jueves, 29 de noviembre de 2012

DÉJÀ Vu

Hoy, por primera vez en muchos años, me he sentido en Las Palmas de Gran Canaria como en Tokio. Había quedado tempranito con un amigo y la cita se retrasó. Tenía dos opciones, esa sí era la diferencia con Tokio: podía, o bien volver a casa y salir más tarde ( esta opción en Tokio sería impensable, porque probablemente ya estaría tan lejos que tardaría dos horas), o hacer tiempo tomándome un café mientras leía el periódico ( lo del periódico, por razones obvias, sería otra diferencia). Así que opté por el café. Entré en una de esas franquicias Granier  que  han sabido aprovechar de maravilla el momento crisis: buena imagen  y tres croasanes por un euro cincuenta, y entre el tono gris del día, la lluvia fina y el estar sentada sola, he estado a punto de un déjà vu. Digo a punto, porque la diferencia principal es que, al mirar a mi alrededor, veo gente de todo los colores: de piel, de pelo, de ropa…y oigo voces, unas serenas, otras ruidosas, escandalosas, risas y enfados, cristales sonoros, pitas enfadadas, ¡buenos días!, caras tristes, apagadas, otras risueñas…Pero veo. Veo la vida. Y tal día como hoy, hace casi nueve años, sentada igual de sola en una cafetería, bueno, sola no, estaba con mi bebé, Yui, deseando que tuviese siete años para poder tomarme un café hablando con ella, tal día como hoy, decía, en aquella cafetería nipona, miré a mi alrededor y me percaté del silencio, de la ausencia de risas, del color gris de todos los trajes y decidí que ya era hora de volver.

martes, 27 de noviembre de 2012

SOL de Escarcha


Hoy sí me arrepentí...

de enredarme en la maraña de tus versos,

de mezclar lágrimas con cuentos,

alegrías fabuladas avisando desde el tiempo.

Hoy sí me arrepentí...

de navegar en tus cálidas aguas

sin presagiar el frío que llegaba.

De dejar paso al sol entre requiebros de escarcha.


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domingo, 25 de noviembre de 2012

BLANCANIEVES y la Dormidina (no es triste, lo prometo)



Desde que misteriosamente he sido poseída por el poder de las letras, las visitas de Calíope no cesan. Mis noches se han convertido en un ir y venir de desvelos. He dejado  de soñar dormida para hacerlo despierta. A las tres, a las cuatro, a las seis…Hasta ahora lo único que me llevaba a la cama era un libro y  un vaso de agua. Ahora, el nuevo miembro de la pandilla es mi iPhone. Como la mayor parte del tiempo duermo boca abajo, lo pongo en el suelo al lado de mi almohada y cuando los desvelos llegan, alargo el brazo, con el cuello medio  colgando del borde (sigo boca abajo) lo enciendo, meto mi clave, voy a ”Notas” y empiezo. A veces sólo frases sueltas, otras, párrafos enteros, otras, ideas que se conectarán formando un relato, otras, preguntas por formular. Y llega la mañana. Mi rebelde pelo, más rebelde que nunca, también parece poseído no tanto por las letras como por una serie de descargas eléctricas. O eso, o que un gato, o unos cuantos,  se han colado por mi ventana mientras dormía y me han confundido con su enemigo. Mi piel, antes reluciente tras horas de sueño, ahora amanece ajada y los párpados, antes algo caídos, ahora lo están más que nunca. Por no hablar de la tortícolis que no quiere abandonar mi cuello, quejándose de ser sometido a semejante postura.

Queriendo poner remedio a tantas vicisitudes, anoche decidí que Calíope, aunque fuese sólo por una noche, no iba a ser bien recibida. Se iba a encontrar las puertas cerradas a cal y canto y el iPhone desterrado en la cocina. Y ni corta ni perezosa siguiendo los consejos que tan sabiamente da la televisión, fui a la farmacia más cercana y me compré un paquete de “Dormidina”, con la frase del anuncio de la tele todavía resonando en mis oídos: “Ante el insomnio transitorio, Dormidina facilita el sueño”. Siguiendo el prospecto fielmente, me tomé una media hora antes de ir a la cama. La verdad es que, a simple vista no parecían peligrosas. Con su color azulito y forma ovalada, se parecían más a las pelotas de béisbol de los pitufos que a una pastilla que me iba a someter a los designios de Morfeo. Un Morfeo que en esta ocasión no aparecería en su cueva rodeado de flores de adormidera, sino en un laboratorio lleno de probetas humeantes destilando toda suerte de narcóticos. Para reforzar sus efectos, por si acaso, me tomé también un colacao  calentito y me fui corriendo a la cama. Desconocedora de su forma de actuar, no quería que me pillase lavándome los dientes, por ejemplo, y de repente caer fulminada y dejar las paletas en el borde del lavabo, con lo que les había costado a mis padres ponerlas en su sitio.

