiago, de felicitar a mi amigo Santiago, de las tortugas, del tren...y me hice invisible. “Invisible". Ese era precisamente el título de la novela de Paul Auster que leía. Pero llegó la hora de la cena. Tuve que soltarlo y volver a ser visible. Y volví a serlo a saco. Que sí la peli de la Sexta, que si la de la Paramount; y entre zaping y zaping, el morbo de ver a Lucía Etxebarria con un ataque de ansiedad en medio de un reality de Telecinco; y tú sin dar señales de vida...Y el número de víctimas iba creciendo...Y Lucía llorando amenazando con irse; y yo inventando historias en las nubes en verde del wasup. Que el camino recto es el más corto. Que la respuesta más sencilla es la correcta. Que no merece la pena...Y el número de víctimas seguía creciendo... Volví a coger el libro y volví a hacerme invisible. La ilusión duró sólo unas horas más. Las mismas que tardaron las palabras en agotarse en mis ojos. Los cerré y entraron ellas, las pesadillas, dispuestas a susurrarme que había estado preocupada por algo, pero sin recordar el qué...Y el número de víctimas seguía creciendo...Y quise dormir alejando pesadillas, cerrando los ojos pensando en algo bonito. Y te vi. Hoy. Al borde la piscina. Enseñándome cómo te tirabas de cabeza. Acababas de aprender. Ya no tenías miedo. Y cerré los ojos sonriendo por tu hazaña infantil y ya, sin miedo, deseando que se parara el contador...me dormí.

sábado, 20 de julio de 2013

CUENTOS en el Armario

No puedo dormir. Por la noche las palabras asaltan mis sueños. La puerta del armario, que Yui ha dejado abierta y que por hacerme la valiente no cerré, se presenta delante de mis ojos dormidos recordándome aquello que nunca he podido olvidar: los mundos que se esconden tras sus puertas, las aventuras que nunca me atreví a vivir y los seres fantásticos que no dejé entrar por cerrarla todas las noches, antes de acostarme a dormir, muerta de miedo. Esta noche la seguiré dejando abierta, a pesar de la inquietud que me produce cada vez que la veo al girar y girar sobre mi almohada, ya dura de tantas palabras caídas. Por la mañana recogeré esas palabras y quizá encuentre alguna huella (polvo de estrellas o lluvia azul), sobre la ropa doblada, debajo de la cama, o simplemente  pueda recoger mis sueños en un papel que guardaré en el armario de mi cuarto junto a los cuentos de mi vida, los que sé que tampoco duermen, como yo, esperando que un día me atreva a entrar a jugar con ellos. Pero es que hay algunos cuentos que aún me siguen dando miedo… 

人魚
La sirenita
Escondida en mi armario...

jueves, 18 de julio de 2013

ISLEÑA y GUAJIRA (Belkys Rodríguez)

Hace días que no escribo. Debe ser el verano que me está licuando la tinta en las venas y que sólo, en la oscuridad de la noche, cuando las temperaturas bajan, cuando reina el silencio del viento golpeando mis ventanas...llega a mi sueño el deseo de leer y de escribir. Y leí. Leí a Belkys, mi amiga Isleña y Guajira...

"Guajira, no guantanamera y sí batabanoense. Batabanó, pueblito sureño, entre la campiña cubana y el mar Caribe; villa ilustre de la antigua provincia La Habana. El pueblo de la bala perdida, como solía decir un amigo mío; donde el diablo dio las tres voces y nadie lo escuchó. Casas de madera, desgastadas por la desidia y los huracanes; calles polvorientas, con domingos tan apacibles que hasta el calor bosteza y se aburre; perros sarnosos que vagan como almas en pena; el parque con su glorieta,  el busto de José Martí, las palmas reales, el Liceo, la iglesia vetusta  y achacosa, las Cuatro Esquinas por donde fluyen la algarabía de los niños que salen de la escuela y las aguas residuales. Allí late el corazón del pueblo: la librería, la cafetería donde solo venden ron y tabaco en moneda nacional, la tienda de Cheo (aunque el gobierno la expropió hace cincuenta años, todo el mundo la sigue llamando así), la shoping o tienda para comprar con dólares, la gasolinera, donde cobran también en “moneda dura” el combustible y los refrescos fabricados en la isla, la relojería, la barbería, los carros americanos de los años cuarenta y cincuenta con motores Nissan de los noventa, la tierra colorá que se te incrusta en la piel y en los pulmones, el cine Yaracuy que se cae a pedazos, la bodega sin víveres, la carnicería sin carne, los quioscos de los pequeños agricultores, con sus pregones de aquí tiene sus frijolitos frescos y su ají cachucha, la parada por donde  no pasan guaguas desde  la última glaciación.
Con sangre canaria y asturiana y un gen de Marco Polo. Isleña que por nada del mundo se le ocurre vivir en tierra continental. Guajira renegada que emigró primero a la capital, esa Habana inextinguible, caótica y decadente; después al Polo Norte, a la isla de fuego y hielo, y entre glaciares y volcanes aprendió a caminar sobre la nieve y a disfrutar de una aurora boreal desde la ventana de su casa. Entre elfos y vikingos vino al mundo su hijo, el primer cubano nacido en la tierra de Erík el Rojo. Un niño bilingüe de pelo negro entre tantos rubios y pelirrojos. Nuestros amigos nórdicos no podían entender cómo éramos capaces de sobrevivir entre el hielo y la oscuridad polar. Es que somos “duros de pelar”, como dijera mi padre. Tenemos genes a prueba de balas y llevamos una buena reserva de sol tropical en los recuerdos.
Ahora,  otra isla, la de repuesto como la llama mi amigo Manuel. De clima subtropical, de calimas, barrancos,  arenas negras, sin aguaceros, montañas color ocre, dunas, dragos y bosques de laurisilva, amigos de pura raza, el amor en la mirada de un hombre que empuja mis raíces más hacia el fondo. Roque Aguayro, Roque Nublo, Fortaleza de Ansite, Guayadeque, Santa Lucía, San Bartolomé, Agüimes, Arinaga, el mar Atlántico encrespado y enigmático. No quemo las naves, simplemente suelto los cabos para que naveguen sin timonel y sin brújula. Desde la orilla agito el pañuelo blanco intentando despedirme definitivamente de la nostalgia."

Y escribí...

"Son las cuatro de la madrugada. No podía dormir y recordé que no había logrado acceder al blog. Lo intenté de nuevo y aquí estoy, más desvelada que antes, con lágrimas de emoción en los ojos dormidos, escuchando al viento que azota las ventanas, y pienso que es casi huracanado, como el de tu isla, en esta otra, vecina de la mía, de la tuya de repuesto, la que una vez me dijiste que querías conocer porque te recordaría a esa otra tierra,de fuego y hielo , donde nació tu pequeño vikingo ¡cubano! como él gritaría, si me estuviese leyendo, a los cuatro vientos...El viento sigue golpeando las ventanas, las palmeras, las puertas... y se lleva lejos la tierra del desierto que nos trae entre las nubes. Una tierra roja que lo cubre todo, que también se mete en los pulmones, que desafina los pianos y que seguro también trae recuerdos a una niña isleña y guajira. Y que quizá esté volando, entre otras nubes, de isla en isla, desde la mía hasta la tuya."

