lunes, 22 de octubre de 2012

LA PALMERA del Galeón


Había una vez una palmera que vivía cerca de un palmeral. Digo cerca porque mientras ella vive sola en lo alto del palmar, todas las demás en un corro están, abrazadas las unas a las otras jugando al juego de las palmeras, “el juego del viento” le llaman, y que a todas les encanta pero que no siempre pueden disfrutar, porque solas no lo pueden jugar, siempre le necesitan a él y no siempre quiere intervenir, pero cuando lo hace, a veces en forma de brisa y otras de huracán, se lo pasan genial. Las reglas son sencillas, besarse y acariciarse y no vale arañar.

La palmera solitaria no se parecía a las demás. Y es que el viento no la quería y por eso antes de nacer, se la llevó más allá. Desde lo alto las miraba sin atreverse a preguntar si podía jugar. Ellas la observaban sin aventurarse a nada más. Cada mañana amanecía más alta aún, queriendo el cielo alcanzar, llorando a los cuatro vientos su pesar, pero ninguno la quería escuchar. Sólo la lluvia parecía entender que esas hojas mojadas lo único que querían, era jugar. Sabia como era, de tantas penas conocidas, intuía que enraizada como estaba no podría descender. Llorando entristecida enjugaba sus lágrimas, que por hacerlo con las suyas, de riachuelo pasaron a torrente, y sin darse cuenta la solución encontró. Entre lágrimas y barro nadaban las semillas por nacer. El viento avergonzado también quiso ayudar y el tornado enfadado, que se había olvidado de porqué, las semillas arrastró. El tiempo entre palmeras pasó. Y la palmera solitaria, por fin, al juego del viento jugó.


© GUADA 

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