El sueño llegó sin darme cuenta. Creo que fueron varias horas seguidas, hasta que la necesidad imperiosa de hacer pis me llevó al baño. Digo me llevó, porque yo no fui. Lo recuerdo vagamente: ir dando tumbos por el pasillo y seguir como un zombi hasta el baño, mirar hacia la taza y ver como ésta se acercaba y alejaba a su capricho y finalmente lograr sentarme. Menos mal que duermo sin ropa interior; creo que no me hubiese acordado de quitármela. Volví rebotando de un lado a otro del pasillo como una bola de ping ball, y caí fulminada otra vez. Las horas de luz llegaron, no así mis ganas de levantarme. Pero para eso estaba ella. Calíope, cansada de esperar toda la noche fue a mostrar su desacuerdo con Morfeo y sus nuevos métodos, nada ortodoxos a su parecer, ante Zeus. La queja dio resultado. Giré sobre la almohada, la aparté a un lado para colocarme boca abajo y encontré mi iPhone esperando. Sin darme tiempo siquiera a preguntarme cómo había llegado allí (lo había dejado en la cocina, o eso creía) comencé a escribir:

NOTAS
…la madrasta de Blancanieves había puesto Dormidina en la manzana…
…entre otros muchos poderes maléficos, tenía el poder de viajar en el tiempo y vino a buscar la Dormidina…
…Blancanieves durmió sólo unas horas o unos días porque la dosis fue pequeña, unas tres o cuatro pastillitas…
…el príncipe tras el beso, no se encontró a la misma Blancanieves hermosa y reluciente de unas horas antes, ahora estaba despeinada, con ojeras y esa lengua que antes tanto le había recordado a un melocotón en almíbar, ahora parecía la suela de un zapato…
…Efectos secundarios: náuseas, (Blancanieves casi se muere de verdad, cuando el príncipe la besó y a ella le subió un buchito), alucinaciones (o el príncipe era un gigante o ellos eran demasiado bajitos), palpitaciones ( casi se le sale el corazón por la boca cuando abrió los ojos y le vio), sequedad bucal ( no era el trozo de manzana seca todavía en la boca…era su lengua..)…
…posiblemente la Bella Durmiente sufriera una sobredosis, no se conocen los efectos secundarios de la Dormidina inyectada ( aguja de la rueca) directamente en sangre…
…título…Blancanieves y la Dormidina ……
…no recomendar dormidina, te levantas igual de despeinada, más cansada si cabe y con la lengua más seca que un esparto…
Posdata: aún sigo creyendo en cuentos de princesas…    

jueves, 22 de noviembre de 2012

De GERANIOS, ENREDADERAS y PAPÁ NOEL



Hoy me hiciste recordar cuando llegó mi vecino al piso de enfrente. No había hecho la mudanza pero ya había llenado su ventana de geranios preciosos. Justo enfrente de mi cocina en la que no pongo cortinas porque me gusta que entre la luz y comenzar viendo el día , aunque sean edificios. Era un señor ( digo era porque se ha mudado y se ha llevado los geranios consigo) triste, taciturno, huraño, depresivo que, a fuerza de yo saludarle sonriente desde mi ventana con un plato en la mano y el estropajo en la otra, acabó aceptando mi amistad de ventana a ventana. Contagiada por sus geranios, decidí llenar mi balcón de geranios también. Me encantaba cuidarlos y mirarlos desde la calle me hacía muy feliz. Así que, con tanta alegría, contagiamos también a mi vecina del piso de abajo. Ésta sí que era huraña, triste y un poco antipática y se tomó nuestra alegría floral como un reto. Empezó a llenar su balcón de plantas, no geranios, helechos, y enredaderas. Pronto su balcón se había convertido en una selva amazónica. Llegó la Navidad y decidí colgar un Papá Noel de esos que trepan por una escalera a punto de entrar con sus regalos. Pasó la Navidad y llegó la primavera. Mi Papá Noel seguía colgando del balcón porque así me resistía a que mi Navidad  terminase. Un buen día decidí que ya era hora de que Papá Noel entrase en casa. Salí al balcón y, casi con tristeza, empecé a tirar de él hacia arriba, tiraba y tiraba y Papá Noel no subía. Por un momento creí que pensaba como yo, que quería quedarse ahí hasta la Navidad siguiente, que no quería ser olvidado tan pronto. Al siguiente tirón, esta vez un poco más fuerte, salí despedida hacia atrás con Papá Noel en las manos y colgando de él, metros y metros de enredadera. Así descubrí que a las enredaderas también les gusta la Navidad y que a mi vecino Guillermo los geranios en su ventana le daban la alegría que tanto le costaba alcanzar.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

En algún Lugar sobre el ARCOÍRIS


Una vez me dijeron que era mejor no soñar,

que el mejor lugar para los pies era el suelo,

que los arcoíris solo eran espectros de luz,

y que la Bruja Buena del Norte no existía.

No me lo creí.




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martes, 20 de noviembre de 2012

MERIDIANO


Estoy en la mitad de mi vida.

Miro hacia atrás y me arrepiento

de no haber sabido huir en silencio

de aquello y aquellos que me dolían,

de haberlo hecho a gritos y pataleando,

de haber llorado más por desamor que de amor,

de haber querido beber la vida a tragos

emborrachándome de besos envenenados,

para seguir sedienta derramando lágrimas,

más viejas, más sabias, más serenas,

pero igual de amargas.