Para ti mi querida Belkys...

sábado, 6 de julio de 2013

MAMI en Japón (VI) (Cómo descubrí que tenía el don de lenguas)

La experiencia del sento fascinó tanto a mi madre que a los dos días decidió volver. Pero esta vez ella sola. Había sido otro día duro. Me me había acompañado al trabajo y mientras yo daba las horas de clase que tenía establecidas, ella me esperó dando vueltas en Tokyu Hands, un centro comercial de 10 u 11 plantas o más (ya no recuerdo) en donde encuentras de todo: desde un bolígrafo de ultra diseño hasta una bicicleta (también de ultra diseño); desde un fuchi-fuchi para matar cucarachas hasta un aparato de ultrasonido para ahuyentar ratas; desde un disfraz de luchador de sumo hasta una paellera. Y así podría seguir y seguir y la lista de las cosas más prácticas, junto a las más inverosímiles, sería interminable. Y mi madre encontró allí su segundo paraíso (el primero “el sento”). Cuando llegó a recogerme a la academia venía cargada de bolsas, otra vez con esa cara que se nos pone a todos en Tokio cuando realizamos nuestras primeras compras: los ojos desorbitados, la sonrisa de oreja a oreja, una especie de estrés por la mezcla de sentimientos: ¡Dios mío, me he pasado! ¡La Visa va a estallar! ¡Es una oportunidad única! ¡No pasa nada! ¿De verdad necesitaba ese papel de arroz? ¿Y esos papelitos cuadrados que no sé para qué sirven pero que eran preciosos? ¿Y esos alambres, para qué serán? Bueno…mañana vuelvo a buscar aquellas hojas secas…


Volvimos a casa cargadas de bolsas. Yo estaba agotada y no tenía fuerzas para ir al sento; además, por mucho que dijese el médico japonés, que ese agua hirviendo, pero hirviendo de verdad, no era mala para el bebé que esperaba, yo me fiaba más de mi “Guía del niño”, la revista que me había enviado mi madre desde España, y de aquellas 100 páginas que fueron mi ginecólogo durante todo el embarazo. Y allí lo ponía bien claro: nada de saunas, ni aguas calientes. Así que mi madre decidió ir sola. Y se fue. Recuerdo que lo único que le dije fue que llevase los trescientos yenes para pagar…y nada más. Daba por hecho que había cogido el champú y el gel. Y no, no la había cogido:



Llegué y pagué como me dijiste. Y fue cuando me di cuenta de que no había cogido ni champú, ni gel. Entonces vi a una señora que estaba lavando su toallita y le pedí que si me dejaba un poquito en la mano. Me explicó que me llevase el bote y que cuando terminase se lo devolviese. ¡Fue genial! Me pegué al chorrito de agua fría para no cocerme como un pollo y cuando terminé me senté a ponerme crema en la silla de masajes, y me di un masaje ….`pero mami, si no llevabas dinero ¿cómo te diste el masaje?´...Una señora se me acercó , me tumbó para atrás y metió una moneda en la ranura, me sonrió y me dijo que era mucho mejor terminar con una masajito…`pero…¿hablaba español?´...¡Guada! ¡Qué manía! ¡Que aquí todos hablan japonés!”

jueves, 20 de junio de 2013

El ÁRBOL que lloraba Hojas de LUNA

Érase una vez un árbol que vivía en un patio detrás de dos puertas tan gruesas que no conocía al frío, ni al viento, ni tampoco al calor . Sus hojas caían cada año pero no sabía ni cuándo, ni por qué. Se quedaban a sus pies, amarillentas y adormiladas, cubriendo las raíces que buscando la libertad habían levantado el suelo y reptaban sigilosas intentando colarse por las rendijas de la primera guardiana que encontraban a su paso. Era grande, muy ancha y no tan gruesa como la segunda. Pero a diferencia de esta, estaba siempre cerrada, salvo una pequeña ventanita que siempre estaba abierta y por la que vislumbraba a veces un rayo de sol y otras, muy pocas, pero las mejores, un rayo de luna. El rayo de luna llegaba siempre cargado de historias. Le hablaba de las mareas que hacía crecer a su antojo, como ella lo llamaba "cuando estaba llena"; le hablaba del desierto en el que por más que lo intentaba no lograba reflejarse; de la lluvia que formaba charcos en los que pasaba de ser una a ser mil y de los árboles, de los árboles libres que acariciaba cada noche como le gustaría acariciarlo a él con su luz de luna. Y el árbol lloraba. Lloraba hojas sin saber si era otoño o invierno y bebía agua sin saber si era la sed del verano o las lágrimas del sol. Porque el rayo de sol no hablaba tanto como el de luna. Tan sólo lloraba sobre la puerta , la llenaba de pequeñas gotas que resbalaban hasta el suelo llegando a las raíces que no sabían que si bebes lágrimas de sol lloras hojas de luna.


martes, 18 de junio de 2013

Es de BIEN Nacidos Ser AGRADECIDOS

El refranero español es muy sabio”. Es una de esas frases que a fuerza de escucharla desde muy pequeña, primero a mi abuela y después a mi madre, se queda grabada para siempre: “dime con quién andas y te diré quién eres”, “más vale una vez colorado que ciento amarillo”, “es de bien nacidos ser agradecidos”…Refranes que me han enseñado lecciones de vida antes de que estas llegasen y, en otras ocasiones, una educación que, como decía Saramago, “abre más puertas que mil universidades”.


No habla solo mira
El bien agradecido nunca olvida
`Aunque solo sea un perro´
A Popi y a Sira

lunes, 17 de junio de 2013

El DÍA que Dejé de Ser MARADONA

Hay días en nuestra vida que quedan marcados para siempre, que por más que hayan pasado más de treinta y cuatro o treinta y cinco años nunca se olvidan…como aquel en que  dejé de ser Maradona…

Vivíamos en Tenerife, en la Calle Tomé Cano 14 (tampoco se me olvida), en el edificio Comasa II. Teníamos suerte: un edificio con una gran zona común en medio de la ciudad, con piscina, patios, jardines y amigos; y unos tiempos en los que los niños podían bajar libremente a jugar solos sin ese miedo a todo lo que ahora tenemos miedo. En mi vestuario infantil sólo había una par de “vestidos de niña”, unos vaqueros, algunas camisetas y nada más. Bueno, ¡sí! un uniforme que salía volando en cuanto ponía un pie en casa y lo cambiaba por una camiseta y un bañador y bajaba corriendo a jugar. Con lo de los “vestidos de niña” no quiero decir que no me gustasen, al contrario, me encantaban; era muy presumida y alguna vez me los ponía, pero para mis juegos favoritos no eran muy apropiados. Mientras mi hermana jugaba a enterrar bichitos muertos con las otras niñas del patio, entierros de verdad con procesión incluida, yo jugaba con los niños. Saltábamos obras, muros, nos subíamos siete en una bicicleta y nos hacíamos llamar “los siete fantásticos”. Jugábamos a indios y vaqueros cuando yo podía sacar de casa y con disimulo, la pistola de tiro al blanco con cable y enchufe incluido de aquella primera consola de videojuegos que nos había regalado mi padre.

Lo de los “vaqueros” también había sido una adquisición reciente. Mi padre había decidido que las niñas también podían llevar vaqueros y nos compraron uno a cada una. Era para nosotras algo tan nuevo y desconocido que la primera vez que bajé al patio con ellos, tras varias horas de juego, me entraron ganas de hacer pipí. Mis padres estaban en “su hora de la siesta” por lo que teníamos prohibido tocar al timbre bajo ningún concepto. En una parte escondida del patio mi hermana me miraba desesperada mientras con sus pequeños deditos, ayudados por los míos, intentábamos desabrochar aquel botón que tan poco se parecía a los de siempre. Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas porque no había forma: estaba a punto de reventar y aquél botón no salía del ojal. Y me hice pis encima. Así aprendimos que hay botones sin ojales. Aprendimos el “click” que abrochaba y desabrochaba los pantalones vaqueros…

Y las tardes de juego continuaron, con vaqueros y sin vaqueros. Con indios y sin indios. Y sobre todo con fútbol. No se me daba muy bien pero ponía todas mis ganas en intentar meter un gol. Recibía muchas patadas en la espinilla pero seguía detrás del balón, con aquel pelo revuelto que hizo que mereciese el sobrenombre de “Maradona”. Aquella tarde fue inolvidable. Metí dos goles y mis amigos, Willy, Alexis, Froilán, gritaban mi nombre eufóricos: “Maradona, Maradona” y yo corría y corría…hasta que una voz se coló entre las otras. De él sí que no recuerdo el nombre… “¡ A Maradona le están creciendo las tetasssss!”…Frené en seco. Noté las miradas de todos en aquella parte de mi camiseta roja…Doblé mi espalda, aún sigue doblada…No volví a jugar al fútbol…Dejé de ser Maradona…

sábado, 8 de junio de 2013

Conozco a un pájaro herido...

