Es viernes. Otra
semana más en Tokio. Vuelvo a casa del trabajo en el restaurante. Dos horas en
metro, quitarme los zapatos de tacón que me están matando y pisar el tatami
cálido. Un nudo en la garganta y deseo escribir, describir este sentimiento.
Como cualquier otro día cojo la Ikebukuro Line,
habitualmente llena de gente, pero hoy hay algo distinto, el metro no está tan
lleno, no estoy rodeada de borrachos. Me siento en la esquina de una de esas
filas de asientos rojos. En frente de mí se sienta una pareja. Él, discapacitado,
cojea de una pierna. Su cara refleja también algún problema psíquico. Ella no
tenía ningún rasgo peculiar que denotara su “defecto”…pero estaban juntos. Los
dos con la misma mochila de boy scout, verde con un pin de Winnie de Pooh y
otro de Snoopy, mochilas iguales, pins iguales…Los observo, pero ellos no se
percatan de mi presencia. Él canta. No entiendo bien lo que dice…”lavu, lavu, lavu”…¡ah!...love, love, love, y ella canta también…”Daimon, Daimon”…siguen cantando. Esta
vez el nombre de la estación en la que se van a bajar. De repente, él coge su cara
y la pone junto a la suya, observan su reflejo en el cristal y comienzan a
poner caras, a hacer muecas graciosas. Los ojos bizcos, las lenguas fuera y se
miran, se miran y sonríen y continúan con su juego. Yo no puedo evitar sonreír
y ellos me ven. Les sonrío y me sonríen…siento como si por un momento les hubiese
quitado, robado su libertad. Miro hacia abajo y veo sus zapatos, uno de ellos
con la puntera gastada y el otro extremadamente nuevo, ¡claro!, pienso, los
arrastra al caminar. Daimon, puerta grande. Ellos se bajan y se dirigen al
ascensor para discapacitados, pero antes se dan la vuelta para decirme adiós.
Como dos Perseidas diferentes y tan iguales se cruzaron mostrando la maravilla de este universo.
ResponderEliminarDos Perseidas...precioso Antonio
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