viernes, 26 de julio de 2013

INVISIBLE

Había sido un duro día. Situaciones complicadas de la vida cotidiana a las que se unía la terrible tragedia de un tren cargado de sueños que se quedaron en unas vías que no llegaban a ninguna parte. Vagones que se volvieron de juguete en manos de un destino que tenía el pelo blanco. No nos poníamos de acuerdo en nada y discutíamos por el tamaño de unas tortugas. Que si un terrario es más grande, que no, que sólo cuando crezcan, que si no es grande no crecen. ¡Lo vas a saber tú mejor que yo que tengo una amiga que tiene dos! ¡Pues yo tuve seis!...Y el número de víctimas iba creciendo...También la nuestra, que pasó de ser tortuga a ser persona. Que sí queríamos algo mejor, que no sabemos si te has precipitado. Que quizá el trabajo no sea el adecuado...Y el número de víctimas iba creciendo...Que si yo tomo mis propias decisiones. Que si tienen que esperar a hacer la digestión... Cogí el libro que estaba leyendo y conseguí olvidarme de todo: del día de Santiago, de felicitar a mi amigo Santiago, de las tortugas, del tren...y me hice invisible. “Invisible". Ese era precisamente el título de la novela de Paul Auster que leía. Pero llegó la hora de la cena. Tuve que soltarlo y volver a ser visible. Y volví a serlo a saco. Que sí la peli de la Sexta, que si la de la Paramount; y entre zaping y zaping, el morbo de ver a Lucía Etxebarria con un ataque de ansiedad en medio de un reality de Telecinco; y tú sin dar señales de vida...Y el número de víctimas iba creciendo...Y Lucía llorando amenazando con irse; y yo inventando historias en las nubes en verde del wasup. Que el camino recto es el más corto. Que la respuesta más sencilla es la correcta. Que no merece la pena...Y el número de víctimas seguía creciendo... Volví a coger el libro y volví a hacerme invisible. La ilusión duró sólo unas horas más. Las mismas que tardaron las palabras en agotarse en mis ojos. Los cerré y entraron ellas, las pesadillas, dispuestas a susurrarme que había estado preocupada por algo, pero sin recordar el qué...Y el número de víctimas seguía creciendo...Y quise dormir alejando pesadillas, cerrando los ojos pensando en algo bonito. Y te vi. Hoy. Al borde la piscina. Enseñándome cómo te tirabas de cabeza. Acababas de aprender. Ya no tenías miedo. Y cerré los ojos sonriendo por tu hazaña infantil y ya, sin miedo, deseando que se parara el contador...me dormí.

sábado, 20 de julio de 2013

CUENTOS en el Armario

No puedo dormir. Por la noche las palabras asaltan mis sueños. La puerta del armario, que Yui ha dejado abierta y que por hacerme la valiente no cerré, se presenta delante de mis ojos dormidos recordándome aquello que nunca he podido olvidar: los mundos que se esconden tras sus puertas, las aventuras que nunca me atreví a vivir y los seres fantásticos que no dejé entrar por cerrarla todas las noches, antes de acostarme a dormir, muerta de miedo. Esta noche la seguiré dejando abierta, a pesar de la inquietud que me produce cada vez que la veo al girar y girar sobre mi almohada, ya dura de tantas palabras caídas. Por la mañana recogeré esas palabras y quizá encuentre alguna huella (polvo de estrellas o lluvia azul), sobre la ropa doblada, debajo de la cama, o simplemente  pueda recoger mis sueños en un papel que guardaré en el armario de mi cuarto junto a los cuentos de mi vida, los que sé que tampoco duermen, como yo, esperando que un día me atreva a entrar a jugar con ellos. Pero es que hay algunos cuentos que aún me siguen dando miedo… 

人魚
La sirenita
Escondida en mi armario...

jueves, 18 de julio de 2013

ISLEÑA y GUAJIRA (Belkys Rodríguez)

Hace días que no escribo. Debe ser el verano que me está licuando la tinta en las venas y que sólo, en la oscuridad de la noche, cuando las temperaturas bajan, cuando reina el silencio del viento golpeando mis ventanas...llega a mi sueño el deseo de leer y de escribir. Y leí. Leí a Belkys, mi amiga Isleña y Guajira...