Conozco a un pájaro herido que aún sin alas quiere volar. Lo encontré flotando en el mar y pensé que estaba muerto sin darme cuenta del lecho de algas que arrullaba su sueño. Me contó que cada día una nueva herida le robaba una pluma y que, de pluma en pluma, había construido otro lecho en el que algún día poder descansar. Le cuidé. Las plumas seguían cayendo pero me enseñó que esas heridas se podían convertir en grietas por las que se colaba el viento para ayudarle a flotar. Ahora volamos juntos: mis pies sobre la arena, sus alas sobre el mar. 
                                                 
                                                        
                                                                                                                                                                                           Guada

jueves, 6 de junio de 2013

UNA de las IMÁGENES más BELLAS de mi Vida

Sonreía feliz, a mi lado, mientras yo conducía. Me decía que era el día más feliz de su vida: ya media 1’40 cm,  podía ir delante y además no iba en la guagua al cole. Llegamos unos minutos tarde. La acompañé hasta la verja y le dije que corriera. La mochila, enorme para su pequeño tamaño, cargada de palabras en inglés que había intentado memorizar, oscilaba al ritmo de sus rápidos pero torpes pasos. Me fijé en sus pies: los calcetines marrones embarullados en los tobillos, las tablas azules escalando por sus rodillas, alejándose del suelo, buscando crecer…Dobló la curva y dejé de verla. No miró hacia atrás, pero la vi sonreír. 

miércoles, 5 de junio de 2013

MAMI en Japón (V)

La siguiente aventura japonesa de mami (porque hubo varias) estaba a punto de llegar. Aquella noche decidí llevarla al “Sento”. En Japón las casas siempre habían sido muy pequeñas, no todas, por supuesto, hay también casas muy grandes, pero para tantos habitantes como llegaron con el crecimiento posterior, con los nuevos rascacielos siguieron conviviendo las pequeñas casas y en su gran mayoría sin baño, por lo que proliferaron los baños públicos. Había varios en cada barrio y tuve la suerte de vivir a solo unos metros de uno de los más antiguos de la ciudad de Tokio. Me encantaba. Los baños públicos cuentan con una pequeña recepción en la que pagabas aproximadamente trescientos yenes y en la que podías adquirir champú y gel si necesitabas, pero lo normal es cada uno lleve el suyo en una pequeña palangana. En la recepción, hacia la derecha, está la entrada al baño de chicas y a la izquierda el de hombres. Esta separación comenzó con la occidentalización de Japón, porque tradicionalmente eran mixtos, no había ese pudor relativo a los sexos. Una vez dentro tienes una casilla en la que poner tu ropa. Haz de entrar desnudo completamente y coger de una fila un pequeño taburete de plástico y una palangana, y luego escoger una de las mini-duchas de las varias que hay (minis porque están a la altura de nuestras rodillas). Te duchas sentadita también en tu mini taburete y con la ayuda de tu pequeña palangana que te echas por encima llena de agua. Es divertidísimo y, una vez limpia, entras en la piscina-yacuzzi común. Única pega: agua hirviendo…pero hirviendo, hirviendo, sales escaldado como un pollo, y eso que a mí me gusta el agua muy caliente…Pero esa vez al estar embarazada preferí no meterme aunque ellos dicen que no pasa nada…La que sí se metió fue mi madre. Los gritos los podéis imaginar. Le había explicado que en una de las esquinas había un chorro de agua fría que servía para enfriar un poquito, pero muy poquito, esa zona de agua. Yo seguía sentada en el taburete haciéndome una pequeña exfoliación de cara, cuando de repente caigo en un sonido nuevo…algo así como un chorro de agua abierto a toda presión y que llevaba ya varios minutos así. Me di la vuelta enseguida porque sobre la marcha caí en la cuenta de lo que podía ser, al mismo tiempo que oía la voz de mi madre:
- Ahora sí Guada. Ahora sí, esto es una maravilla.
La cara de las japonesas era un poema. Mi madre les sonreía y les decía, por supuesto en español: “tranquilas, tranquilas, que esto ya está cogiendo una temperatura chachi.” Ellas la miraban igual de sonrientes. Hacer eso era impensable.  Lo podías abrir unos segundos y un poquito, pero no a todo meter y ya durante varios minutos…Pero con su sonrisa creo que perdonaron a mi madre; a esa extranjera que les sonreía de oreja a oreja (algo también inusual allí) y que compartía, tan feliz, una de sus costumbres más antiguas.

martes, 4 de junio de 2013

MAMI en JAPÓN (IV)

Y llegó a a casa. Venía cargadísima con una maceta que era algo así como un árbol con casetita para un pájaro de madera incluida y llena de plantas. Colgando de una mano, bolsas llenas de libros y en la otra algo más que no recuerdo. Parecía un árbol de navidad iluminado sólo con su sonrisa.
-¡Mami! Que aquí no se puede gritar así en la calle, que todos los vecinos deben estar asustados diciendo “extranjeros tenían que ser”.
Ni me escuchaba. Hablaba sin parar, tan rápido que llegué a creer por un momento que me estaba hablando en japonés. Me contó que había conocido a un montón de gente. Que las plantas me las traía de una floristería en la que me conocían; “Pero mami, qué dices, a mí no me conocen en ninguna floristería”. “Que sí Guada, que les expliqué que trabajabas en la radio , que eras Guada-san y ellas me dijeron claramente que te conocían”.
-Pero , ¿hablaban español?-le pregunté
-No!!!! Japonés!!!!!
Y sí , seguro que mi madre las entendió o ellas a ella, lo cierto es, que mi madre estaba feliz porque me conocían, porque había encontrado unos libros maravillosos en una tienda de segunda mano, porque ahora mismo iba a salir a comprar pan bimbo para hacerme un gazpacho…Y salió. Le di otra vez instrucciones precisas para que supiera ir al supermercado que estaba a solo unos metros de casa. Y tardó. Tardó un montón y llegó hecha un basilisco.  Me explicó que no había encontrado el supermercado por lo que se metió en una hamburguesería. Les había explicado (también en español) que solo necesitaba un pan bimbo para hacer gazpacho. Por supuesto, mi madre no sabía que en Japón es imposible que les pidas algo que se sale de su menú, quiero decir que por supuesto había pan bimbo porque había perritos, pero nunca te pueden vender un pan solo, sin salchicha, aunque te lo vendan al mismo precio. Es algo impensable. Así que no le quedó más remedio que comprar el perrito, abrir la caja, sacar la salchicha y decir “sayonara” . Aún hoy me sigo preguntando cómo ella lograba entenderles y cómo ellos la entendieron a ella…si es que lo hicieron.

viernes, 31 de mayo de 2013

MAMI en JAPÓN (III)