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domingo, 18 de noviembre de 2012

La CUCARACHA color Caca


Érase una vez una cucaracha triste cansada de su color marrón. Un buen día se encontró con una mariposa que como todo el mundo sabe, en el mundo de los insectos son seres mitológicos.
- ¡Dios mío! ¡existe de verdad! No es una ilusión...es de verdad.-dijo emocionada.
La mariposa agitando sus alas le dijo:
- Por admitirlo te concederé un deseo.
La cucaracha sin pensárselo dos veces le pidió que la cambiara de color.
- ¡ Ya estoy cansada de este color caca!-exclamó.
-¿Qué color quieres?- le preguntó amable la mariposa mitológica.
La cucaracha contestó rapidamente:
-Uno cualquiera que sea bonito y colorido.
- De acuerdo- contestó-. Te daré tu deseo.
Se oyó un "riiiinnnnnnnnn" como si todo hubiera cambiado y la cucaracha se miró al espejo y dijo de nuevo:
- ¡ No es una ilusión! ¡He cambiado de color! ¡ Ahora soy celeste con manchas amarillas!
Cuando salió a la calle se encontró con una cucaracha amiga:
-Hola, ¿qué tal?
-Perdona, ¿te conozco?-dijo sorprendida.
-¿Cómo que no me conoces?. ¡Yo soy tu mejor amiga!¡ Soy Rasti!
La otra cuca le explicó que no conocía a ninguna Rasti de color celeste y amarillo y además aprovechó  para preguntarle de paso, que qué era. Rasti asustada le explicó lo que le había pasado. 
-¡Pero si las mariposas no existen!-. Le contestaban todos con los que se encontraba. Al final se cansó de preguntar.
Llegó a su casa se acostó en su cama y pensó: "nadie me reconoce, quizá hubiese sido mejor quedarme con el color que me había dado la naturaleza". Fue al salón y puso todo lo que atraía a las mariposas, aunque sabía que sólo se podían ver una vez. Gritó:
-¡Ven, por favor! ¡Quiero mi color de antes!- pero la mariposa no vino.
Se fue a dormir triste por no haber conseguido lo que quería y se durmió. Al día siguiente salió a la calle con cara triste y cuando se encontró con su amiga de nuevo, ésta le dijo:
- ¿Qué te pasa Rasti?
- ¿Eh? pero si no me reconocías...-dijo Rasti.
-¿Cómo no te voy a reconocer? ¡Si eres mi mejor amiga!
Rasti empezó a saltar y a gritar contenta con esos grititos que dan las cucarachas. Se fue a su casa. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que había vuelto a su naturaleza.
Fin.
Moraleja 1: " Tenemos que aceptar como somos en realidad"
Moraleja 2: "Las hadas siempre nos castigan cuando pedimos un deseo"
Yui (9 años  hoy 10))

sábado, 17 de noviembre de 2012

El JUEGO de VIVIR


Que toda la vida es juego,
y los juegos, juegos son.

Creo que ya navegando en el líquido amniótico comenzamos a jugar. Me imagino moviendo el principio de manos y pies, flotando al arrullo del mar aún por conocer. Me imagino enredando una manita con el cordón umbilical, chupando un dedito o tocándome la nariz. Jugando a dar patadas para sentir ese repentino calor que traspasa la piel, y escuchar, casi en eco, las palabras y canciones que acompañan a mis movimientos. Nacemos y seguimos jugando. Al principio con la lengua, ese músculo al que ahora casi no damos importancia, y que, desde el principio, fue nuestro mayor aliado para presentarnos al mundo, siendo el cicerone que, años después, nos mostraría otras delicias, unas dulces y otras amargas, pero que siempre pasarán por ella: manjares infantiles, delicias adultas, lágrimas saladas, placeres carnales. Pasamos a las manos y luego a los pies, con esos primeros pasos trémulos que guiarán el camino al juego de la vida. Jugamos al fútbol, a las muñecas y a las casitas. Los más espabilados a los médicos y enfermeras. A ser mayores antes de tiempo, para luego jugar a no querer crecer. Jugamos a la amistad, al escondite, al amor. A verdad-beso-consecuencia, a tocarnos, a tocar. Al desamor, que ya no mola tanto. A las pérdidas, que gustan aún menos. Llegan esos otros juegos...pienso mientras escribo…intentando dilucidar cuál es el más divertido y cuál al que no desearíamos jugar nunca más…Jugar a ver estrellas fugaces. Jugar a decir adiós.

jueves, 15 de noviembre de 2012

SINFONÍA de Palabras


La vida a veces no es más que una sinfonía de palabras

que hoy llenan el alma de música,

amores que quedan en el eco de un gramófono, 

compases que marcan el vals de la vida.

Cantaba muy bajo para no despertar recuerdos,

danzando alegre, mirando triste.

También escribo siguiendo el rastro de otros versos olvidados

en las olas de aquella marea ahora remota,

y luego están las persianas que solo enseñan las sombras de tu mirada,

el encuentro en la luna de mil existencias.

Siempre buscamos otros ojos que alumbren las grutas de nuestra alma.

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martes, 13 de noviembre de 2012

LA AMISTAD del Señor AZÚCAR (II)

Ayer os conté la historia de mi amistad con el Señor Azúcar. A los que ya la leísteis, os gustará ver la carta que acompañaba al perrito que me regaló para que todo fuese bien.
La comparto con vosotros. 