"Guajira, no guantanamera y sí batabanoense. Batabanó, pueblito sureño, entre la campiña cubana y el mar Caribe; villa ilustre de la antigua provincia La Habana. El pueblo de la bala perdida, como solía decir un amigo mío; donde el diablo dio las tres voces y nadie lo escuchó. Casas de madera, desgastadas por la desidia y los huracanes; calles polvorientas, con domingos tan apacibles que hasta el calor bosteza y se aburre; perros sarnosos que vagan como almas en pena; el parque con su glorieta,  el busto de José Martí, las palmas reales, el Liceo, la iglesia vetusta  y achacosa, las Cuatro Esquinas por donde fluyen la algarabía de los niños que salen de la escuela y las aguas residuales. Allí late el corazón del pueblo: la librería, la cafetería donde solo venden ron y tabaco en moneda nacional, la tienda de Cheo (aunque el gobierno la expropió hace cincuenta años, todo el mundo la sigue llamando así), la shoping o tienda para comprar con dólares, la gasolinera, donde cobran también en “moneda dura” el combustible y los refrescos fabricados en la isla, la relojería, la barbería, los carros americanos de los años cuarenta y cincuenta con motores Nissan de los noventa, la tierra colorá que se te incrusta en la piel y en los pulmones, el cine Yaracuy que se cae a pedazos, la bodega sin víveres, la carnicería sin carne, los quioscos de los pequeños agricultores, con sus pregones de aquí tiene sus frijolitos frescos y su ají cachucha, la parada por donde  no pasan guaguas desde  la última glaciación.
Con sangre canaria y asturiana y un gen de Marco Polo. Isleña que por nada del mundo se le ocurre vivir en tierra continental. Guajira renegada que emigró primero a la capital, esa Habana inextinguible, caótica y decadente; después al Polo Norte, a la isla de fuego y hielo, y entre glaciares y volcanes aprendió a caminar sobre la nieve y a disfrutar de una aurora boreal desde la ventana de su casa. Entre elfos y vikingos vino al mundo su hijo, el primer cubano nacido en la tierra de Erík el Rojo. Un niño bilingüe de pelo negro entre tantos rubios y pelirrojos. Nuestros amigos nórdicos no podían entender cómo éramos capaces de sobrevivir entre el hielo y la oscuridad polar. Es que somos “duros de pelar”, como dijera mi padre. Tenemos genes a prueba de balas y llevamos una buena reserva de sol tropical en los recuerdos.
Ahora,  otra isla, la de repuesto como la llama mi amigo Manuel. De clima subtropical, de calimas, barrancos,  arenas negras, sin aguaceros, montañas color ocre, dunas, dragos y bosques de laurisilva, amigos de pura raza, el amor en la mirada de un hombre que empuja mis raíces más hacia el fondo. Roque Aguayro, Roque Nublo, Fortaleza de Ansite, Guayadeque, Santa Lucía, San Bartolomé, Agüimes, Arinaga, el mar Atlántico encrespado y enigmático. No quemo las naves, simplemente suelto los cabos para que naveguen sin timonel y sin brújula. Desde la orilla agito el pañuelo blanco intentando despedirme definitivamente de la nostalgia."

Y escribí...

