sábado, 8 de diciembre de 2012

LA CASA

Hace algún tiempo hablé de mi vecino Guillermo y sus geranios. Fue el primer texto que hice público y por el que me animé a seguir escribiendo. Hablaba de Guillermo, su llegada, sus geranios y la felicidad que me daba verlos todos los días. Hablé también del día que se fue llevándose los geranios consigo y su tristeza. Tristeza que sigue acompañando sus pasos cada vez que le veo, pues no se ha ido muy lejos.  Su casa se quedó vacía a la espera de un nuevo comprador. Durante meses he visto esas ventanas cerradas y el cartel colgando. Hoy las persianas han subido, las luces se han encendido y he conocido a mis nuevos vecinos de ventana a ventana. Ellos a mí todavía no, a no ser que tengan ese afán curioso por la vida en las casas ajenas que a mí me posee. Y aunque me llena de curiosidad ver a esa nueva pareja, a los que vislumbro mientras se van apoderando de cada rincón, mientras él llena la nevera que antes llenaba Guillermo, mientras ella está sentada en el suelo intentando montar las patas de un sillón color beige que me encanta, en lo que verdaderamente he pensado, es en la casa. Recuerdo cuando estaba vacía y nunca había sido habitada. Esperaba engalanada, nueva, recién construida, maquillada en tonos claritos, esperando elegante a ser poseída. Llegó Guillermo y decidió que llevaba para su gusto, no sé si poco o mucho maquillaje, ya que lo primero que hizo fue pintarla de nuevo, poner más tabiques limitando aún más el pequeño espacio y llenando sus paredes de cuadros y cuadros por doquier, además de sus y mis queridos geranios. Durante los años que vivió allí, su historia de amor subió y bajó como la de cualquier pareja. Su padre vino a vivir con él. Ambos, casa y dueño, se adaptaron al tercero, limando las asperezas que produce siempre la intervención de una tercera persona en la relación de pareja y ambos lloraron cuando la vida, en forma de edad, se lo llevó. Lloraron ellos y lloré yo que, desde mi ventana, podía sentir la soledad de aquellas paredes y la de aquel hombre que se había quedado solo. Aquella pérdida fue minando su relación.  Todas las noches las luces tenues que él encendía, no lograban paliar la oscuridad que envolvía el alma del hombre y su hogar. El final llegó y él se fue. Los geranios también. Las luces se apagaron y durante un tiempo el amor no llegó a aquella casa. Hoy quiero pensar que está feliz. Que ha vuelto a ser poseída. Que vuelven a ser tres. 


                                                                                                                                                   © GUADA 

5 comentarios:

  1. Las casas si no se viven están dormidas.

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  2. Las paredes de las casas recogen todo, alegrías y penas, luces y sombras. Son como esponjas y nada más entrar en una casa se puede percibir su aroma, que no es precisamente el que llega a las napias.
    Me ha encantado, Guada. Tu sensibilidad es exquisita.
    Muchos besos, amiga mía.

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  3. Muy visual, muy entrañable e íntimo. Bien escrito, desde el corazón. Me alegra muchísimo haberte conocido. Un abrazo

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  4. A mi también Belkys!!!!! Fue una tarde maravillosa y espero que repitamos!!!!!

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  5. Precioso texto, Guadalupe. Esa casa cercana de la que nos hablas tiene vida, mucha vida.
    No solo porque de nuevo esté habitada sino, sobre todo, porque la observas, la cuidas y la amas.

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