                                   

lunes, 12 de noviembre de 2012

LA AMISTAD del Señor AZÚCAR



Hoy es uno de esos días en los que creo que no voy a poder escribir. Puede ser el tiempo, que aunque me encanta el otoño, hoy, ese otoño tardío, trae algo más en el aire, nostalgia, melancolía. Aun así, lo voy a intentar, por todos los que día a día me seguís y a los que no quiero defraudar.

Voy a contaros una historia de amistad que casi debía estar al comienzo de este blog, pero bueno, el destino ha querido que sea hoy.

Estos días atrás, en los que comencé a escribir, me sentía tan bien haciéndolo que quise rebuscar entre los cajones aquellas plumas olvidadas que sabía que existían, y que me habían regalado precisamente para eso: para escribir. Y las encontré. La Mont Blanc que me había regalado Jin en un cumpleaños y aquella otra, que nunca había sido estrenada, pero que al cogerla, pesaba más que todas aquéllas cargadas de palabras a sus espaldas, y que tenía una inscripción que rezaba así: A Guada K.S. (Katsunori Sato)

Esta pluma es uno de los regalos más bonitos que me han hecho nunca. Una pluma, que a pesar de su ligereza material, como dije antes, pesa en el valor de la amistad que lleva consigo.

Después de haber trabajado como relaciones públicas en un restaurante español durante mi primer año en Tokio, nuevas oportunidades laborales me surgían en aquella ciudad. Algunas las rechacé, como un trabajo maravilloso para Lladró Asia, pero que, de haberlo aceptado, hubiese significado encerrarme en una oficia de sol a sol y perderme el Tokio que yo quería vivir. O aquel, como correctora en el periódico latino. Gracias a Alberto, conseguí una entrevista en las Academias Roland, para ser profesora de español, trabajo que me encantaba y que ya realizaba en la NHK (Televisión y Radio Nacional de Japón). No fue difícil conseguirlo, a pesar de que mi inglés en aquel tiempo era bastante patatero, las entrevistas laborales siempre habían sido mi fuerte. El trabajo era sencillo. Yo ponía mi horario. Clases individuales, semi (dos alumnos) o de grupo (cuatro o cinco). Me compré un libro, Español 2000. Y ahora, solo esperar a que fueran llegando alumnos. Éstos, tenían la potestad de elegir profesor. Podían acudir a una clase gratuita con cualquiera de los profesores y luego escoger. He de confesar que mi éxito era rotundo. Tras esa primera clase, ninguno se resistía a volver conmigo. Fui llenando todas las horas que me había marcado, dejando los jueves y domingos libres. Jueves para acudir al trabajo en la tele y domingos para disfrutar de mi futón, de mi tatami y de las tardes en Shibuya, Harajuku o el Parque Yoyogui.

Tenía alumnos de lo más variado. Niños jovencitos, una enferma repelente, con la que discutí tras aquel partido de cuartos de final del Mundial 2002, Corea- España, cuando quise poner un ejemplo práctico de las diferentes cosas que se podían comprar, desde un tomate, a una casa, a un árbitro. Se empeñó en decir que los españoles éramos tan prepotentes, que no podíamos admitir que habíamos perdido el partido sin más. No volvió más a mi clase, y lo agradecí. O aquella japonesa supercursi, superpija, con un alto nivel de español, y que se escandalizaba con las insinuaciones a los genitales que hacía Elvira Lindo en “Manolito Gafotas” y que un día entró en la clase, que compartíamos entre varios idiomas: inglés al fondo, alemán en medio, chino a la derecha, ruso a la izquierda, otro español al lado,  y a voz en grito dijo, enseñándome las axilas que habían dejado marcas de sudor en su camisa impoluta: ¡estoy caliente! Lo que dio de sí la clase para explicarle lo “inapropiado” de esa expresión, en depende qué situaciones. Cuando dejé las clases por el nacimiento de Yui, la invité a casa una tarde. Tras aquella visita, no la volví a ver más. Intuyo que se quedó horrorizada por la humildad de mi hogar, aquellos 25 metros cuadrados, en los que me moría de frío y que contaba con un baño estilo oriental, algo que a ella le debía sonar a la época samurái. Y Chihiro, editora de una revista de perros, encantadora, y que compartió aquella primera clase de Sato-san con la enfermera rabiosa. 