"Son las cuatro de la madrugada. No podía dormir y recordé que no había logrado acceder al blog. Lo intenté de nuevo y aquí estoy, más desvelada que antes, con lágrimas de emoción en los ojos dormidos, escuchando al viento que azota las ventanas, y pienso que es casi huracanado, como el de tu isla, en esta otra, vecina de la mía, de la tuya de repuesto, la que una vez me dijiste que querías conocer porque te recordaría a esa otra tierra,de fuego y hielo , donde nació tu pequeño vikingo ¡cubano! como él gritaría, si me estuviese leyendo, a los cuatro vientos...El viento sigue golpeando las ventanas, las palmeras, las puertas... y se lleva lejos la tierra del desierto que nos trae entre las nubes. Una tierra roja que lo cubre todo, que también se mete en los pulmones, que desafina los pianos y que seguro también trae recuerdos a una niña isleña y guajira. Y que quizá esté volando, entre otras nubes, de isla en isla, desde la mía hasta la tuya."

Para ti mi querida Belkys...

sábado, 6 de julio de 2013

MAMI en Japón (VI) (Cómo descubrí que tenía el don de lenguas)

La experiencia del sento fascinó tanto a mi madre que a los dos días decidió volver. Pero esta vez ella sola. Había sido otro día duro. Me me había acompañado al trabajo y mientras yo daba las horas de clase que tenía establecidas, ella me esperó dando vueltas en Tokyu Hands, un centro comercial de 10 u 11 plantas o más (ya no recuerdo) en donde encuentras de todo: desde un bolígrafo de ultra diseño hasta una bicicleta (también de ultra diseño); desde un fuchi-fuchi para matar cucarachas hasta un aparato de ultrasonido para ahuyentar ratas; desde un disfraz de luchador de sumo hasta una paellera. Y así podría seguir y seguir y la lista de las cosas más prácticas, junto a las más inverosímiles, sería interminable. Y mi madre encontró allí su segundo paraíso (el primero “el sento”). Cuando llegó a recogerme a la academia venía cargada de bolsas, otra vez con esa cara que se nos pone a todos en Tokio cuando realizamos nuestras primeras compras: los ojos desorbitados, la sonrisa de oreja a oreja, una especie de estrés por la mezcla de sentimientos: ¡Dios mío, me he pasado! ¡La Visa va a estallar! ¡Es una oportunidad única! ¡No pasa nada! ¿De verdad necesitaba ese papel de arroz? ¿Y esos papelitos cuadrados que no sé para qué sirven pero que eran preciosos? ¿Y esos alambres, para qué serán? Bueno…mañana vuelvo a buscar aquellas hojas secas…


Volvimos a casa cargadas de bolsas. Yo estaba agotada y no tenía fuerzas para ir al sento; además, por mucho que dijese el médico japonés, que ese agua hirviendo, pero hirviendo de verdad, no era mala para el bebé que esperaba, yo me fiaba más de mi “Guía del niño”, la revista que me había enviado mi madre desde España, y de aquellas 100 páginas que fueron mi ginecólogo durante todo el embarazo. Y allí lo ponía bien claro: nada de saunas, ni aguas calientes. Así que mi madre decidió ir sola. Y se fue. Recuerdo que lo único que le dije fue que llevase los trescientos yenes para pagar…y nada más. Daba por hecho que había cogido el champú y el gel. Y no, no la había cogido:



Llegué y pagué como me dijiste. Y fue cuando me di cuenta de que no había cogido ni champú, ni gel. Entonces vi a una señora que estaba lavando su toallita y le pedí que si me dejaba un poquito en la mano. Me explicó que me llevase el bote y que cuando terminase se lo devolviese. ¡Fue genial! Me pegué al chorrito de agua fría para no cocerme como un pollo y cuando terminé me senté a ponerme crema en la silla de masajes, y me di un masaje ….`pero mami, si no llevabas dinero ¿cómo te diste el masaje?´...Una señora se me acercó , me tumbó para atrás y metió una moneda en la ranura, me sonrió y me dijo que era mucho mejor terminar con una masajito…`pero…¿hablaba español?´...¡Guada! ¡Qué manía! ¡Que aquí todos hablan japonés!”