De Ginza nos fuimos en metro hasta el Tokyo International Forum del arquitecto Rafael Vinoly. Es un edificio espectacular, y a pesar de lo cansada que me encontraba no quería que mi madre se lo perdiese. Y sí…estaba muy cansada y empecé a encontrarme muy mal, pero no quería asustarla. Le dije que iba un momentito al baño y casi me muero del susto cuando me di cuenta de que me había salido un poquito de sangre. Intenté recomponer mi cara, que se había quedado más blanca que la de una geisha espolvoreada con polvo de arroz y salí como si nada. Ella estaba feliz, admirada con todo lo que veía. En el metro no paraba de hablar y yo no podía ni sonreír del susto que llevaba encima. De repente, mi madre me miró y me preguntó: ¿estás cansadita, verdad?. Siiii….me salió en un susurro. Llegamos a casa y allí le confesé lo que me pasaba. Llamamos inmediatamente a mi padre y nos tranquilizó diciendo que era algo normal, que al día siguiente me quedase descansando y así lo hice. Pero mi madre se levantó con las pilas recargadas. Quería salir a descubrir mi barrio. Le di todos los datos necesarios para que no se perdiese. A pesar de que todo parezca muy sencillo, todas las calles son iguales y es facilísimo perderse. Le dije que por nada del mundo saliese de la calle principal, que fuese recto hasta la estación y que allí diese la vuelta y volviese. Siempre recto, y que grabase bien algún detalle para saber en qué callecita debía doblar a la izquierda para llegar a mi casa. Y lo más importante: dirección y teléfono apuntado en la libretita de “notas de Japón” que llevaba. Y se fue. Debo confesar que me quedé superpreocupada. Llevaba poquitos días allí y no tenía la seguridad de que supiese orientarse muy bien. Ya había pasado algo más de media hora cuando de repente veo algo de color gris encima de mi mini-nevera, algo que parecía una pequeña libretita de notas…algo que se parecía muchÍSIMO A …LA LIBRETA DE MI MADRE!!!!!!!!!!!! Con mi dirección y número de teléfono…Casi me da un infarto. ¿Cómo iba a volver si se perdía? Y lo peor de todo: le había dicho que no tardase mucho y las horas iban pasando…¡Toda la mañana! Y no me atrevía a salir a buscarla por si ella venía y no me encontraba en casa. Así que no me quedó más remedio que esperar y esperar. Casi me estaba quedando dormida cuando oigo unos gritos en la calle…No me lo podía creer: ¡Guadaaaaaa! ¡ Guadaaaaaaaa! ¡Ya estoy aquíííí! Me asomé corriendo a la ventana-balcón y vi a mi madre. No creo que yo fuese la única. Detrás de los visillos de todas las casas de alrededor, eso sí, de forma muy discreta, también estaban asomados mis vecinos, asombrados de ese escándalo al que estaban tan poco acostumbrados…


miércoles, 29 de mayo de 2013

De GRACIELA para los que tenemos la Suerte de ser sus AMIGOS

"29 Maggio 2013

La noche de ayer se presentaba como tantas otras, llena de pensamientos que no me dejan dormir. Estaba cansada de las preocupaciones, principalmente por el futuro, que no me dejaban dormir. Así que cambié de actitud, y me dije "¿por qué no hacer cómo en las meditaciones?"

Y comencé a pensar, “relaja tu cuerpo, visualiza como se relaja cada uno de los músculos de tu cuerpo, desde la cabeza hasta los pies””Ahora visualiza una luz brillante que va recorriendo tus venas, desde tu cerebro hasta la punta de tus pies”.

La cosa funcionaba!!!, estaba relajada y no pensaba en nada. Increíble!!!. Después me dije “ahora visualiza las cosas que llevarías en un viaje, llenando una mochila de 15 kilos”. Empecé a visualizar todas esas cosas y a llenar mi mochila.....entonces!!!!me quedé dormida.

Al día siguiente me levanté con mucha más alegría. Salí a hacer unos recados, es miércoles, día de la audiencia del Papa (el lugar en el que vivo en Roma está a pocos metros de la plaza de San Pietro, sobre una colina desde la que puedo ver la Cúpula de San Pietro). Así que las calles estaban llenas de gentes de todo el mundo y rincones de Italia que habían venido a escuchar al Papa. 

La energía que sentía en mi interior era impresionante, el cruzarme con todas estas personas, de edades y lugares diversos, me estaba transmitiendo una energía que me llenaba....justo!!!....desde la cabeza hasta la punta de los pies.

Llegué a casa, comí y sentí la necesidad de ir a caminar. Me sentí afortunada de la localización de la casa de mi amiga en Roma (que me acoge en estos momentos difíciles.) Detrás de su casa está Villa Phanfili, un parque enorme!!!, un bosque en medio de Roma.

Me puse a caminar con la intención de recorrer todo el parque. Caminaba a un paso muy veloz, como si me persiguiera algo. Mis pensamientos comenzaron a recorrer mi pasado, mis momentos alegres y tristes, mis aventuras, mis desafíos, mis errores y mis triunfos.

Caminaba como si me persiguiera el pasado, emociones, amigos, amores, familia, una sucesión de imágenes que resumían quien era yo, la evolución de mi persona, los obstáculos salvados y también el pulso ganado a la muerte.

Entonces me sentí satisfecha de mi, me sentí llena de mi, orgullosa de mis raíces, de mi procedencia, de mi familia y amigos, del camino recorrido hasta este momento, de los obstáculos salvados.

Me juré que nunca más me afectaría el desprecio de aquellos que no entienden la importancia de la procedencia, de las raíces, del amor a la tierra. Los pobres de corazón no me harán sentirme pequeña por sus insultos, porque mi corazón es grande y mis raíces también.

Es entonces cuando me di cuenta de que la mochila que había hecho la noche anterior era para trascurrir mi camino del futuro y que aquella noche había cerrado la puerta con mi pasado. 

Gracias amigos por quererme, por apreciarme tal y como soy, por estar ahí cuando os he necesitado.

VIVA LA VIDA DEL QUE CAMINA CON HONOR, CON SINCERIDAD, CON DIGNIDAD Y LA DEL QUE EL AMOR ES SU BANDERA."

GRACIELA RUIZ ORTIZ desde ROMA

lunes, 20 de mayo de 2013

MAMI en JAPÓN (II)


Se levantó como nueva. Los efectos del jet-lag se iban suavizando pero no tanto como para hacerle recordar el terremoto de la noche anterior, así que yo tampoco se lo recordé. Nos íbamos a ir todo el día de excursión: Asakusa, Ginza, paseo en barco por la bahía de Tokio…Pero antes de comenzar, abrió la maleta. Con toda la tensión emocional del primer día no me había percatado del tamaño descomunal de esta y cuando la abrió…¡Treinta kilos de ropa infantil! No exagero: treinta kilos de ropa que iban desde los 0 meses hasta los cinco años, y lo mejor de todo, azul-celeste. Mi madre había decidido que iba a tener un niño. Y entre todo ese muestrario, tres conjuntos premamá. Pero premamá- premamá para un embarazo ya avanzado y yo, no solo no tenía la más mínima señal física de estar embarazada, sino que incluso estaba más delgada. Pero los que conocéis a mi madre sabéis ya que, ese mismo día, yo salía “vestida de embarazada” sí o sí. Y así fue. Fui vestida de “marinerita embarazada”.