Era su primera clase de prueba, aunque su decisión ya había sido tomada de antemano: quería a aquella profesora que le enseñaba español a través de las ondas, contándole, con permiso de Elvira Lindo, las aventuras de “Manolito Gafotas”. Mi estrategia siempre era la misma: presentarse unos a otros (era un nivel avanzado), haciéndose las preguntas típicas. Sato-san sudaba sin parar. Era un hombre delgado, de unos 55, 60 años, aunque bien podría tener 50 o 65. Tenía esa apariencia confusa de los japoneses, en la que no sabes si es joven, mayor o muy mayor. Secaba, con manos temblorosas, su frente con un pañuelo de tela, que junto a su libreta, lápiz y diccionario se convirtió en elemento imprescindible para mis clases. La enfermera, de verdad que no recuerdo su nombre, fue la primera en atacar. Le preguntó varias cosas, y él a punto de un infarto, sudaba y sudaba. Salía del paso como podía de tan nervioso que estaba. Hasta que le preguntó: ¿por qué estás aquí? ¿ por qué estudias español? Él no sabía responder, o como supe después, no encontraba las palabras adecuadas para expresarlo. Ella insistía, y ante su aparente torpeza, parecía a punto de perder los nervios. Sus preguntas, o más bien, su forma incisiva de formularlas, bloqueaban cada vez más a Sato-san, por qué, por hobby, por trabajo, ¿por qué? y tuve que intervenir. Le hice la pregunta de varias formas posibles, dulcemente, intentando calmarle y lo conseguí. Con su mirada cándida me dijo, nos dijo, que estudiaba español porque España estaba en su corazón. Me quedé sin palabras. Mi corazón palpitó al ritmo de esa frase…”porque España está en mi corazón”. Y así me explicó, que hacía muchos años, había viajado a España con su mujer, solo unos días, pero que jamás había podido olvidarla, que se sintió el hombre más feliz y que desde entonces, España y los españoles formaban parte de su vida, de esa vida que yo sé que es muy dura y que el solo recuerdo de unos días bajo el sol español, hacían más fácil. Liberado de la presión, se relajó y sonriendo me dijo:

- Me llamo “Sato”, ¿sabe lo que significa en español?

- Sí, azúcar .- contesté.

-Pues si quiere, puede llamarme “Azúcar”.

Con esa palabra tan dulce, comenzó una amistad, tan pura, tan sincera, que jamás podré olvidarla. Venía cada sábado a mis clases, con sus nervios, su sudor, por miedo a no tener el nivel para responder a mis preguntas, con su sonrisa que me contaba que aquel momento, aquella hora semanal, era el motor de su vida. Me enseñó todo el Japón que pudo. Todos los días de clase, traía una redacción, para que se la corrigiese y en las que aprovechaba para hablarme de su familia, de su pueblo, de sus viajes, de sus tradiciones. Yo era su profesora y su alumna, y él era mi alumno y mi profesor. Se alegró como si de su nieto se tratara, cuando le dije que esperaba a Yui. Me aconsejaba los mejores alimentos. Cuando veía, en los últimos meses de embarazo, mis ojos rojos, mi cara cansada, los pequeños movimientos que hacía cuando sentía las contracciones, después de siete horas seguidas de clase, salía a comprarme caramelos. 

Aquel sábado me asusté. Durante más de un año, mi señor Azúcar, no había faltado a ninguna de mis clases. Daban igual los tifones, los catarros persistentes, el cansancio, siempre estaba allí, y cinco minutos antes. Comencé la clase. Desorientada sin su presencia hasta que apareció, sudando más que nunca, pero sonriente, muy sonriente. Me pidió toda clase de excusas por su tardanza (cinco minutos de nada, que me parecieron una eternidad). Llevaba en las manos una pequeña caja que puso delante de mí, al tiempo que me explicaba que se había levantado a las tres de la madrugada, había cogido varios trenes para llegar a un templo dedicado a los perros (concretamente a las perras), al que iban todas las madres japonesas a pedir por sus hijas embarazadas. A pedir que el parto fuese tan fácil y tan bien, como el de las perras. Abrí la caja, y dentro había una figurita, una perrita blanca con adornos de colores. Me pidió que la cogiese, que la tuviese cerca de mí esos días en que el parto se presagiaba inminente, que me ayudaría y me protegería. Y así fue. Me ayudó y me protegió. Las complicaciones y vicisitudes de un parto sola, en otro país, en Japón, a pesar de su dureza, se me hicieron livianas. Y parí, nunca mejor dicho, como una perra. Como quiso mi señor Azúcar que lo hiciera.

Hoy voy a escribirle. Hace tiempo mucho tiempo que no lo hago. Sé que le haré muy feliz, como él me hizo a mí todos los sábados, a las diez de la mañana, en Tokio.



domingo, 11 de noviembre de 2012

Te CONOZCO de toda La VIDA



Fue solo una mirada

y no logro arrancarte de mis entrañas.

Te busco en las palabras

rememorando una y otra vez tus caricias.

Si hoy estamos juntos,

con todo el fuego que llevo dentro,

te abrasaré y me abrasaré.

Lo sé.

Yo voy ardiendo y tú vas dividido,

subirás al cielo una y mil veces.

También lo sé.

Creerás morir de placer,

 y al día siguiente

morirás de pena.

Te conozco de otras vidas,

nuestras manos lo dicen.

Nos volveremos a encontrar.

Lo sé.

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sábado, 10 de noviembre de 2012

