HISTORIAS DE LA
AVENIDA.
1. Promesas
incumplidas
Como casi todas las tardes, fui a caminar a la
avenida. Cada día que lo hago me prometo que mañana volveré. Que no voy a
perderme un solo atardecer. Si Yui me estuviese escuchando me diría: “mami, no
prometas, que nunca cumples tus promesas”. Habla de las veces que le he
prometido comprar estampas, y se me olvida. De las que le he prometido ir a
patinar, y surge alguna excusa. De las que retraso el cine hasta la próxima
semana.
Para los niños las
promesas son sagradas, y el que los adultos las incumplamos más a menudo de lo
que debiéramos, descoloca su pequeño catálogo de valores todavía por terminar.
Por suerte las promesas ahora rotas no pasarán de un pequeño disgusto, porque
las estampas llegarán, y las tardes de patinar, y las de cine y roscas…
Sin querer, no
hacemos otra cosa más que ir preparándoles para esas otras promesas que también
se romperán. Las que pasaran casi sin rozarles, las que arañarán, y aquellas
otras, que vienen con equipaje para quedarse.
2. Nunca me habían
dicho “Je t’aime”
Ayer, cumpliendo mi
promesa, fui a la avenida. Salí un cuarto de hora antes para poder utilizar
esos quince minutos de más en sentarme en la Cícer, en esos escalones anchos
del final en los que casi te puedes recostar, apoyarte en el escalón superior y
observar desde esa platea privilegiada lo que trae el mar. A lo lejos, vi
caminar hacia mí con paso decidido, a un perrito, un bulldog francés de color
gris, ojos grandes y saltones y cierto aire chulesco. Y se acercaba. Y o bien
subía a la avenida para continuar, o bien bajaba un escalón, o bien me pasaba
por encima. Esto último parecía lo más factible por la decisión que llevaba en
sus pasitos. Pero no. Subió el escalón, me rodeó y cuando parecía que iba a
continuar su paseo altanero, frenó en seco, dio media vuelta, se acercó y me
besó.
3. Dos euros
Hoy no puedo ir a
caminar. Antes corría, pero llevo unos días en los que me duele la rodilla y
casi que hasta lo agradezco, porque caminando pausadamente disfruto más de lo
que veo. Llueve a cántaros. Me acerqué no obstante a disfrutar del mar
embravecido y pude captar un poquito de su furia en una fotografía. No había
nadie. Con una mano aguantaba el paraguas con la otra el móvil. La lluvia
golpeaba con fuerza en todas direcciones. Estuve un rato así, luchando con el
viento que quería arrebatármelo todo. Pensé hasta que parecía un poco friki,
mojándome a lo tonto y parada allí, pareciendo no hacer nada. Y de repente
apareció él. Casi como un espectro de delgado que estaba, con una lesión en su
mano, con una camiseta raída y pantalones desgastados. Se estaba mojando, y
mucho más que yo, con mi chubasquero, paraguas y pantalones mojados que en unos
minutos podría cambiar por otros en la
protección de mi hogar. Sólo estábamos los dos, la lluvia, las olas el viento,
mi vida y la suya. Se acercó y me pidió unas monedas para comer algo. Cuando le
estaba diciendo que lo sentía, recordé que había cogido unas monedas para
comprar estampas. Dos euros.
©Guada
Muy bueno, sobre todo la parte de promesas a la niña.
ResponderEliminarSupongo que el gran trabajo del blog es una promesa que te debías???
Creo que sí...la promesa de escribir. Lo del blog ha venido con los mundos virtuales en los que estamos inmersos.
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