De las personas que nos visitaron en Tokio puedo asegurar que nadie disfrutó tanto como ella. Los que visitan Japón o se vuelven locos y quedan fascinados por todo lo que ven o justamente lo contario: no ven el momento de volver a casa. Mi madre estaba entre las primeras. Y fuimos a Asakusa y por más que busqué el restaurante de okonomiyaki (especie de pizza japonesa) al que quería llevarla, no lo encontré. Nos tomamos una cervecita (yo un refresco) en el “Golden Flame” de Philippe Starck. Bajamos en barco por el río Sumida y recuerdo a mi madre asombrada viendo cómo una niña coreana se comía, como si fueran chuches, una bolsa entera de nori (algas verdes secas). Y llegamos a Ginza, la segunda calle más cara del mundo después de la Quinta Avenida de Nueva York, aunque durante mucho tiempo ocupó el primer lugar. Y es ahí, bueno, en todo Tokio, pero especialmente en Ginza, en donde si tienes cierta tendencia al consumismo o incluso me atrevería a decir que, aun sin tenerla, te vuelves loco y lo quieres comprar todo. Yo ya había advertido a mi madre. Le había dicho que viese lo que viese, pasase lo que pasase, debía superar ese primer impulso, que era duro, muy duro, y que era algo normal; pero que debía superarlo porque, además del descalabro a la Visa, ese afán consumista sin control llegaba a provocar estados cercanos a un ataque de ansiedad. De nada sirvieron las serias advertencias. Lo quería todo. Pliegos y pliegos de papel japonés de los colores más maravillosos que jamás hayas visto. Los abanicos de todos los tamaños y formas imaginables. Las cajas que los protegían. El papel que los envolvía. Las bolsas donde los guardaban. Incluso llegó a pensar en comprarse algo en Tiffany´s y que ya vería cómo lo arreglaba una vez llegase a España.

Estaba atardeciendo, las luces de neón empezaron a encenderse y, en medio de esa vorágine, dos españolas merendaban delante del escaparate de Tiffany´s igual que una vez desayunó Holly. Ellas en Ginza. Ella en Fifth Avenue.

Continuará...

viernes, 17 de mayo de 2013

MAMI en JAPÓN


Os había dejado con mi madre a punto de desmayarse en medio de Shibuya, después de haber comido en un restaurante indio tras treinta horas de viaje para llegar a Tokio, por lo que cogimos el metro y volvimos a casa. Mi madre soñaba con una ducha..así que se metió en "la ducha". El sistema de encendido del gas era un tanto complicado por lo que, mientras ella se encontraba desnuda encima de aquel suelo de mosaico esperando a que yo le diera las instrucciones para meterse en lo que parecía una bañera diminuta, le di a la manivela, encendí el gas y abrí el agua...

- ¡Guada! ¡el suelo! ¡se está mojando el suelo!- gritaba mientras daba pequeños saltitos e intentaba tapar con las manos el chorro de agua para evitar una inminente inundación.

Y es que esa, exactamente, es la reacción que tenemos todos los extranjeros que nos damos una primera ducha en Japón en un baño estilo oriental. La zona llamada "húmeda" se encuentra separada del cuarto de baño propiamente dicho, que suele ser un cuarto muy pequeñito con un lavabo diminuto y la taza del water. Al contrario del de la ducha y bañera que suele ser más amplio y donde todo "se moja",:suelo, paredes, ventanas si las hay...Pues eso, te duchas fuera y luego te metes un buen rato en la bañera previamente llena de sales japonesas y agua hirviendo. Agua que compartes con todos los miembros de la familia. Lo malo es que la bañera de mi casa, en vez de tener ese color celeste que tenían todas, estaba amarillenta, era diminuta y por más que la limpiase no conseguía sacarle brillo, por lo que nunca me dio la confianza suficiente para disfrutar de ella. A mi madre le costó creer que duchándose así no iba a inundar la casa, pero estaba tan cansada que se duchó, lo mojó todo y cayó rendida en el futón. Pero aún le quedaban más sorpresas.

Debían ser las dos o tres de la madrugada cuando una fuerte sacudida hizo temblar toda la casa. ¡Dios! - pensé - le va a dar un infarto. Abrió los ojos, me miró aún desde el mundo de los sueños y creo que me oyó decir: tranquila mami, es sólo un terremoto. " Ah, vale..." Y siguió durmiendo...

Continuará...

sábado, 11 de mayo de 2013

VIDAS


Hay vidas vestidas de palabras
Que se escriben solas
Otras que se cubren con harapos
De vocales perdidas
Y consonantes erradas
Las que debieron ser borradas
Antes que escritas
Las que habitan los sueños
Y aquellas
Pocas
Que merecen ser contadas

martes, 7 de mayo de 2013

DESASOSIEGO


He decidido callar
Ahora prefiero escuchar
lo que susurran los libros
Silenciar a las sombras hirientes
camufladas de alquitrán
Ahuyentar el desasosiego
que exhala tu boca
cenicienta
vacía

viernes, 3 de mayo de 2013

El Olor de las PALABRAS


-¡Ay, cómo huelen los libros a viejo!- dijo mientras sujetaba con manos temblorosas una edición del siglo XVIII del Quijote. Estaba sentada en la fila de atrás y pude oler a cuero, a tinta, a escribanos, a castellano antiguo, a los sueños de Alonso Quijano, a Dulcineas del Toboso...
Intenté acariciar las tapas, casi con miedo, temiendo que el papel empezase a descomponerse, a desaparecer entre mis dedos y pensé en Cervantes, en qué pensaría si nos viese allí. Aprendices de escritores enamorados de las letras deseando escribir, tan sólo media página, con la misma magia que lo hacía él y con su libro entre las manos...tres siglos después.





domingo, 28 de abril de 2013

¿Quién inventó las piedras?


- ¡¿Quién inventó las piedras?!
La niña corrió hacia su madre gritándole la pregunta. La misma piedra que unos días antes hacía las veces de pileta para ayudarle a él a lavar la ropa. La misma que horas antes emergía de la arena bajo la que llevaba presa miles de años. Ahora que las fuertes mareas le habían abierto las puertas de su prisión a fuerza de lunas llenas, de olas impetuosas, de cambios climáticos, de erosiones descontroladas, de castillos de arena...ahora, quería vivir. Dormía por las noches dejándose acariciar por la Luna en las horas de marea baja y arropar por el mar cuando la cubría por completo con la promesa de no volver a enterrarla para siempre.


jueves, 25 de abril de 2013

La DIGNIDAD en una Bolsa de PLÁSTICO


Respiraba hondo. Intentaba en cada inhalación robarle al mar todo el salitre necesario para curar las pequeñas heridas que las páginas de la vida me habían ido dejando. Laceraciones invisibles por fuera, profundas por dentro. Notaba cómo se aliaban salitre y sol para acelerar la cicatrización. A mi lado dos chicos conversaban. Ella le hablaba de un nuevo trabajo. Más allá un chico que, a tenor del color tan blanco de su piel, no debía tener muchas heridas que curar. Una pandilla de amigos. Unas señoras mayores…Todos mirábamos al mar. De vez en cuando, entre ola y ola, las miradas de unos y otros se cruzaban.

No le vi llegar. Tampoco cuando se quitó la ropa y se quedó en calzoncillos. Estaba bañándose, aseándose. Su baño era distinto al nuestro. Nosotros entrábamos al mar con la desidia del que quiere completar un proceso placentero. Él lo hacía con la desesperación del que, no teniendo nada, quiere conservar al menos su dignidad. Y comenzó a lavar su ropa. Las fuertes mareas habían dejado al descubierto una roca que, camuflada en la orilla, entre espuma y arena, se divertía jugando a hacer trastabillar a los incautos bañistas que, malhumorados, soltaban algún que otro “¡joder!” mientras se agarraban uno u otro pie. Aun así, era una roca generosa. Sabía hasta dónde podía jugar y sabía que él la necesitaba para otra cosa. Enjuagó camisetas, pantalones y calcetines. Completaba la tarea ayudándose de ella, la roca, que a modo de pileta le ayudaba a arrastrar la suciedad acumulada de tantas noches a la intemperie, de tanto frío…frío en el alma. Colgaba la ropa escurrida en la barandilla de la avenida, como tantas veces hemos hecho con nuestras toallas de playa cuando una ola despistada quería llegar más lejos que su compañera y superaba la línea de meta. Pero una cosa son unas toallas de colores y otra una ropa tan digna como cualquier toalla pero que, por pertenecer a quien pertenecía, no merecía ese lugar.