ÉL


Hoy nos quedamos sin casa. Posiblemente no seamos los únicos y tres calles más allá, cinco ciudades más allá, algún país a la derecha, otra familia esté pasando por lo mismo. Sé que no hay nada que hacer. Mi mujer llora desesperada aferrada a los últimos enseres que han quedado sin mal vender y a aquellos que no quisieron ser vendidos. Aquellos que atesoraban el recuerdo de nuestro niño, de tiempos de risas y alegrías, y de otros tiempos que llegaron después a borrarlas sin piedad. No sé a dónde vamos a ir, pero no tengo miedo. El miedo lo perdí cuando le perdí a él. No sólo el miedo. También la perdí a ella. Aquel grito desgarrado que me atravesó el alma, que agrietó las paredes de nuestro hogar y que nunca se ha ido, es lo único que me ha quedado de ella. Eso y su nombre, Melancolía. Ese nombre al que ella le tenía tanto miedo y que imprimía una sombra siempre triste en su mirada, tan convencida estaba de que con ese nombre no podía hacer otra cosa más que ser triste, vivir triste y, por qué no, morir triste. Ese miedo que hizo que él no tuviese nombre. Creía tanto en el poder de las letras que ninguna unión de las mismas formando un sonido inteligible le parecía inexpugnable a los avatares del destino. Sin nombre, no pudo ser inscrito en ningún registro. Nuestro niño no existía.Y fue tarde. Cuando la fatalidad llegó y fue consciente de que sin nombrarle lo único que había conseguido era cimentar las bases de su no existencia, le nombró. Mil y un nombres salieron de su boca. Gritos desgarrados que fueron desde Platón hasta Domingo. Desde Jesús a Galileo. Desde César a Pedro. Con alguno sonreía, con otros lloraba y con uno se durmió. Nunca supimos cuál fue, por eso en su lápida sólo están grabadas todas las letras del abecedario, para que él baile con ellas, sienta su música y escoja el nombre que tanto le hubiese gustado escuchar. Ya no oigo su llanto. Creo que también se ha dormido.

                                                                                      .

viernes, 9 de noviembre de 2012


Voy pensando en poesía. 

Me devano los sesos

buscando una rima con un verso.

Recuerda, la rima ya no existe,

busca la música.

Llegan los primeros acordes,

una cartel anunciando diésel,

un coche destartalado y todo sucio,

el viento bailando con palmeras,

pelos de colores y formas,

grúas portuarias y móviles sonando.

Pasaportes y ayuntamientos.

Más móviles, "ya voy mija, ya voy"

Hombres de color, mujeres con caftán.

Veleros y arena sesteando.

Parada solicitada.

Pensamientos de colores.


©Guada
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jueves, 8 de noviembre de 2012

Qué difícil es escribir


Siempre he admirado a los escritores. Les admiro y les respeto profundamente. Tuve la suerte de tener unos padres que desde que comencé a leer mis primeras palabras pusieron un libro en mis manos. Recuerdo los primeros, los tebeos que esperaba cada fin de semana antes que cualquier chuchería. Allí descubrí a "Esther y su mundo", a "Zipi y Zape", a "Carpanta", y sobre todo a mi querido "Tío Arthur y sus extraordinarios relatos"...Se me pone la piel de gallina al recordarlos y se me llenan los ojos de lágrimas, ¿nostalgia de tiempos pasados?...quizá, o simplemente añoranza del placer de leerlos, pero les echo de menos. Así pasaban los días y llegaron "Los cinco". ¡Dios! ¡qué aventuras! Cuando un libro caía en mis manos no lo soltaba ni para comer, la cuchara en una mano y el libro en la otra y mis padres, a pesar de la mala educación que ello suponía, hacían la vista gorda; y mi abuelo Miguel yendo desde Los Molinos a Guadarrama sólo para comprarme dos nuevos tomos. La gran desilusión se produjo en aquella Navidad en la que Los Reyes Magos, desesperados porque ya me había leído todos los libros de "Los cinco", decidieron adentrarme en una nueva aventura, la de "Guillermo el travieso"...No pude leer ni uno entero y ¡me habían traído toda la colección! Creo que ésta fue la primera vez que un libro no me gustó y también la primera vez que, a pesar de ello, respetaba a quien lo escribió. Y llegaron Julio Verne y Emilio Salgari. Isabel Allende y Gabriel García Márquez y Salvador de Madariaga y, y, y,y... todos ellos robándole horas al sueño, al estudio, al amor... 

Sigo leyendo, quizá no tanto como quisiera, pero disfrutando igual con cada página, acariciando el papel con mis manos, leyendo la última frase antes de empezar (no lo puedo evitar) y sobre todo admirando a ese escritor al que yo y cada uno de los que le leemos le hemos robado horas de sueño, y seguro que también de amor.


Dedicado a todos los escritores que me han hecho soñar con otros mundos, otras vidas....con el placer de leer y a los que me harán seguir haciéndolo.


                                                                                .

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Poema de lluvia


No todo está en el tiempo como yo creía.

No es necesario un sol luminoso, ni una brisa suave.

Hay días de tormenta, de lluvias fastidiosas,

con zapatos de verano y paraguas olvidados,

de rojo radiante, de pelo enchumbado,

de música de Mahler,

de desayuno con diamantes. 


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martes, 6 de noviembre de 2012

HISTORIAS DE LA Avenida


HISTORIAS DE LA AVENIDA.

1. Promesas incumplidas

Como  casi todas las tardes, fui a caminar a la avenida. Cada día que lo hago me prometo que mañana volveré. Que no voy a perderme un solo atardecer. Si Yui me estuviese escuchando me diría: “mami, no prometas, que nunca cumples tus promesas”. Habla de las veces que le he prometido comprar estampas, y se me olvida. De las que le he prometido ir a patinar, y surge alguna excusa. De las que retraso el cine hasta la próxima semana.

