jueves, 22 de noviembre de 2012

De GERANIOS, ENREDADERAS y PAPÁ NOEL



Hoy me hiciste recordar cuando llegó mi vecino al piso de enfrente. No había hecho la mudanza pero ya había llenado su ventana de geranios preciosos. Justo enfrente de mi cocina en la que no pongo cortinas porque me gusta que entre la luz y comenzar viendo el día , aunque sean edificios. Era un señor ( digo era porque se ha mudado y se ha llevado los geranios consigo) triste, taciturno, huraño, depresivo que, a fuerza de yo saludarle sonriente desde mi ventana con un plato en la mano y el estropajo en la otra, acabó aceptando mi amistad de ventana a ventana. Contagiada por sus geranios, decidí llenar mi balcón de geranios también. Me encantaba cuidarlos y mirarlos desde la calle me hacía muy feliz. Así que, con tanta alegría, contagiamos también a mi vecina del piso de abajo. Ésta sí que era huraña, triste y un poco antipática y se tomó nuestra alegría floral como un reto. Empezó a llenar su balcón de plantas, no geranios, helechos, y enredaderas. Pronto su balcón se había convertido en una selva amazónica. Llegó la Navidad y decidí colgar un Papá Noel de esos que trepan por una escalera a punto de entrar con sus regalos. Pasó la Navidad y llegó la primavera. Mi Papá Noel seguía colgando del balcón porque así me resistía a que mi Navidad  terminase. Un buen día decidí que ya era hora de que Papá Noel entrase en casa. Salí al balcón y, casi con tristeza, empecé a tirar de él hacia arriba, tiraba y tiraba y Papá Noel no subía. Por un momento creí que pensaba como yo, que quería quedarse ahí hasta la Navidad siguiente, que no quería ser olvidado tan pronto. Al siguiente tirón, esta vez un poco más fuerte, salí despedida hacia atrás con Papá Noel en las manos y colgando de él, metros y metros de enredadera. Así descubrí que a las enredaderas también les gusta la Navidad y que a mi vecino Guillermo los geranios en su ventana le daban la alegría que tanto le costaba alcanzar.

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