Tiene el pelo
blanco. Muy blanco. Se llama Carmen. Llevaba viéndola años, desde que llegué aquí, y sólo hace unos meses
le pregunté su nombre. Tengo un problema con los nombres, quiero saberlos pero
pronto los olvido, sólo unos pocos encuentran cobijo en mi memoria y “Carmen”
es uno de ellos. Junto a las palmeras de Farray, aquéllas, no las de ahora, aquéllas
que fueron cortadas, arrancadas, masacradas por haber sido invadidas por el
picudo rojo, junto a esas palmeras y junto a Carmen comenzaba mis mañanas.
Recién llegada encontré en esa plaza mi rincón. Encontré amistades. Compartí cafés.
Separaciones. Nacimientos. Perdí amistades y olvidé nombres.
Ella llegaba con su
pelo no tan blanco y su caminar no tan lento y sonriendo siempre te decía
“mami, ¿me compras un buhito?”. Pero no sólo eran buhitos, también había
elefantes y tortugas. Y no sólo la encontrabas en Farray, también paseaba la
avenida.
Ya no voy tanto a
Farray, pero la sigo viendo. Aquel día en la avenida en el que compartimos un
atardecer y le pregunté su nombre. En el que mientras hablábamos se acercó a un
amigo que estaba pidiendo en la esquina y le dio parte de las monedas que ella
había conseguido en el día, diciéndome que la cosa está muy mal y que si no se
ayudan entre ellos no llegan. La miré desde arriba y ella desde abajo, en un
punto intermedio nos encontramos.
Me asomo a la
ventana comprobando entristecida que la oscuridad ha llegado una hora antes.
Ella está caminando, su pelo más blanco y su caminar más lento, mucho más
lento…
©Guada
madre mía de mi vida.........
ResponderEliminarIñi...creo que eres tú. Gracias por animarme aquella primera vez con Melancolía...te prometí continuar...
ResponderEliminarEn este texto he aprendido, entre otras cosas, el nombre de Carmen, a pesar de que también he vivido esa transformación de Farray: como las palmeras se volvían enanas, anoréxicas y casi calvas; mientras Carmen iba pausando sus pasos, perdiendo el brillo en la mirada, y al final de la jornada, cuando se subía al taxi lo hacía cada vez con más lentitud, con un dolor resignado que entristecía las miradas. Sin duda, Carmen se ha convertido en un personaje más de esta ciudad al que hay que mimar y mantener en la memoria, como has hecho tú magistralmente. Un abrazo.
ResponderEliminarMarcos, repasando he visto este comentario que se me había escapado. Gracias por tus hermosas palabras. Por cierto, ayer me acordé de ella y hace mucho tiempo que no la veo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar...Era mágica, realmente mágica, el más puro color índigo de una niña con ojos grandes y asombrados.
ResponderEliminarComo tú, precioso relato.
Teresa Iturriaga Osa
Gracias Teresa!!!
Eliminar