Para los niños las promesas son sagradas, y el que los adultos las incumplamos más a menudo de lo que debiéramos, descoloca su pequeño catálogo de valores todavía por terminar. Por suerte las promesas ahora rotas no pasarán de un pequeño disgusto, porque las estampas llegarán, y las tardes de patinar, y las de cine y roscas…

Sin querer, no hacemos otra cosa más que ir preparándoles para esas otras promesas que también se romperán. Las que pasaran casi sin rozarles, las que arañarán, y aquellas otras, que vienen con equipaje para quedarse.

2. Nunca me habían dicho “Je t’aime”

Ayer, cumpliendo mi promesa, fui a la avenida. Salí un cuarto de hora antes para poder utilizar esos quince minutos de más en sentarme en la Cícer, en esos escalones anchos del final en los que casi te puedes recostar, apoyarte en el escalón superior y observar desde esa platea privilegiada lo que trae el mar. A lo lejos, vi caminar hacia mí con paso decidido, a un perrito, un bulldog francés de color gris, ojos grandes y saltones y cierto aire chulesco. Y se acercaba. Y o bien subía a la avenida para continuar, o bien bajaba un escalón, o bien me pasaba por encima. Esto último parecía lo más factible por la decisión que llevaba en sus pasitos. Pero no. Subió el escalón, me rodeó y cuando parecía que iba a continuar su paseo altanero, frenó en seco, dio media vuelta, se acercó y me besó.

3. Dos euros

Hoy no puedo ir a caminar. Antes corría, pero llevo unos días en los que me duele la rodilla y casi que hasta lo agradezco, porque caminando pausadamente disfruto más de lo que veo. Llueve a cántaros. Me acerqué no obstante a disfrutar del mar embravecido y pude captar un poquito de su furia en una fotografía. No había nadie. Con una mano aguantaba el paraguas con la otra el móvil. La lluvia golpeaba con fuerza en todas direcciones. Estuve un rato así, luchando con el viento que quería arrebatármelo todo. Pensé hasta que parecía un poco friki, mojándome a lo tonto y parada allí, pareciendo no hacer nada. Y de repente apareció él. Casi como un espectro de delgado que estaba, con una lesión en su mano, con una camiseta raída y pantalones desgastados. Se estaba mojando, y mucho más que yo, con mi chubasquero, paraguas y pantalones mojados que en unos minutos podría cambiar por otros en  la protección de mi hogar. Sólo estábamos los dos, la lluvia, las olas el viento, mi vida y la suya. Se acercó y me pidió unas monedas para comer algo. Cuando le estaba diciendo que lo sentía, recordé que había cogido unas monedas para comprar estampas. Dos euros.


         ©Guada

lunes, 5 de noviembre de 2012

Que no te entristezca la noche



Las heridas cicatrizan lejos de los recuerdos,

que no te entristezca la noche,

lo oscuro solo es una sombra que pasa,

no es más que la luz descansando en pijama, 

una tenue presencia que siempre cura la caricia

que guarda en silencio los llantos del alma.

Solo esperas la cercana desnudez de quien te ama.


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domingo, 4 de noviembre de 2012

GUADALUPE, Río de Cantos Negros


Cromos o estampas. Lupita o Guadalupe. Domingo, Dominga, Aurora, Orlando, Graciela, Rafaela, Mamarora, Carmenza, Carmela, Pedro, Cándida…me gustan los nombres de mi familia materna. Tienen esa magia de los nombres de Gabriel García Márquez, como así, la de las vidas detrás de ellos.

Y yo, Lupita hasta los nueve años, cuando mi madre decidió que Guadalupe era un nombre muy bonito, con carácter, y que con “Lupita”, siempre sería “Lupiiita, cagooona…” como en el chiste. Y durante unos años fui Guadalupe, hasta la adolescencia. Años en los que mi nombre pasó de ser las nueve letras conjugadas con la que me nombraban, a ser ese galimatías que parecía que salía de lo más profundo de la garganta y que me sonaba como un puñetazo en la boca. Entonces llegaron esos años en los que Guadalupe convivió con Lara. Antes de ver siquiera la película, desde pequeñita, en cuanto mi madre llegaba a casa, la esperaba sentada en la butaca del piano para que me tocara “El tema de Lara”. Llegó la película y me enamoré, no de Yuri Zhivago que sería lo más lógico. No. Me enamoré de Lara. Yo sería Lara. Qué inocente era. No supe ver la crudeza del personaje. Y en esas tardes de “Zumería” en la que niños-adolescentes enamorados, tras minutos de dilación, a veces horas, a veces días, superaban el miedo y me preguntaban mi nombre, yo decía, “Lara”.

Como mi madre. Esperaban un niño y llegó ella. No pensaron más. Iba a ser Domingo, como abuelito, pues sería Dominga.  Nunca fue consciente de su nombre porque hasta aquel fatídico día, ella siempre había sido, “Mari Domi”.

Tendría nueve o diez años cuando fue a examinarse de primero de piano al conservatorio. Sentada con las manos en las rodillas esperaba su turno. No estaba nerviosa. La música, el teclado, las notas y partituras eran una prolongación de sus dedos. Primera ronda. Llamaban en voz alta. Sonaron nombres, pero no el de ella. Segunda ronda. Nada. Hasta que su profesora, doña Pino, pasó por allí indignada porque no apareciera en las listas. Pero sí estaba. Varias veces habían dicho en alto, bien alto: “Dominga Santana”  “¿Dominga Santana?”. Ella no sabía que era “Dominga”. Santana sí, pero no lo otro. Aunque el disgusto fue monumental, ahora sabe que no podría llamarse de otra manera.

