viernes, 2 de noviembre de 2012

KIOTO, 24 horas, un día, una Vida


Tokio, algún día del 2001

Prácticamente acababa de llegar. Todo ocurría muy rápido. Todo pasaba deprisa. Luces, símbolos, gentes, incluso el “tren bala” que nos había llevado  hasta allí a más de 200 Km/hora, y en dos horas y treinta minutos, Kioto…

¿Podré ver alguna geisha? ¿Iré a esos templos mágicos, casi de ensueño, que hemos visto en alguna postal?...Caminando llegamos hasta el hotel en el que íbamos a pasar tres días. Un hotel económico, como su propio nombre indicaba: “Econo-Inn”. Un yukata * y unas zapatillas que me pongo ilusionada mirándome al espejo ¡parecía una geisha!

Tras una ducha rápida nos preparamos para salir. El día estaba gris, húmedo. Una fina lluvia, casi imperceptible, que incluso agradecía ¡hacía tanto calor! Salí a la calle casi saltando, casi volando, ansiosa de recibir a esa ciudad que siempre había estado tan lejana y que ahora el destino ponía ante mí.

Algo llama mi atención al otro lado de la acera. Veo unos bultos junto a un poste de la luz. A medida que nos íbamos acercando, dos ojos, dos ojos mirando al frente, dos ojos rasgados que, aun abiertos, no miraban…¿o miraban? Aún hoy me lo pregunto. Sí miraban. Miraban el tiempo, el tiempo que veían pasar ante sí, cada minuto del día, cada segundo. Esa era su casa, varios bultos junto a ella, tapados con un plástico azul con el que se protegía de la lluvia, con el que protegía su hogar.

Ryoan-ji*, calma, quietud…

Ella seguía allí. La misma mirada. Nada había cambiado, solo el tiempo había pasado. Ya no llovía y ella seguía allí.

Dos años han pasado desde que esa imagen quedó grabada en mi memoria. Volvimos a Kioto. Ella ya no estaba. Se había ido. Una noche esos ojos se cansaron de mirar. El tiempo se detuvo ante ellos y solo vieron oscuridad.

Mientras escribo estas líneas miro a través de la ventana y veo el ir y venir de la gente, el ritmo trepidante de esta ciudad y por un momento vuelvo allí, dejo de percibir el movimiento y solo siento quietud…la quietud de aquella mirada.
                 

                                                                                                                           A Mamarora, mi abuela, que siempre me llamó "su geisha"


                                                                 


Yukata: más ligero que el kimono y que se utiliza en verano. En todos los hoteles, hasta en los más económicos, todas las mañanas tienes tu yukata limpio y recién planchado.
Ryoan-ji: uno de los templos más mágicos de Japón y de Kioto. Un jardín seco con quince piedras, colocadas de tal manera que logran tal belleza que es imposible escapar de allí. Me senté en el suelo de madera, descalza y las horas pasaron…

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