Avisaron a la policía. Él seguía junto a su compañera de tarea que empezaba a disfrutar de esas caricias que, a fuerza de restregar una y otra vez la tela sobre ella, le regalaba afanado en su labor. Ellos le llamaron y le dijeron que se acercara. No podía escuchar lo que le decían pero intuí, por los gestos, que era algo así como que por qué no se iba a otro sitio que le señalaban (supongo que porque allí se lo permitirían) a hacer lo mismo. No sé qué les explicó pero comenzó a recoger “su vida”, que llevaba a cuestas en una mochila, en una bandolera, en una bolsa grande de plástico negra y en otra más pequeña, rota y en la que, a duras penas, logró meter sus tenis y una botella de Coca Cola que había ido rodando, unos metros más allá, por la arena. Le hizo varios nudos y pensé que la botella se volvería a escapar. Escaló por el muro y subió a la avenida. Se puso los pantalones sobre los calzoncillos mojados. Iba a comenzar a andar pero se quedó parado. No sabía qué hacer. Creo que pensaba abandonar la ropa mojada allí, o quizá ya se había olvidado de ella, o simplemente: no tenía dónde guardar su ropa mojada. Pero allí estaban ellos para recordárselo. Se acercó a la ropa…Una chica que, mientras todos observábamos sus idas y venidas, de roca a barandilla, pensaba en cómo podía decirle que era mejor lavar la ropa en la ducha con agua dulce para que no le quedara ensalitrada, se levantó con algo en la mano, lo que parecía una simple bolsa de plástico blanca de supermercado. Se acercó a él y le dijo: “toma, guarda la ropa aquí”. Y él le contestó: “gracias, señora, por su bondad”.

Él se alejó. Ella también. Se vistió. Recogió su toalla, que no era de colores, y caminando con sus heridas ya curadas volvió a respirar hondo. Volvió a robarle al mar un poquito más de salitre para curar heridas…ya no las suyas…las de él.

miércoles, 24 de abril de 2013

AYER: "Mi primer Día del Libro"


Ayer fue mi primer "Día del Libro". Sí, tengo cuarenta y dos años. Pongamos que uso de razón más o menos consciente de lo que pasaba a mi alrededor, desde los ocho. Y ayer viví, por primera vez, el día de las miles y miles de páginas que han pasado por mi vida, y de las miles que quedan por pasar. Recuerdo mi primer libro pero ningún "Día del Libro" vivido por mí. Los recuerdo en las noticias, en las calles, en las puertas del Corte Inglés de la ciudad en la que me tocase estar, un libro y una rosa, pero como mera espectadora, no como mi día. Y no porque sea escritora, por más que digan que "escritor es el que escribe" (y eso sí lo hago, pero escritora...), sino porque por primera vez lo viví rodeada de letras. De letras en manos de personas, o de personas hechas de letras. Poesía en la calle. Escritores unidos por miradas cargadas de sueños compartidos. Los sueños, en forma de verso, no sólo viajaban al viento a través de un micrófono agradecido: se escapaban de sus pupilas y se depositaban en otras que los acogían para volver a volar hasta encontrar un papel en el que posarse.

Arrastrando a Yui de la mano, de acto en acto, deseando que algún día recuerde su primer Día del Libro como aquel en que su madre le pidió que escribiera un cuento, que leyera un poema en medio de la calle; que leyera otra vez, esta vez "Faycan", delante de otros muchos escritores, intentando superar los escollos con los que se encontraba en la lectura: "¡Mami, es que había palabras que no había escuchado nunca..!” Y no como aquel día en que su madre parecía poseída por no sé qué espíritu que la hacía correr de un lado para otro detrás de unas letras que (por más que le dijesen que flotaban en el aire) ella no lograba ver...

A todos los escritores que llenan los días de sueños en forma de palabras.

miércoles, 17 de abril de 2013

TORTUGAS Y TARTANAS

Recuerdo dos infancias: una aquí y otra a la que yo llamo “lejos de aquí”. Ambas son mis infancias, pero la que me abre el corazón es aquella, la de las tortugas y las tartanas. Aún me siguen preguntando de dónde soy. No me consideran ni de aquí ni de allí, pero si le preguntan a mi corazón respondería (o ya lo hace si lo pudieran escuchar latiendo al ritmo de las olas), que soy del mar que escuchaba cada noche y que me arrullaba mientras dormía. Y quise que ella también creciera aquí. Quise hacerla del mar, pero del mar no te haces. Del mar... eres. Y ya no había tartanas, ni tortugas gigantes en el Mercado Central. Ya no hay ‘canarios´ en la solana. Pero si cierro los ojos, entre el murmullo del mar, aún escucho al afilador …Y vuelvo a pasear en tartana. Y mi abuelo vuelve a cogerme de la mano porque sabe que, si no lo hace, volveré a nadar con las tortugas…

lunes, 15 de abril de 2013

YUI (Esencia IV)


Pero para eso todavía faltaban muchos meses. Ahora tocaba seguir trabajando y prepararme para la inminente visita de mi madre. Creo que a todas las abuelas les debe pasar algo parecido pero no sé si llegan al grado de mi madre: se volvió literalmente loca. Loca de amor por “su nieto nonato”, porque ella había decidido que era niño. Llegó a Japón tras más de treinta horas de viaje de puerta a puerta. Y ya desde ese momento había decidido hacer cualquier cosa por “él”. Superó todos sus miedos. Viajar tantísimas horas en avión sola; pincharse en el aeropuerto, ella sola, en el estómago, una inyección anticoagulante para evitar el “mal del turista”. Superar el agobio que le producía ser de ese diez por ciento de mujeres a las que la menopausia atacaba de la forma más brutal y cuyos síntomas imaginaba como algo terrible dentro de un avión durante dieciséis horas; todo ello añadido a que, justo en aquella época, las entradas a los aeropuertos japoneses estaban llenas de cámaras para detectar subidas de temperatura en los cuerpos de los viajeros y a que había varios inspectores que observaban sudoraciones anormales para, ni cortos ni perezosos, ponerte en cuarentena con el fin de evitar un posible contagio por “gripe aviar”. Le había metido tanto miedo al respecto que durante los metros que duró aquel trayecto hasta la salida caminó con la cara “más saludable” que pudo poner…Y llegó. Era tempranito. Salió por aquella puerta con la cara desencajada, agotada, pero feliz, muy feliz. Creo que no era consciente todavía de dónde estaba.

Yo había preparado el apartamento (15 metros cuadrados) lo más acogedor que pude. Estaba aterrorizada pensando que a lo mejor no le gustaba. Al mismo tiempo que pensaba en esas carreras nocturnas que se producirían por la noche en el falso techo (mis amigos los ratoncitos). Tardamos más de dos horas en llegar desde el aeropuerto a casa y casi no le di tiempo a verla: dejé que soltara la maleta y la arrastré otra vez al metro para ir a comer a Shibuya. Quería tenerla la mayor parte del tiempo en la calle para que no se diera cuenta del diminuto espacio en el que iba a pasar quince días. De la precariedad del hogar en el que se suponía que también iba a vivir “él” cuando naciera. Fuimos a comer a un restaurante indio. Yo no paraba de hablar y no me daba cuenta del color cada vez más cetrino de mi madre. Salimos del restaurante y nos dejamos arrastrar por una marea humana de ojos rasgados. Yo estaba decidiendo a dónde debíamos ir a continuación cuando mi madre, casi en un hilo de voz, dijo: “vamos a casa, por favor…” Estaba a punto de `palmarla´, como luego me confesó. No veía nada, estaba mareada, agotada y solo deseaba darse una ducha y acostarse en el suelo de mi apartamento (no había donde sentarse), en el tatami, en el futón, donde yo le dijese…

Continuará...

miércoles, 10 de abril de 2013

YUI (Esencia III)

YUI (Esencia) http://tokioazulguada.blogspot.com.es/2013/03/yui-esencia.html
YUI (Esencia II) http://tokioazulguada.blogspot.com.es/2013/03/yui-esencia_19.html

Continuación de las dos entradas anteriores:


Y lo intentó. Desesperadamente. Buscó por tierra, mar y aire a alguien que me pudiese sustituir y le fue imposible. Casi me hizo firmar una declaración jurada por la que me comprometía a asistir a las grabaciones aunque estuviese de parto.