Conocedora del poder de los nombres, a mi madre, el destino llamado Hermelinda, le puso el mío en las manos. Nací muy malita. Varios días en vilo hasta que decidieron, que si no mejoraba, sería necesaria una transfusión total de sangre. Hermelinda, que había sido contratada para ser mi nana y que antes aun de conocerme ya me quería, fue al Santuario de la Virgen de Guadalupe a pedirle por mí, y justo cuando la transfusión era inminente, milagrosamente mejoré. Y mi madre lo supo, sólo podía ser Guadalupe. Hermelinda cuando ya me tuvo en brazos, también supo que la Virgen quería verme, esa había sido su promesa. Me colocó en su rebozo al modo de los indígenas mejicanos, pero no a la espalda que era lo más normal. Me colocó pegada a su pecho, para no dejar de sentir mi corazón junto al suyo, para no dejar de mirarme a los ojos, sin dejar a la vista un centímetro de mi piel por el peligro que podría suponer un intento de secuestro, en un país donde un niño blanquito alcanzaría un alto precio en el mercado. Caminó hasta allí. Los últimos metros de rodillas, agradeciendo mi vida…por aquella que ella había perdido en su memoria de niña, la de su madre de la que llevaba el nombre, lo único que le dejó de ella su padre, junto al recuerdo de aquella noche en que llegó borracho, la laceó, la arrastró y ya muerta, la dejó a sus pies. 

Y como mi madre, yo también sé que soy Guadalupe.  Aún, cuando lo escuche de otros labios, y me suene extraño.



                                             A mami, que durante un tiempo también me llamó Pupu, aún hoy.

                                                                                     .

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL MAR por Emily Rees Martín (8 años)



El mar mezcla colores

entre verde y azul.

Mientras la gente se baña

el mar más bonito.

Cuando está solitario

se ve despejado.


                                                                                                                                               ©Guada

viernes, 2 de noviembre de 2012

KIOTO, 24 horas, un día, una Vida


Tokio, algún día del 2001

Prácticamente acababa de llegar. Todo ocurría muy rápido. Todo pasaba deprisa. Luces, símbolos, gentes, incluso el “tren bala” que nos había llevado  hasta allí a más de 200 Km/hora, y en dos horas y treinta minutos, Kioto…

¿Podré ver alguna geisha? ¿Iré a esos templos mágicos, casi de ensueño, que hemos visto en alguna postal?...Caminando llegamos hasta el hotel en el que íbamos a pasar tres días. Un hotel económico, como su propio nombre indicaba: “Econo-Inn”. Un yukata * y unas zapatillas que me pongo ilusionada mirándome al espejo ¡parecía una geisha!

Tras una ducha rápida nos preparamos para salir. El día estaba gris, húmedo. Una fina lluvia, casi imperceptible, que incluso agradecía ¡hacía tanto calor! Salí a la calle casi saltando, casi volando, ansiosa de recibir a esa ciudad que siempre había estado tan lejana y que ahora el destino ponía ante mí.

Algo llama mi atención al otro lado de la acera. Veo unos bultos junto a un poste de la luz. A medida que nos íbamos acercando, dos ojos, dos ojos mirando al frente, dos ojos rasgados que, aun abiertos, no miraban…¿o miraban? Aún hoy me lo pregunto. Sí miraban. Miraban el tiempo, el tiempo que veían pasar ante sí, cada minuto del día, cada segundo. Esa era su casa, varios bultos junto a ella, tapados con un plástico azul con el que se protegía de la lluvia, con el que protegía su hogar.

Ryoan-ji*, calma, quietud…

Ella seguía allí. La misma mirada. Nada había cambiado, solo el tiempo había pasado. Ya no llovía y ella seguía allí.

Dos años han pasado desde que esa imagen quedó grabada en mi memoria. Volvimos a Kioto. Ella ya no estaba. Se había ido. Una noche esos ojos se cansaron de mirar. El tiempo se detuvo ante ellos y solo vieron oscuridad.

Mientras escribo estas líneas miro a través de la ventana y veo el ir y venir de la gente, el ritmo trepidante de esta ciudad y por un momento vuelvo allí, dejo de percibir el movimiento y solo siento quietud…la quietud de aquella mirada.
                 

                                                                                                                           A Mamarora, mi abuela, que siempre me llamó "su geisha"


                                                                 


Yukata: más ligero que el kimono y que se utiliza en verano. En todos los hoteles, hasta en los más económicos, todas las mañanas tienes tu yukata limpio y recién planchado.
Ryoan-ji: uno de los templos más mágicos de Japón y de Kioto. Un jardín seco con quince piedras, colocadas de tal manera que logran tal belleza que es imposible escapar de allí. Me senté en el suelo de madera, descalza y las horas pasaron…

jueves, 1 de noviembre de 2012

POEMA de Nadie


Los fondos azulean los recuerdos

del alma marchita.

La música apacigua el tiempo

barriendo lágrimas,

charcos que cuentan tus ojos,

el pelo enredando tu sombra

perdida en el mar.


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