martes, 25 de marzo de 2014

ONCE años en SEPIA

Tenía once años. Eso era lo que decía su madre. También la partida de nacimiento. Pero estaba segura de que allí había un error. Cuando cerraba los ojos se acordaba de esos once años de mucho tiempo atrás. Vestía un traje blanco de organdí que si lo llevase ahora, parecería sacada de una de esas fotografías color sepia que tanto le gustaba ver en los puestos del Rastro. Allí fue donde, por primera vez, supo que había vivido ya. Era domingo, la mañana siguiente a su undécimo cumpleaños. Era la primera vez que iba al Rastro y era lo único que quería de regalo: pasear por los puestos, oler a viejo, acariciar las arrugas del tiempo y encontrar aquella muñeca que había perdido cuando tenía aquellos otros once años. No encontró la muñeca pero sí las fotos. Estaban dentro de una lata de galletas oxidada. Parecían no formar parte de aquel puesto en el que se vendían lámparas antiguas y bombillas. Algunas funcionaban y, cuando lo hacían, iluminaban con el color del pasado aquel domingo presente en el que el tiempo, vestido de papel en sepia, le contó la verdad. Estaba allí. En aquella lata. Su madre nunca entendió qué vio su hija en aquellas fotos. Por qué, desde aquel día, se instaló en sus ojos la tristeza. Y por qué buscaba, cada domingo, latas de fotografías antiguas. Nunca encontró la que buscaba. La foto de su duodécimo cumpleaños nunca apareció.