Así que ahora que lo pienso con la perspectiva del tiempo, la comunicación a terceros (incluído Jin) de mi embarazo se parecía más a un anuncio de nuevos recortes en tiempo de crisis que a una “buena nueva”. Jin tardó quince días en asimilarlo. Al decimoquinto día, cuando Yui medía 12 mm, decidió llamarla “mis doce milímetros” y aceptar que venía en camino.

Mi padre seguía llamando cada dos por tres. Se hizo experto en “embarazos y partos en Japón”. Un día me comunicaba que no había anestesia epidural a lo que yo le contestaba: “ ¡Papi! Por favor, que estamos en Japón , no en el Tercer Mundo. ¡Claro que hay epidural!” Otro día me llamaba y me decía que si no sabía que en Japón no se consideraba el parto como una enfermedad, por lo cual los gastos había que pagarlos y no los cubría la Seguridad Social. A lo que yo contestaba: “¡Papi! Por favor, ¿de dónde sacas esas informaciones? ¡Claro que lo cubre la Seguridad Social! Que para eso pago el Seguro todos los meses”. Y así como mi padre iba aprendiendo más y más sobre el sistema sanitario japonés, yo me iba haciendo más y más experta en meterle bolas al respecto. Tenía toda la razón:  no ponían anestesia epidural, solo en algunas clínicas privadas y si eras extranjera lo podías solicitar pagando una burrada, y al no considerarse una enfermedad había que pagar la totalidad del coste que ascendía a unos 350.000 yenes, casi medio millón de pesetas.

Finalmente mi padre se rindió a la evidencia de que su niet@ iba a nacer en Japón y que él iba a estar en el parto, si no dentro, por ahí cerquita. Así que mi preocupación pasó de ser la falta de epidural o el coste tan elevado del parto a cómo iba a disimular delante de mi padre el dolor para que creyese que me habían puesto la epidural.

Continuará…

viernes, 5 de abril de 2013

PALABRAS


Hay palabras cargadas de lluvia
Que se deslizan sigilosas
Por el folio en blanco
O que temerosas escapan
Entre la humedad de unos labios
Hay palabras que enturbian el alma
Dejándola ensalitrada
Como esos cristales que miran al mar

martes, 2 de abril de 2013

CONFUSIÓN


No recuerdo cuál fue el primero
por más que digan que ese no se olvida.
Confundo el de la infancia con el de la adolescencia,
el maduro con el pasajero.
Las caricias aprendidas con aquellas aprehendidas.
Quizá sea mejor empezar a contar al revés
y que el tuyo sea el primero.
Ese que nunca se olvida.

lunes, 1 de abril de 2013

Sueños bajo la arena

Hay pieles surcadas de vida
Que esconden secretos bajo la arena
Epicentro de sueños perdidos
Que se escapan entre los dedos
Como castillos de arena
Entre la orilla y el océano

martes, 26 de marzo de 2013

El amor no sabe del tiempo

El amor no sabe del tiempo
Existe o no existe
Pero el tiempo sí sabe del amor
Sabe de tardes de incienso
De lecturas compartidas
De caricias rescatadas del olvido
A veces robadas al desamor

lunes, 25 de marzo de 2013

HOJARASCA

Hay recuerdos que desconocen ciudades caribeñas
Tintinear de cafés y manos temblorosas
Las mujeres de todas las razas arrastran carros de sueños
Hojarasca que mueve el tiempo
Las estatuas siempre tienen ojos de muerto
Miran la vida con el metal del tiempo

martes, 19 de marzo de 2013

YUI (Esencia II)


Aquel día había ido a la NHK para ayudar a Yoko, la productora del programa con los guiones. Cuando me acompañó a una de las salidas del macro edificio (estudios de grabación, oficinas, comedores...un verdadero laberinto) le dije que se sentara, que tenía que decirle algo. Me miró asustada pensando que me pasaba algo grave; pero a los pocos minutos no paraba de abrazarme más feliz que unas pascuas, de darme consejos o de decirme que no me preocupase, que por el momento no había problema por salir en la tele mientras no se notase la barriga (a ella no le importaría mantenerme hasta el final en el programa, pero los jefazos…) y que mi trabajo en la radio, por supuesto, continuaba. 
El siguiente paso: comunicarlo en la academia. Shonago, que era el responsable de la de Sinjuku, en la que yo trabajaba, se puso contento al mismo tiempo que le tembló la voz al preguntarme si iba a dejar de trabajar. “¡Por supuesto que no!”, le contesté. Pero su cara seguía reflejando temor y casi tartamudeando dijo: pero después…¿cuando tengas al bebé?
Mis alumnos se alegraron, pero también se hacían la misma pregunta: si continuaría después. Yo les contestaba que todavía faltaba mucho tiempo y que intentaría continuar aunque sabía que no sería fácil.
Pero mi querida Yoko fue sustituida por un productor: hombre-japonés. La primera medida que tomó al hacerse cargo del programa fue llamar a mi casa, preguntar por Jin, no por mí, y decirle (palabras textuales): “que yo estaba mejor en casa, descansando”. Creo que estaba en el tercer mes de embarazo. A mi barriga os puedo asegurar que le faltaban una par de meses para ser visible y esa falta de respeto de ni siquiera dirigirse a mí para comunicármelo, casi me provoca un aborto de verdad. Lo siguiente que intentó fue despedirme del programa de radio…
Continuará…

lunes, 18 de marzo de 2013

YUI (Esencia)


Casi todos los días hablaba con mis padres. Iba al combini y compraba unas tarjetas que incluían un código que me permitía llamar a España por un precio razonable.
- Hola abuelitos…
Al otro lado de la línea telefónica se hizo un silencio.
- Hola abuelitos - dije de nuevo esperando que al otro lado se produjese alguna reacción.
- ¡Estás embarazada! – gritó mi padre-. ¿Cuándo vienes?
- No voy a ir – contesté casi en un hilo de voz sabiendo que con esa respuesta se iba a armar.
Y se armó. A partir de ahí se sucedieron un sinfín de llamadas de uno al otro lado del Atlántico en las que se me daban toda clase de motivos (todos ellos muy coherentes) por los que yo debía volver a España para tener a mi niñ@ allí, sobre todo siendo mi padre médico y poniendo a mi disposición todas las comodidades a su alcance. Cada llamada era un drama en el que yo acababa llorando siempre, hasta que mi madre dijo un día: “¡Basta! Que le vas a provocar un aborto.” Y fue entonces cuando poco a poco fueron asimilando que su primer nieto nacería lejos…muy lejos.
El siguiente paso era comunicárselo a mis jefes de la NHK. En aquel momento realizaba dos trabajos para la Radio y Televisión Nacional (además de las clases de español en la academia), uno en la que mi imagen no importaba, solo mi voz, y otro, el de la tele, en el que una barriguita no iba a ser bien recibida…
Continuará...

