martes, 8 de octubre de 2013

NANCY

Todas las mañanas al levantarse lo primero que hacía era comprobar su Facebook. Revisaba las actualizaciones, las solicitudes y los post de sus amigos más interesantes, pero lo que la tenía más enganchada era el muro de alguien que le había pedido amistad. No la conocía, pero a pesar de que esa no era su política habitual -solo amigos y conocidos- la aceptó. Entraba en su muro intrigada por esa vida, falta de vida, que allí podía leer cada mañana. Sabía de sus estados de ánimo por las frases con las que se despertaba. Sabía lo que leía (best-sellers que dejaban mucho que desear), la música que le gustaba, y la no-vida que llevaba. Colgaba fotos, de fiesta en fiesta, acompañadas de pequeñas frases, nunca exentas de alguna falta de ortografía, que no hacían más que confirmar que detrás de aquellos ojos, que parecían sonreír, no había absolutamente nada. Pero aun así la seguía. Había semanas en las que no aparecía nada nuevo y hasta se preocupaba pensando que quizá le había pasado algo. Le escribía mensajes que nunca enviaba. No quería romper esa línea que marcaba la diferencia entre visitas al muro de forma anónima y evidenciar un seguimiento con nombre y apellidos. Y, de repente, aparecía otra vez. Nunca parecía la misma. Varios kilos de más o de menos, según la estación. Los que nunca cambiaban eran sus ojos. Eran como los de aquellas Nancys de su infancia: secos.

Era lunes. Encendió el ordenador e introdujo las palabras….Face…Clave…Buscar…No aparecía entre sus amigos. Ni en el buscador. Por un momento sintió un pequeño vacío. Nada parecido a esa indignación que sufren los que son borrados así de la pantalla.

Martes. Encendió el ordenador…Face…Solicitud de amistad…Otro nombre, otra cara…pero los mismos ojos de muñeca: secos…Rechazar solicitud .

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