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA PORTERA. El Desenlace


La tercera noche que entró otra por la ventana al mismo tiempo que el viejito de abajo salía a fumar, y al mismo tiempo que subía aquel extraño olor…empecé a mosquearme: : a+b+c=d… “D” igual a: algo estaba ocurriendo fatídicamente todos los días a las diez de la noche, en la primera planta. 
Y con mis pesquisas fui a la portera: 
-Sumimasen…nande mainichi, yoru ni, ju ji goro, watashi no ie naka ni dame nioi ga arimasuka? (Perdone, ¿me podría decir por qué todos los días a las diez de la noche entra un olor tan desagradable en mi casa?)
La portera me miraba y decía algo así como: wakarimasen…no entiendo. Y seguía de largo. Y sí que entendía.
Pasó algún tiempo y ya nadie me hacía caso por más que yo olisqueara el aire y dijese triunfal: ¡las diez! ¡ya está aquí! ¡no falla! …
Hasta que llegó el día. Volvía a casa después de haber estado todo el día en el centro comercial (mi segundo hogar con Yui) cuando, dos o tres manzanas antes de llegar, empiezo a notar un olor horrible. Empecé a hablar con Yui (como si me entendiera, tenía solo unos meses):
-Pero qué es esto, ¿a qué huele? Parece como si estuviésemos en medio de un estercolero…
Y a medida que nos acercábamos a casa el olor se hacía más intenso y más nauseabundo. Me paré en el supermercado pequeñito de la esquina y le pregunté a la cajera, que ya era mi amiga, por qué olía así. Creí entenderle que se habían llevado un camión con mucha basura. Efectivamente. De aquel apartamento del primer piso, al primero que sacaron fue al viejito. Lo vino a buscar su hijo y se lo llevó no sé dónde. Y lo segundo que sacaron fueron toneladas de basura, tanta que debían volver al día siguiente a recoger la que habían dejado amontonada en el balcón, que era de dónde provenía aquel terrible olor. Padecía el Síndrome de Diógenes. 
Durante un par de días no me crucé en ningún momento con la portera. Yo creo que se escondía. Tenía esa especie de orgullo patrio que le impedía reconocer, delante de un extranjero, que en Japón existen los piojos y los Síndromes de Diógenes. 
Era de noche y yo seguía ilusionada con mi lavadora, que ponía a todas horas. Estaba tendiendo la ropa cuando la vi abrir sigilosamente la puerta del primero. Llevaba en sus manos una lata, que yo había visto muchas veces en los anuncios, que al destaparla activa un mecanismo que produce un humo muy denso que mata a todo bicho viviente. La abrió, la dejó dentro y salió corriendo. A la mañana siguiente salí a tender otra lavadora (sigo preguntándome de dónde sacaba tantas cosas que lavar), y la vi llegar otra vez. Sigilosamente abrió la puerta, sin darse cuenta de que yo estaba enfrente, tendiendo…Abrió…soltó un pequeño grito y saltó hacia atrás, al mismo tiempo que se percataba de mi presencia. En un movimiento desesperado intentó cerrar rápidamente la puerta, lo que logró, pero sin poder impedir que yo viera una montaña de cuarenta centímetros de altura, que tapizaba todo el suelo como una alfombra, formada por cucarachas de todos los tamaños que, en su intento de huida, se habían agolpado cerca de lo que creyeron que era la salida.
Le dije “Ohayo gozaimasu” (buenos días) y seguí tendiendo…

martes, 5 de marzo de 2013

LA PORTERA (IV)


"Lo que menos imaginaba era..."

Era…lo que ocurrió. Debo reconocer que soy una maniática de la limpieza. Bueno, o lo era en Japón. Y todo fue por un programa que estaba viendo en la tele. Al principio la veía sin entender ni una sola palabra pero lo cierto es que los programas eran muy divertidos, y poco a poco iba entendiendo más y más. Aquel día, un famoso presentador iba por la calle preguntándole a chicas japonesas guapísimas si les podía hacer una prueba: ellas se ruborizaban y se tapaban la boca (siempre lo hacen cuando se ríen) y, cómo no, aceptaban. La prueba consistía en colocar un pequeño microscopio de alta resolución en su nariz, en esa zona que se nos ensucia más, al lado de los agujeritos. ¡Dios! Ellas pegaron el mismo grito que yo. Las imágenes del microscopio eran terroríficas. Los monstruos de Alien estaban todos allí. Ácaros gigantes con pinzas por boca, cuerpos rígidos, armaduras orgánicas, ocho patas…Saltando unos encima de otros, chocándose…Aquella imagen produjo un gran impacto en mí. Y empezaron a poner programas, no sólo de los ácaros que viven en nuestro cuerpo, sino de los que viven en las tabletas de chocolate (horrorosos), los que vivían en los sillones (estaba a salvo, no tenía ninguno) y los peores: los que vivían en el tatami. Esos se veían incluso a simple vista si te fijabas bien. Los empecé a imaginar entrando por mi oído como en la peli de Star Trek…Y me volví loca. Me fui a la droguería a comprar todos los productos de limpieza imaginables y más. Y puedo asegurar que en Japón los hay de todas las formas, colores y funciones posibles. Me convertí en una “virusa”. Menos mal que lo he ido superando.
Pero allí lo era, y de ahí que la aparición de una cucaracha me trastornara por completo. Y que mi objetivo principal fuese: 
1- averiguar orificio de entrada
2- posible foco de infección (restos de comida…)
3- exterminación inmediata (incluyendo posible descendencia)
Continuará...(jijiji)

lunes, 4 de marzo de 2013

LA PORTERA (III)


Y por fin la conocimos. A ella. A la portera. Ella nos había enseñado el apartamento una de las veces, pero no sabíamos exactamente quién era. Ahora ya lo sabíamos. Era a ella a la que tenía que entregarle el dinero cada mes y la libretita de pagos para que me la sellara. Era a ella a la que debía consultarle cualquier cosa y era ella la que se quejaría también de cualquier cosa. Era como una espía colocada justo a la entrada del edificio. Vivía allí, en el bajo, y aunque nunca pude atisbar nada por los centímetros de puerta que dejaba abierta cuando iba a pagar, juraría que tenía cámaras espía colocadas por doquier. Era antipática con ganas pero sí que admiraba la diligencia con que mantenía limpias las escaleras, día tras día, a pesar de su edad. No le gustaban los extranjeros, se le notaba, pero el destino había hecho que trabajase en un edificio en el que estos eran bien recibidos. Intenté con todas mis fuerzas caerle bien. Cada vez que salía, y veía las cortinillas moverse, le decía adiós. Cada vez que llegaba le decía hola y le agradecía (otzukare sama deshita, costumbre japonesa), el trabajo realizado. Casi no me contestaba. Me rendí a la evidencia cuando, cada vez que me veía salir con la basura, aparecía de la nada y me decía algo. Yo me hacía la tonta y decía, sí, sí. Ella lo que intentaba era pillarme tirando la basura orgánica el día que tocaba la de recipientes de cristal o plástico. Hasta que la pillé yo a ella. Casi se muere. Y no precisamente tirando la basura… 
Desde que llegué al edificio, todas las noches, a eso de las diez, se abría la puerta de uno de los apartamentos del primer piso y salía un hombre mayor a fumar. Le ví la primera vez que estrenaba lavadora. Cómo no podía creer que tenía lavadora en casa, me pasé una semana poniendo varias lavadoras al día (no sé ni lo que lavaba tantas veces). La primera noche puse hasta tres seguidas y cuando salía a tender la ropa a la terraza, le ví. La primera noche, la segunda… Al principio no le di la mayor importancia, pero empecé a relacionar el olor desagradable que entraba todas las noches en el apartamento con aquellas salidas del viejito. Poco a poco me fui acostumbrando y hasta me olvidé de él. Pero se fue quitando el frío y me desesperaba cada vez que al abrir la ventana por la noche entraba alguna cucaracha, a mi parecer “mutantes”, por el tamaño y color rozagante que lucían. Y lo peor: volaban. Me enfadaba y me preguntaba de dónde salían, por qué entraban en mi casita que mantenía tan limpia. Lo que menos imaginaba era… 
Continuará...